Por: Hugo Garcés Paz

 

Hay en la provincia de Imbabura una ciudad que, desde los primeros tiempos, ha ocupado un lugar preeminente en la historia del Ecuador.

Conocido primeramente como Sarance en el preincásico, pasó a llamarse “Otavalu” cuando la invasión de los incas y cuya resistencia a éstos es conocida y admirada. Con la conquista española fue uno de los dos corregimientos con que contaba la Real Audiencia de Quito: el Corregimiento de Riobamba y el Corregimiento de Otavalo.

Este último creado posiblemente por Gonzalo Pizarro, por el año de 1534, comprendía, entre otras, las siguientes poblaciones: Cayambe, Tabacundo, Atuntaqui, Cotacachi, Caranqui, Lita, Pimampiro, Cahuasquí, Mira, Guaca, Íntag, Tulcán, Ipiales, Pupiales, etc. Es decir que desde la mitad de la que hoy es la provincia de Pichincha hasta las poblaciones fronterizas con Colombia.

Otavalo, la cabecera de este corregimiento, contaba con una población de algo más de tres mil habitantes, varios de los cuales se hallaban dedicados a los obrajes que, desde un principio, tuvieron renombre, no solamente dentro del territorio, sino aun fuera del país.

Un buen día, durante la colonia, aparecieron por las inmediaciones de lo que constituía la plaza del mercado, tres mulas, en cuyos lomos llevaba cada una dos cajas, una a cada lado como para balancear el peso. Las bestias parecían cansadas, posiblemente por el largo camino recorrido. Una de ellas se acostó al lado occidental de la plaza, mientras las otras continuaron su camino. Permaneció por varias horas en esa posición sin que el dueño de aquella carga apareciera. La noche se avecinaba con rapidez, ante lo cual la curiosidad de los moradores aguijoneaba a quienes se habían congregado cerca del animal. Cada uno daba su opinión sobre el posible dueño. Alguien decía que el arriero debió haberse quedado en alguna parte por breves momentos y que al salir ya no encontró a las mulas. Aquel opinaba que quizá entró a comer en algún mesón y que pronto vendría, aquel otro creía que su dueño quizá sufrió algún accidente y era por eso que no había quién reclamara. En fin, cada uno se suponía algo sobre el particular.

Mientras tanto a uno de los curiosos se le ocurrió preguntar qué era lo que llevaba. Esta incógnita despertó más la curiosidad de los presentes y convinieron en descargar la mula para que descansara y buscara alimento y bebida que bien lo necesitaría a la vez que los demás trataban de desclavar una de las cajas para saber qué era lo que contenía y poder depositarlo en alguna parte.

Al abrir la caja se quedaron algo perplejos, pues, lo que contenían eran piezas de alguna imagen, quizá la de un santo. La curiosidad pudo más y comenzaron a armarlo y pudieron constatar que se trataba de las piezas que correspondían a un crucifijo, de tamaño de una persona, pero tan bien hecho, tan bien acabado que era una hermosa imagen, cuya expresión de angustia que precedía a su muerte de cruz, parecía real. Lo llevaron a alguna casa que quedaba por los alrededores hasta que alguien reclamase. Al día siguiente algunos curiosos habían averiguado el destino de las otras dos mulas, que podían haber llevado otras imágenes o que podían dar algún indicio de su dueño. La una se había dirigido al Norte y la otra al Sur. Preguntando por aquí y preguntando por allá, llegaron hasta Ibarra, donde supieron que la mula por la que se ocupaban se había dirigido hacia la población de Caranqui. No fue difícil seguir las huellas hasta allá. En efecto, había llegado en la Noche en mención y ahí se había quedado. La curiosidad pudo aquí, como en Otavalo, más que la prudencia y procedieron a abrir las cajas habiendo encontrado, también, la imagen de un crucifijo. La tercera mula había llegado a Quito y se detuvo a la entrada de la Iglesia de San Agustín donde rescataron la tercera imagen de Jesús Crucificado que se expone en uno de sus altares.

La imagen que había quedado en Otavalo fue armada y algún carpintero se encargó de fabricarle la cruz que faltaba a ese Cristo. Pero el sentir de casi toda la población fue que era evidente que el Señor deseaba quedarse en Otavalo y que habría que construir una iglesia en el lugar donde se había dirigido la mula con su celestial carga. Así se hizo y el templo se conoce ahora con el nombre de la Iglesia de San Luis, en uno de cuyos costados hay una hermosa capilla consagrada al Crucifijo.

