El silencio, como la palabra más profunda de la tristeza, no es simplemente la ausencia de sonido, sino una forma de comunicación densa y cargada de significado. En este espacio sin palabras, las emociones que no pueden ser expresadas encuentran su cauce. Cuando el dolor alcanza tal intensidad que el lenguaje pierde su capacidad para abarcarlo, el silencio emerge como el único medio capaz de transmitir lo inefable. Este silencio no es vacío; es un espacio lleno de resonancias internas, donde lo no dicho se extiende y se despliega con una presencia que lo invade todo. No necesita ser oído para ser comprendido, porque se siente en cada rincón del ser.

A través de este silencio, lo que no se puede verbalizar se transforma en una forma tangible, una presencia que crece y se expande sin ser vista. Las emociones, en lugar de desbordarse en palabras, se convierten en sombras que se proyectan en el aire, tocando todo lo que encuentran a su paso. Son presencias invisibles que se extienden como una niebla sutil pero profunda, llenando cada espacio sin ocuparlo por completo. Este tipo de silencio no es una ausencia, sino un campo donde lo irremediable y lo incomprendido encuentran su lugar, un espacio en el que la tristeza puede desplegarse con total libertad.

En este silencio, la tristeza no busca consuelo ni resolución; simplemente existe, en su máxima expresión, sin necesidad de ser entendida. Su presencia no requiere de palabras ni de explicaciones, pues en su quietud se encuentra una verdad profunda que no puede ser contenida. Aquí, la tristeza se despliega como una fuerza que se siente, no como un problema que debe resolverse, sino como una experiencia completa en sí misma.

 

Dorys Rueda, Reflexiones personales, 2025.

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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