Edgar Rodrigo Orbe Mena
Recopilación: Dorys Rueda
Otavalo, febrero 17, 2021

 

En esta tarde de lluvia y frío invernal, mirando casualmente el recorrido de un pequeño papel a través de la calle adoquinada  del pasaje donde habito, vienen a mi mente el Otavalo del ayer de calles empedradas, el humo de los viejos hornos calientes, espacios encantados, testigos inamovibles del quehacer ciudadano y en tardes similares a la de hoy,  me veo jugando con inusitado interés a los barquitos de papel con los familiares y amigos del barrio El Empedrado, en especial con mis eternos acompañantes de días y parte de las innumerables noches, mis primos hermanos: Gustavo(+), Marcelo, Marco y Raúl, protagonistas inconfundibles de estas y otras páginas dinámicas del ayer.

Cómo no añorar esos idílicos momentos, tardes encantadas en las calles empedradas del entorno familiar,  en las que se formaban gratuitamente espejos de agua, en los que podíamos mirarnos, en forma grupal o individual, íntegramente o en forma parcial. En especial nuestros rostros, con los que como hábiles  y expertos mimos jugábamos con gestos, motivo para surgiera la algarabía. Eran espejos delicados que recogían los detalles de nuestras imágenes, que no permitía comparar con la excelente calidad de la fotografía que lo realizaban Don Humberto Castro y Patricio Castro, padre e hijo, fotógrafos de profesión, que hacían milagros con sus retoques para contentar a sus clientes más exigentes.

En la euforia del juego, se producía un improvisado concurso de elaboración de los barquitos de papel que, por lo general, eran de papel periódico para echarlo a navegar y ver quién alcanzaba el mayor trayecto, se hundía o era el más rápido. Juego que nos llevaba minutos u horas, sin sentir el viento frío o el agua que cubría nuestros tiernos cuerpos, pues no había tiempo para la duda que nos iba a ser mal. En medio de la euforia, algún travieso, en el momento que estábamos extasiados, viéndonos reflejados en los singulares espejos, saltaba sobre ellos y se rompía el momento de encanto. Actitud de la que el grupo se contagiaba con facilidad y de pronto, estábamos adelantando el carnaval o tal vez atrasados de este juego popular, que es parte de la alegría popular.

El frío en estos momentos no aparecía, pero con el transcurrir de los minutos, ya hacía estragos el agua recibida con tanta alegría. No faltaban familiares, en especial nuestras mamitas que, entre amor y preocupación, nos pedían que nos retiráramos. Ante este llamado, como guambras necios, hacíamos caso omiso; ante esta resistencia traviesa, no faltó una correa, así como una toalla o una cobija que con cariño nos brindaran para combatir el frío que recién íbamos sintiendo. Atención que evitaba que nos enfermáramos, por ello, se iniciaba la deserción de uno a uno de los guaguas del barrio. En casa, nos esperaba una buena reprimenda, así como el halago caliente de una buena bebida de las manos de mamá para evitar un resfrío.

Al día siguiente, la reunión acostumbrada era para conocer cómo nos fue, qué nos hicieron. A unos les bañaron en agua caliente, otros recibieron primero una nalgada, a otros les sirvieron un cafecito caliente o la acostumbrada agua de cedrón con panela y naranja agria, y el pan de leche de la señora Carmelina.

Así se fue yendo nuestra infancia, entre juego y juego.

Estos hechos nos permitieron estrechar nuestra familiaridad, hermandad, vecindad y eterna amistad. Nos permitieron madurar al ritmo de los juegos tradicionales.

¡Fue una vida envidiable!

 

Portada: https://www.gettyimages.es/detail/foto/ecuador-otavalo-town-elevated-view-imagen-libre-de-derechos/sb10066937p-001?adppopup=true

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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