Te pienso, Vri, desde el aleteo de una mariposa,
desde la innoble humedad de los secretos,
desde la perspectiva inútil de los sueños.
Hay noches en las que arden todos mis hielos, Vri,
y no hay silencios en que pueda acurrucarme.
Sentado sobre mi sofá (largo, mentiroso y cruel),
mis huesos permanecen, como en un velorio, a la espera de tu cuerpo milagroso.
La luna entre tus muslos es un seducción ciega,
es la convocatoria urgente a todas las preguntas,
es la duda que enciende las praderas imposibles,
es el desafortunado amor inalcanzable y animal,
es el placer que se extingue en todos los espejos.
Todo se confunde, Vri, entre el deseo coyuntural, entre la necesidad de abrir los pétalos de tu voz,
entre los vicios que dejas amontonados, entre las cosas que todavía no debemos nombrar.
Hay días en que son tan inertes las mañanas,
días en los que muero de ganas de existirte, Vri,
días que nunca recuperaremos entre los susurros,
días tan inverosímiles como yo cuando te espero.
Rubén Darío Buitrón
13 de mayo de 2025
LA ESPERA
Hay poemas que no se leen, se escuchan por dentro. "Te pienso, Vri", de Rubén Darío Buitrón, es uno de ellos. El texto despliega innumerables temas: el deseo, el dolor, la ausencia que cala, el lenguaje que titubea. Pero desde sus primeros versos, hay uno que se desliza con sigilo, como un eje invisible que cruza el poema sin pronunciarse del todo: “la espera”. Una presencia constante, sutil y profunda que ha motivado esta reflexión. No busco interpretar el poema, sino acompañar el movimiento íntimo de ese tema que atraviesa todo el texto. “La espera” no se presenta aquí como simple transcurso del tiempo, sino como núcleo emocional que sostiene la escritura y revela lo que muchas veces no puede decirse en voz alta.
La primera forma de "espera" que se manifiesta en el poema es la caída solitaria. No hay ruido en ese derrumbe interior, no hay dramatismo exterior. Solo el temblor de un yo poético que repite el nombre de la ausente "Vri" sin obtener respuesta. El tiempo se suspende, se distorsiona y el lenguaje apenas alcanza para sostener el vértigo. El hablante lírico ya no sabe si existe fuera del deseo, fuera de esa espera. No se trata de aguardar un regreso, sino de habitar un estado de fractura donde cada instante duele. Esa fractura se enuncia con crudeza en versos como: "Hay días en que son tan inertes las mañanas, / días en los que muero de ganas de existirte, Vri", donde la “hipérbole” amplifica el sufrimiento del hablante, mostrando cómo la ausencia se vuelve abrumadora.
La segunda forma de "espera" que subyace en el poema es la espera del sentido. Ya no se desea un encuentro físico, sino una señal que ordene el caos emocional. Se piensa desde lo intangible: "Te pienso, Vri, desde el aleteo de una mariposa, / desde la innoble humedad de los secretos, / desde la perspectiva inútil de los sueños". Aquí, la “metáfora” compara los pensamientos con el "aleteo de una mariposa", sugiriendo una fragilidad efímera, casi imposible de atrapar, que refleja la naturaleza incierta y fugaz del deseo. En esta espera no hay respuestas, solo interrogantes que se lanzan al vacío. El amor no es una certeza, es un enigma que se intenta decodificar desde lo frágil, desde lo imposible.
La tercera forma de "espera" que se muestra en el poema es el lenguaje contenido. Existen verdades que aún no pueden ser dichas, palabras que tiemblan bajo el peso del silencio. El hablante poético habita el borde del lenguaje, con el deseo de romperlo, pero también con el miedo de lo que podría suceder si lo hace. "Todo se confunde, Vri, entre el deseo coyuntural, / entre la necesidad de abrir los pétalos de tu voz, / entre los vicios que dejas amontonados, / entre las cosas que todavía no debemos nombrar". La repetición de la palabra "entre" forma una “anáfora” que refuerza la sensación de que las palabras no alcanzan para expresar la complejidad del sentimiento. En este umbral, la espera se convierte en un tiempo suspendido: el tiempo que antecede al verbo, a la confesión, al acto de decir lo indecible.
La cuarta forma de "espera" que se revela en el poema es la espera de aquello que se sabe inalcanzable pero que igual se desea. Es una espera paradójica, una forma de insistencia contra la certeza del no. El hablante no ignora que lo que anhela es en cierta forma imposible, pero persiste. La conciencia de la irrealidad no reduce el deseo; al contrario, lo intensifica. Se expresa con intensidad en los versos: "La luna entre tus muslos es una seducción ciega, / es la convocatoria urgente a todas las preguntas, / es la duda que enciende las praderas imposibles, / es el desafortunado amor inalcanzable y animal, / es el placer que se extingue en todos los espejos". Aquí, el cuerpo de Vri se convierte en símbolo de lo que no se tiene. No es solo deseo carnal, es la representación poética del amor ausente, del fuego que arde y se apaga en los reflejos. La luna, la duda, lo inalcanzable y lo animal forman una constelación de imposibilidades que, sin embargo, siguen atrayendo. La espera no es una pausa antes del encuentro, sino una forma de vivir dentro lo que posiblemente no ocurrirá.
