Septiembre, mes de vacaciones estudiantiles, es el mes consagrado a agradecer por la cosecha de los frutos que, desde los siglos, la madre tierra nos los ha ofrendado. Es el mes de la siembra y la cosecha desde la visión y realidad de los ancestros y antecesores que siembran y cultivan la materia prima para elaborar la chicha eterna del Yamor, donde confluyen 7 cereales mágicos que representan a nuestra identidad andina.
Septiembre de 1967 marca una nueva etapa de la Fiesta del" Yamor. "Un grupo de distinguidos jóvenes otavaleños, liderados por Efrén Andrade Valdospinos, Vicente Larrea, Plutarco Cisneros, Álvaro San Félix y Edwin Rivadeneira, entre otros, democratizan la fiesta y elaboran el proyecto de ordenanza que aprueba el Cabildo, siendo su presidente, Gustavo Moreano Loza. El Yamor se toma las calles, esboza una programación intercultural y el comité Ejecutivo se elige en magnas asambleas de representantes institucionales y barrios de Otavalo. Se oficializa la elección de la “Zara Ñusta." 1
Con esta motivación de positivos cambios, la Fiesta del Yamor convocaba a la participación activa del pueblo.
En esas nos encontrábamos en Otavalo. Yo, con 18 años, estaba en goce de mis vacaciones estudiantiles, recién salidita del internado. Los vecinos de mi barrio San Sebastián ya me habían "echado el ojo" para la Fiesta del Yamor.
Don Augusto Dávila F., enfervorizado y muy colaborador, recibía al presidente del barrio y a su comitiva: don Ernesto Cifuentes y a los vecinitos: don Luchito Galarza, César Garcés, Luchito Bucheli, Manuelito Aragón y toda la gallada de los amigos del barrio de los olleros de la Plaza de los Ponchos.
Aquella noche, mi papacito y más cómplices de la familia aceptaron el reinado del barrio y posteriormente, la candidatura para que terciara al reinado del " Yamor 67". A mí ni siquiera me preguntaron si estaba dispuesta o no, la decisión ya estaba tomada.
Seguidamente, todos colaboraron con plata y persona para la elaboración del carro alegórico, con voluntad y cariño inusitado. Todos trabajaban como abejitas: la familia, las amistades y los vecinos del barrio para que todo saliera a la perfección.
Eran otros tiempos, todos sentían a la Fiesta en el corazón. Solo entonces entendí a mi padre, su apertura y su gran colaboración. Contagiada por ese amor a Otavalo, esperé con ilusión el gran día: viernes, 8 de septiembre de 1967.
Las damitas concursantes eran: Ana Lucía Dávila Cisneros, Marianita Solines Coronel, Beatricita Gavilanes, María Luisa Cisneros, Zoilita Estrada, Zulay Villamarín, Pilar Ruales y yo, Hipatia Dávila Tena. Todas llenas de pavor y nervios
El parque Bolívar estaba repleto, no cabía ni una aguja. La tarima enorme, en forma de T, con andariveles y repleta de flores, nos animaba a cumplir con las tres presentaciones: traje de calle, traje típico y traje de gala.
Frente a mí se encontraban las autoridades nacionales, provinciales y locales, los invitados especiales y el flamante jurado calificador. Recuerdo muy bien, entre ellos, a la actriz otavaleña Toty Rodríguez que engalanaba la fiesta.
Cuando me tocaba ya mi primera salida, vi acercarse a Ernestito Cifuentes, agencioso y solidario que, al verme intranquila, me preguntó: "Patica, ¿está nerviosa?” Sí, le respondí. Entonces, agregó: " Sería bueno que se tome una copita, mijita, para que se le vayan esos nervios”. Así lo hice, tomé la bebida de un solo golpe.
Inmediatamente, se anunció mi nombre. Salí y caminé lentamente, sin noción de lo que verdaderamente me pasaba. Me sentía rara, veía a la multitud frente a mí, mientras escuchaba las barras frenéticas, diciendo mi nombre. Completamente mareada por el “puro de Íntag”, alcancé a llegar frente al jurado. Di media vuelta, sin cumplir el paseo estipulado y tantas veces repasado. Hice la veña y a mis espaldas, escuché unos sonoros aplausos. Ahora sí estaba aterrada, el efecto del "puro de Intag” había cumplido su efecto.
Más tarde, ya teníamos a la nueva soberana del inolvidable "Yamor 67": Ana Lucía Dávila Cisneros que fue coronada la misma tarde y noche.
1 Fragmento tomado del libro: "Los otros, todos que nosotros somos", de Marcelo Valdospinos Rubio.