Por: Oswaldo Rivera Villavicencio
Sucedió en tiempo de don Eloy Alfaro, cuando hizo la entrada triunfal en Quito, el 4 de septiembre de 1895 y escuchó entre las multitudes un toque de trompeta ofrecido por un adolescente de 15 años, vecino del barrio La Recoleta.
Las ovaciones entusiastas de un pueblo delirante, las aclamaciones y la emoción del Viejo Luchador confundíanse con las brisas del Panecillo. El júbilo hubo de silenciarse poco a poco y el rostro de Alfaro adquirió un rojo y amarillo persistentes.
Poco tiempo se mantuvo en los asistentes el suspenso, mientras se oía la entonación de la trompeta de aquel adolescente que lo hacía a la perfección y robaba la atención de la multitud. Fue asombrosa la reacción de don Eloy Alfaro que pronto abrazó a Jerónimo Buitrón, joven trompeta y ordenó presentarse para entregarle algunas responsabilidades.
Continuó el recibimiento en medio de alegrías, gritos frenéticos de libertad, campanadas, flotación de banderas, bandas de música, tambores y gozos alborozados que estremecían a la ciudad. Se pronunciaban vivas a los soldados liberales, se desprendían guirnaldas, globos y flores.
La silueta del general Alfaro, advertía nuevas auroras de advenimientos renovadores que penetraban en la ciudad y en las ojivas de las casas y los templos al compás del grito: “Quito, Luz de América”.
Cuentan los viejos de aquel tiempo que el padre de Jerónimo, llamado Pedro Buitrón, ejercía el oficio de maestro de capilla, cuya afición se apegó en su hijo, quien entre las calles estrechas y retorcidas buscaba sitios especiales para sus repasos de la trompeta; a veces, envuelto en capa roja que impresionaba a las gentes de los barrios quiteños.
Sus estudios musicales eran continuos en medio de soles esplendorosos o tiempos nublados, fríos cortantes y verticales que se unían a los latidos imperceptibles de su corazón. Acariciaba la trompeta como si se hubiese sumergido en un submundo extraño.
A pocos días llegó a su casa un soldado, preguntó por Jerónimo Buitrón. Contestó el joven con expresiva emoción. Supo que el presidente Alfaro solicitaba su presencia. Una vez en el palacio, con especial cortesía saludaba con todos y el ordenanza le encaminó a su destino.
De un suntuoso salón apareció la autoridad y le entregó el nombramiento oficial de trompeta del general Eloy Alfaro, aclarándole sobre sus deberes y obligaciones que debía cumplir.
Desde entonces, Jerónimo Buitrón perfeccionó el arte, constituyéndose en soldado ejemplar que con su trompeta haría despertar a la Patria en actos de elevado civismo y defensa a la nación.
En las transformaciones liberales, obras educativas, militares, científicas, sociales, estuve el trompeta Jerónimo anunciando inauguraciones y victorias.
Acompañó al Viejo Luchador con admiración porque le inspiraba ideales, le encaminaba a transmitir la ebullición de sangre nueva al pueblo. Horas de expectación en riscos, valles, selvas, calles y triunfos liberales ofrecía la trompeta de Jerónimo.
Luchó Jerónimo en los movimientos internos de 1897, 1898, Chasqui de 1906. Estuvo cerca de las reformas constitucionales, en la conquista del laicismo y en tantas fechas luminosas pregonando los hechos de libertad, justicia y la auténtica redención social.
Jerónimo Buitrón lanzó su trompeta al aire, siempre altivo elevó el canto radioso de delirio cívico o aquellas angustias de las contiendas de alborada, estimulando al pendón que del valor tremola.
Su trompeta humedecida por sus labios fue rosa roja abierta a los acordes, a los silencios musicales y de exultación a la Patria. La leyenda de Jerónimo revive el valor de Alfaro: mente y brazo de la libertad.
Cuentan los abuelos que el trompeta Jerónimo las vísperas del 10 de agosto de 1906, había sido ascendido y decidió muy por la mañana acercarse al presidente Alfaro para agradecerle. Así fue, nadie tenía conocimiento del particular, hasta que le miraron sus compañeros dirigiéndose junto al presidente a la inauguración del monumento de los Próceres de la Independencia, el 10 de agosto de 1906.
Al Monumento se lo descubrió con especial solemnidad, iniciándose el acto con el musical silencio del trompeta Jerónimo Buitrón. En él se vertía el canto a los héroes, el fulgor de Patria, el cielo en ritmos, las auroras andinas, el crótalo de ríos y orquestas de los mares.
Quedó flotando un ambiente de paz, fervor cívico, libertad y floreció en luz la solemnidad de ese día. Ahí el recuerdo de los héroes y precursores, ese fuego de acción y preludio de futuras alboradas.
Pasaron los años y la fama de Jerónimo se hizo leyenda. La música de sus silencios aseguran ser escuchados en la Plaza de la Independencia y en su barrio La Recoleta. Otros sostienen que en el patio de su casa un árbol tiene la forma de su trompeta y de las ramas al viento se extienden sus melodías.
Leyendas y Tradiciones Quiteñas, 2007.
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