De tal manera parecen reales los sufrimientos del Cristo y se refleja en él la angustia, que el pueblo le bautizó con el nombre de Nuestro Señor de las Angustias. ¿Quién de los otavaleños no conoce al Señor de las Angustias? ¿Quién no se habrá arrodillado a sus plantas para implorar una gracia o su perdón? Así nos lo enseñaron nuestros mayores y todo otavaleño que regresa a su tierra natal, aun cuando sea por pocas horas, se da tiempo para hacer una visita al Señor de las Angustias.

El 3 de mayo se conmemora la Invención de la Santa Cruz, esto quiere decir en términos más sencillos, el día en que fue encontrada la Cruz en que fue crucificado Jesucristo, de cuyos maderos se saca una pequeñísima astillita para colocarla en el anillo que tienen cada uno de los obispos de todo el mundo. Esta es la razón por la cual se besa su anillo, o la esposa como se le conoce vulgarmente.

Pues, bien, el 2 de mayo por la noche, vísperas de la fiesta, se congregaba el pueblo otavaleño en la Iglesia de San Luis para asistir a la distribución, esto es, ciertos actos litúrgicos que se celebran, con toda solemnidad y pompa, de cinco a seis de la tarde para luego salir a la plaza a presenciar los fuegos artificiales: castillos, vacas locas, buscapiés, voladores y todo lo que se había inventado al respecto, espectáculo que duraba hasta cerca de la media noche.

Terminadas estas manifestaciones de regocijo, hace algunos años, varios de los fieles regresaban al templo para pasar aquella noche en oración ante la Cruz redentora de la humanidad; y el resto de personas regresaban a sus hogares, también a velar la Cruz, aun cuando de esto solo tenía el nombre, puesto que se trataba de entretenerse jugando entre parientes y amigos que, especialmente, habían sido invitados. Se jugaba a las “tortas”.

Torta se llamaba a la semilla de una legumbre parecida al fréjol, pero achatada, no comestible y que se da en plantas de enredadera, exactamente igual a la del fréjol, y que salían al mercado por esa fecha, pasada cuya temporada no valía nada. Se jugaba a la bomba en la que cada jugador ponía un número determinado de tortas y por turno golpeaban con una torta más grande, llamada “cacha”, en la bomba y todas las que se escapaban del círculo eran para quien las había sacado; el momento en que no  sacaba nada perdía el turno y continuaba otra persona. Se jugaba a la perinola, pequeño cubo de madera que termina, por el un lado en una pirámide sobre cuyo vértice baila por el impulso que se le da por el otro extremo que termina en un cilindro de cuatro milímetros de diámetro; en sus costados tiene cuatro iniciales que representan una palabra cada una: la T, quiere decir todo, y da derecho al jugador para llevarse todas las tortas que se hallan en la mesa y que han sido puestas por los jugadores. Opuesta a la T, está la D que quiere decir que deje de jugar, por lo tanto quien le ha hecho bailar no tiene derecho a nada. A un constado de estas letras está la S, saque, lo que le da derecho a tomar un par de tortas de la mesa. Opuesta a la S, está la P, ponga, con lo que tiene la obligación de poner un par de tortas en la mesa de juego. Se jugaba al banco, a la baraja (veintiuna), pares o nones, etc. Indudablemente con estos juegos y de vez en cuando un canelazo, se pasaba si no toda la noche, por lo menos una gran parte de ella y se decía que habían estado “velando la Cruz”.

Al siguiente día, 3 de mayo, se celebraba la gran fiesta del Señor de las Angustias, con misa cantada, con tres padres, un hermoso sermón preparado con anticipación por uno de los oradores sagrados, etc, etc., todo eso en honor del Señor de las Angustias y costeado por los priostes.

 
Leyendas y Tradiciones del Ecuador, Tomo I, Ediciones Abya-Yala, 2007
 

 

Hugo Garcés Paz: obtuvo el título de Normalista y el de Licenciado en Ciencias de la Educación. Ha seguido algunos cursos postgrado, tanto en el país como en el exterior.

Fue profesor de Escuela Primaria, de planteles de Educación Media y educación Superior. En el Ministerio de Educación desempeñó el cargo de Director del Departamento de Planeamiento Integral de la Educación, a lo que habría que añadir el desempeño de la Cátedra de Investigación Científica por más de 20 años.

En 1973, la OEA solicitó el nombre de Hugo Garcés Paz para hacerlo constar en el Índice Bibliográfico de Carácter Internacional, dentro de los especialistas en Educación.

 

Portada:
Santuario del Señor de las Angustias (Oavalo, Ecuador)
 

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
  • mailelmundodelareflexion@gmail.com
  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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