Gladys Rengifo Dávila
Quito, sucesos entre marzo y agosto del 2020
 

Vivo en la ciudad de Quito desde hace muchos años. La pandemia por el Covid 19, un virus también conocido como coronavirus, nos vino de repente, como si fuera un tsunami de esos que sabemos que aparecen en sitios lejanos como Tailandia o Japón y que solo se ven y se sienten por televisión.

Era algo lejano cuando el coronavirus apareció, pero llegó a nuestro país como si hubiera tomado un avión con propulsión a chorro, nos cogió desprevenidos y sin nociones de su apariencia y su bagaje viral destructivo.

Al principio todos obedientes y con temor, no queríamos ni asomar las orejas por las ventanas de nuestras casas, a tal punto que las calles eran desiertas. Me acordaba de las películas del oeste donde arrastradas por el viento rodaban matojos de paja y hojarasca, tomándose las calles con gran desfachatez sin un alma que se les cruzara.

Los chinos fueron nuestros primeros maestros y estábamos pendientes a diario de lo que ellos hicieron para sobrevivir. Luego, se convirtieron en nuestros primeros gurús. Si por ahí aparecía una señora con un botellón de plástico en la cabeza, nosotros también lo hacíamos; amén de haber corrido a vaciar los supermercados, comprando todo lo que se nos ocurría para abastecer una dura cuarentena, muy especialmente, comprar el papel higiénico en grandes cantidades, ya que nos quedaba un resquicio de temor de no contar con esa gran comodidad y satisfacer nuestros hábitos.

Nuestro querido Guayaquil fue el primer herido en caer en esta horrible batalla. Me llamaron unos amigos del exterior para preguntarme si era cierto que estaban dejando muertos en las calles, eso me horrorizó y por vergüenza busqué justificaciones tontas para que nuestro país no quedara tan mal. Lo cierto es que la Pandemia nos ganó la primera jugada y nos dio una gran estocada. Todavía no conocíamos bien a nuestro enemigo y hasta ese momento, creíamos que a nosotros no nos pasaría igual.

En Quito, vitoreamos a nuestro Alcalde por su gran sapiencia y alborotamos cacerolazos -bien merecidos-, por nuestros héroes, médicos y personal de salud, aunque ahora nos va importando cada vez menos y hasta a veces los olvidamos. Pero las crecientes estadísticas nos avientan el balde agua fría, con el cual nos despertamos a la realidad y sabemos que este virulento erizo nos puede ahogar hasta morir.

Desde la casa, trabajamos, limpiamos, cocinamos, educamos a hijos pequeños y grandes. A estas alturas, se nos ha dado por reeducar a los millennials con los que vivimos…. Misión imposible…. Simplemente, porque ahora ya somos otra generación. Hoy en día, somos los baby-boomers, suena bonito, pero no es bonito…. Estos dos segmentos marcan grandes diferencias, muy profundas. La mayor parte de las veces ellos terminan por reeducarnos a nosotros y reconozco que hay mucho que aprender.

Ahora  entiendo que todos somos realmente iguales, no importa el género o el color de la piel; que el plástico debe desaparecer antes de que acabemos con nuestro bello planeta; que la comida debe ser más sana y que nuestros perros son hermanos, (todo eso ayudó a mi liviandad no solo corporal sino mental). Por lo tanto, Intentar que un millennial se convierta en Baby-boomer en el hogar,  es algo así como querer conciliar un matrimonio fallido, incluyendo las discusiones diarias y el fracaso a flor de piel.

Luego de ir contando más de 70 días, los colores del semáforo fueron un atisbo de libertad y las autoridades nos enseñaron que los colores rojo y amarillo pueden ser tornasolados. El rojo se hace amarillo algunas veces y el amarillo se hace rojo en otras. El verde no existe todavía, es el color de la vacuna y de la esperanza.

Con el color amarillo, nos viene una añoranza irresistible de todo el pasado vivido y desafiando al monstruo salimos de la casa, vistiendo el nuevo uniforme de la humanidad que consiste en un tapabocas que te borra la identidad, pero te resguarda la vida.

Yo creo que el mejor color siempre seguirá siendo el blanco de mi cocina, donde por algunas horas cocino mis ideas, sazono mis anhelos, me embeleso con el Facebook y hasta hago una oración furtiva por la gente que amo y no puedo abrazar. De regreso a mi realidad y evadiendo la ansiedad, vuelvo a probar la salsa gourmet que se espesa en mi encimera.

Las noticias dicen que hay mucha gente que perdió el empleo, hoy cerraron algunos hoteles conocidos, ni el último feriado los salvó. Los centros comerciales perdieron su encanto y cerraron varios locales, en las redes sociales se publica que el espinado coronavirus se va engullendo todo; hoy vi una mujer con su bebé a la espalda pidiendo comida en la calle y en Facebook se publica que una familia entera se contagió del virus y no hay quién trabaje para llevar la comida y medicinas a su casa. A veces creo que el cerco de protección se estrecha cada vez más y veremos al virus cara a cara.

Hemos pensado en todo para el momento de ese encuentro, desde la limonada caliente a las consultas al médico más atinado, el frasquito del homeópata que nunca debe estar cerca del celular, el líquido ámbar tan prometedor que nos recomienda el suizo/alemán, los medicamentos caros de una farmacéutica francesa, el yoga que nos ayuda a respirar, la inyección con la que se inocula al ganado,  etc. etc. Hasta soñamos con una vacuna que no solo nos cure la enfermedad sino que nos saque de este mal aire.

Rusia dijo ayer que ya tiene lista una vacuna y con esta noticia, el humor popular comenzó a descargar toda su parranda en redes sociales por la alegría de contar con esta certidumbre.

La humanidad volverá a sobrevivir a esta pandemia, somos capaces de sobreponernos a la adversidad, hemos aprendido a caer y a levantarnos con una actitud vital positiva. Todos amamos la vida y queremos caminar los tiempos, solo queremos poder contar esta historia a nuestros nietos, porque ya somos protagonistas del suceso.

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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