En la quietud de la noche, mi pluma, blanca como la bailarina que se desliza suavemente sobre el escenario, comienza su movimiento. En ese momento, el espacio y el tiempo se diluyen y todo se reduce a la sensación de fluir, de estar en pleno movimiento sin prisa ni limitaciones. Mi pluma blanca no sigue una coreografía predefinida; se mueve con la libertad de una bailarina que improvisa, encontrando su propio ritmo bajo la guía de mis pensamientos. La tinta, azul y profunda, fluye con naturalidad sobre el papel, como un paso de danza que toma forma en el aire, y cada palabra trazada encuentra su lugar sin esfuerzo, como un movimiento que se acomoda de forma natural en el espacio.

Cada palabra que escribo es un movimiento que surge desde lo más profundo, como un giro espontáneo nacido del impulso creativo, no de la planificación. Mi pluma blanca se extiende y se recoge con la misma fluidez de un cuerpo en danza, moviéndose sin reglas estrictas, buscando el equilibrio entre la expansión de las ideas y su contención en palabras. Al igual que en el ballet contemporáneo, donde la bailarina se libera de las restricciones, mi pluma blanca se deja llevar por la libertad del momento, sin obsesionarse con la perfección, sino buscando la esencia de lo expresado. La escritura no busca precisión, sino un flujo constante de energía, como una coreografía en constante evolución, que toma forma mientras se despliega, adaptándose y transformándose en su propio ritmo.

Como escritora, aunque aún aprendiz, me dejo llevar por la disonancia y la armonía que emergen entre las palabras, al igual que una bailarina que se entrega a la tensión entre el movimiento y el espacio. Mi pluma blanca no rehúye los momentos de desconcierto; los atraviesa, los abraza y los convierte en parte de la danza. Lo que creo no es solo texto, sino un espacio donde los pensamientos se entrelazan, se expanden y se transforman, como un cuerpo que se estira, se recoge y se reinventa. Mi pluma  blanca y yo, juntas, formamos un espacio de libertad, donde cada trazo, cada palabra, surge de la experimentación constante, como un movimiento en busca de su propia fluidez.

Cuando la danza de mi pluma blanca llega a su fin y el texto adquiere su forma sobre el papel, el proceso aún no ha concluido. Es entonces cuando traslado lo creado al computador, donde comienza el trabajo de revisión y perfección. La obra entra en su fase de pulido, un proceso de refinamiento en el que ajusto cada palabra, cada frase, como una bailarina que regresa al escenario para afinar sus movimientos, corrigiendo gestos y perfeccionando detalles hasta lograr la fluidez y armonía deseadas.

 

 Dorys Rueda, Reflexiones personales, 2025.

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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