A veces, lo que verdaderamente perdura no se mide en los años transcurridos ni en el paso del tiempo, sino en la profundidad de ciertos momentos. Instantes efímeros, como un encuentro breve, donde las palabras quedan suspendidas en el aire, esperando a ser pronunciadas; una mirada que se cruza en un parpadeo, pero que, con su intensidad, dice más que cualquier discurso. Gestos inesperados, que surgen de lo espontáneo, como una caricia furtiva o una risa compartida en el instante menos esperado, que se desvanecen rápidamente, pero dejan una huella cálida en el alma. Incluso el peso de un silencio, cuya quietud, cargada de significado, habla más que todas las palabras. Son esos momentos fugaces los que se enlazan con lo más profundo de nuestras emociones y deseos, transformándose en experiencias que se graban con fuerza en nuestra memoria. Así, lo que parecía disiparse en un instante se convierte en una marca indeleble. A menudo, esta huella no es consciente, sino que se implanta en las capas más profundas de nuestra mente, donde lo vivido se amalgama con lo no dicho, lo olvidado o lo reprimido, hasta que emerge de manera inexplicable en los momentos más inesperados.
A lo largo del tiempo, esos recuerdos no solo permanecen, sino que se reconfiguran, adaptándose y expandiéndose dentro de nuestra narrativa personal. Lo que antes fue solo un destello, un soplo, se convierte en el cimiento sobre el que se edifica nuestra visión del mundo y nuestras decisiones futuras. Cada momento, aunque no vivido a fondo, vuelve a presentarse, adquiriendo nuevas capas de relevancia. La memoria, como un artesano paciente, talla lo efímero hasta convertirlo en un referente que sigue guiando nuestros pasos, ya sea en lo cotidiano o en los momentos decisivos.
La relación con lo fugaz también cambia con el paso de los años. Lo que antes pasó desapercibido, ahora se revela como la raíz de lo que nos ha formado. En el devenir del tiempo, esos momentos se convierten en algo mucho más que recuerdos; se transforman en las claves para entender nuestra respuesta ante los desafíos, nuestras reacciones frente a las adversidades y las elecciones que consideramos dadas. Lo que en su origen era efímero se convierte en una semilla que sigue germinando y renovando la manera en que nos enfrentamos a la vida, incluso cuando las circunstancias han cambiado.
Dorys Rueda, Reflexiones personales, 2025