La quinta forma de "espera" que se manifiesta en el poema es la espera detenida por la contradicción. Es la forma de espera que se origina en el conflicto entre el deseo y la imposibilidad de concretarlo. La voz poética se encuentra inmovilizada por fuerzas opuestas: por un lado, la urgencia de amar y decir; por otro, las barreras tácitas que impiden que ese amor se exprese. Esta contradicción se presenta en los versos: "Todo se confunde, Vri, entre el deseo coyuntural, / entre la necesidad de abrir los pétalos de tu voz, / entre los vicios que dejas amontonados, / entre las cosas que todavía no debemos nombrar". Aquí, la “antítesis” entre el deseo y la imposibilidad de manifestarlo se profundiza. El amor no se reprime por falta de intensidad, sino porque está envuelto en una red de silencios, de normas invisibles, de palabras prohibidas. La espera se vuelve una forma de suspensión: no por falta de sentimiento, sino por exceso de realidad.
La sexta forma de "espera" que subyace en el poema es la espera sin refugio. No es solo la ausencia de quien se ama, sino la ausencia de un lugar donde resistir el dolor. El hablante lírico no encuentra cobijo ni siquiera en el silencio, que suele ser espacio de recogimiento. Así lo expresa el verso: "no hay silencios en que pueda acurrucarme". Esta imagen de desamparo utiliza la “personificación” al tratar al silencio como si pudiera ser un espacio físico donde uno se puede refugiar. Esta figura revela una espera desprotegida, desnuda de consuelo, donde incluso los propios pensamientos se vuelven inhóspitos. Y, sin embargo, paradójicamente, la voz poética parece aferrarse a ese mismo sentimiento que lo despoja. Si no puede refugiarse en sí mismo ni en la palabra, se refugia en lo único que le queda: el acto de esperar. Es decir, el amor, aunque duela, se convierte en su único abrigo.
La séptima forma de "espera" que se evidencia en el poema, más silenciosa pero profundamente humana, es la espera del reconocimiento. No se aguarda aquí un gesto, un abrazo o una respuesta. Se espera ser visto. Reconocido. Validado. La espera se convierte en el anhelo de que el otro sepa que se le espera, que se reconozca la existencia del que ama. Esta dimensión se condensa en el verso: "días tan inverosímiles como yo cuando te espero". El yo lírico que espera se siente irreal, inverosímil, como si su amor no tuviera peso si no es percibido por el otro. La espera, entonces, se vuelve también una forma de preguntarse si se existe fuera de la mirada amada, si la emoción tiene sentido sin testigo. Esperar es, en este caso, necesitar ser afirmado por el amor que no responde.
La octava forma de "espera" que se vislumbra en el poema es el deseo de un significado compartido. No se espera ya una presencia física ni una palabra pronunciada, sino algo más profundo: coincidir en la comprensión del dolor, del anhelo, de la incertidumbre. Esta dimensión está contenida en el verso: "es la convocatoria urgente a todas las preguntas". Allí no hay exigencia, hay deseo de comunión: que el otro sienta la misma pregunta, que participe de la misma duda. El hablante lanza su voz como quien extiende una pregunta en la oscuridad, esperando que en algún lugar alguien más la escuche desde el mismo temblor. La espera, en este caso, es una búsqueda de resonancia interior, un intento por no vivir la experiencia amorosa en total soledad, sino en posible reciprocidad, aunque sea silenciosa.
Y la última forma de "espera" que se retrata en el poema es la espera del deshacimiento. No se trata de esperar al otro, sino de esperar que algo en uno mismo ceda, se rompa o se libere. Es una forma de espera que se dirige hacia adentro, donde el dolor no solo se sufre, sino que se contempla como un proceso inevitable. Se insinúa en versos como: "mis huesos permanecen, como en un velorio, a la espera de tu cuerpo milagroso". El cuerpo no solo espera, se vela a sí mismo, como si anticipara su propio final. Esta espera no busca un cambio externo, sino una transformación íntima, como quien intuye que el amor, al no llegar, terminará por desarmarlo por completo.
En suma, la espera, en lo más profundo, no reclama ni exige certezas. No busca cumplir tiempos ni garantizar respuestas. Es presencia sin presencia, latido sin sonido, fuego que arde aun sin oxígeno. Esperar, a veces, es seguir creyendo sin pruebas, es persistir con los ojos cerrados, es quedarse habitando una ausencia con la misma devoción con la que otros celebran una presencia. Y en esa fidelidad sin condiciones, el alma encuentra su forma más pura de permanencia.
Tal vez por eso, en el poema "Te pienso, Vri" de Rubén Darío Buitrón, la espera no se extingue: se transforma en escritura, en lenguaje contenido, en vida suspendida entre lo que fue y lo que quizá nunca suceda. Es una forma de amar sin el amparo del tiempo, sin la presencia del cuerpo, sin la seguridad de la respuesta. La fidelidad a lo ausente se convierte en permanencia: un acto silencioso de resistencia emocional. No hay gesto más humano y poético que seguir amando incluso cuando ya no se sabe qué se espera.
Porque la espera, en sus múltiples matices dentro del poema de Rubén Darío Buitrón, no es solo un intervalo: es una forma de amar sin horizonte, de buscar sin hallar, de decir sin pronunciar. Es una caída persistente, una plegaria sin respuesta, una sombra que sigue viva en medio del silencio.
Dorys Rueda, Reflexiones personales, 2025