El silencio, esa palabra que no se pronuncia, pero todo lo dice, no es simple ausencia de sonido: es una voz profunda, cargada de sentido y sombra. En ese espacio donde no hay palabras, las emociones que no encuentran nombre hallan su cauce. Cuando el dolor desborda los márgenes del lenguaje, el silencio se alza como el único modo de decir lo que no puede decirse. Y en esa callada intensidad, no hay vacío: hay resonancias. Lo no dicho se despliega con fuerza, invade, habita. No necesita ser oído: se siente.
Es ese instante en el que dos miradas se cruzan tras una pérdida y ninguna palabra es necesaria. O cuando alguien entra a una habitación y, sin tocar nada, permanece de pie frente a una fotografía. El silencio dice todo lo que la boca no se atreve. Una pausa en medio de una frase puede pesar más que el discurso entero. Hay silencios que hablan más alto que los gritos.
Lo que no se verbaliza se vuelve presencia. Ese callar profundo toma cuerpo. Se expande como niebla invisible que lo cubre todo sin ocuparlo. Las emociones, entonces, no salen: se filtran. Como una madre que acaricia el abrigo de un hijo ausente, en ese gesto que lo dice todo. Como quien contempla la lluvia, dejando que el recuerdo caiga con cada gota. Son gestos mínimos, pero infinitos.
Este silencio no es ausencia. Es territorio. Es refugio y es herida. Es el lugar donde lo incomprendido y lo irremediable encuentran forma. No exige explicación. No busca alivio. Solo permite estar.
Y en ese estar, la tristeza no pide consuelo. No anhela palabras, ni las necesita. Basta con existir, con latir bajo la piel, con deslizarse por dentro como un río callado. Es como sentarse en el borde de una cama vacía sin saber por qué. O como oír una melodía antigua que, sin aviso, trae de vuelta lo que ya no está
En suma, el silencio no es una herida que deba curarse. Es una vivencia que se despliega por completo. Habita en la pausa. Vive en lo que no se dice. Y en su quietud, en esa hondura sin voz, habita una verdad que no se puede nombrar, pero que deja una huella imposible de olvidar.
Dorys Rueda, Reflexiones, 2025.