Jorge Ampuero Vacacela
Anduvo el hombre más de 50 años evitándose a sí mismo. Nunca recordaría cuándo comenzó esa cacería despiadada y cruel, lo cierto es que un día dijo basta, hasta aquí me acompañaste, hasta aquí me pesas en la espalda, hasta aquí compartiremos la existencia.
Como era costumbre, ese viernes se levantó temprano, se vistió con su camisa a cuadros rojos, se preparó un café sin azúcar y salió en su caballo a trote pausado, como quien tiene una cita inevitable con el destino pero, por alguna extraña razón, quiere hacerse esperar.
En la hacienda Los Álamos algunos peones lo vieron pasar con rumbo al río grande, que en esos días había ganado en furia y tamaño por las últimas lluvias. Un viento fresco le rozó el rostro severo y decidido. Nadie notó nada. Solo él sabía lo que iba a pasar.
A poco de llegar hizo un recuento pormenorizado de todo lo que había vivido con ella, de todo su inútil acompañamiento, de toda esa existencia encaminada al olvido, al abandono, a la soledad, de todos los pasos dados y que no habían dejado huellas. ¿De qué sirve la sombra de uno? ¡De nada! ¡Absolutamente de nada!
Cuando llegó al sitio indicado -muy cerca del cementerio- y a la hora señalada, no pudo evitar mirar hacia atrás. Y allí estaba, de su mismo porte aunque un poco alargada. Se movía a su mismo ritmo, lenta y obediente, como una mascota envejecida. No tenía la menor sospecha de que en unos minutos perdería toda posibilidad de ser, de seguir siendo.
Don Efraín, campesino curtido de bigote blanco y geométrico, revisó su escopeta dos veces; comprobó que la distancia entre él y su objetivo era la misma de toda la vida, que no había nada ni nadie que pudiera indultar ni perdonar a su sombra, y disparó, disparó todo lo que más pudo hasta caer de espaldas sobre las raíces sobresalidas de un mango añoso. Su caballo apenas se sobresaltó pero relinchó.
Tras la descarga miró por sus cuatro costados, revisó todos los espacios posibles, los árboles cercanos, las ramas más altas y hasta un pedazo de viento fue interrogado sobre el posible paradero. No había nada, ni el más mínimo rastro de su sombra.
Desde entonces, desde ese asesinato larga y minuciosamente preparado, mi abuelo Efraín anduvo sin sombra alguna hasta que, a los 98 años y cumpliendo de alguna forma aquello de que el asesino siempre vuelve al lugar del crimen, se reencontró con ella para siempre en una tumba... Al menos, eso es lo que comenta todo el pueblo.
COMENTARIO
Dorys Rueda
Mayo, 2025
En este relato de Jorge Ampuero Vacacela, uno de los temas clave es la lucha interna del ser humano contra sus propios demonios, simbolizados por la sombra. Esta no es solo una proyección física, sino un reflejo de los tormentos y decisiones no resueltas del protagonista, Don Efraín. Este tema aborda la constante batalla interna entre lo que uno desea ser y lo que en realidad es, y cómo esta lucha puede llegar a volverse insoportable. La sombra, en este contexto, se convierte en un símbolo de la culpa, los errores pasados y la incapacidad de liberarse de uno mismo, lo que da lugar a la acción desesperada del protagonista de intentar erradicarla, como si pudiera eliminarse a sí mismo de su propio ser.
Otro tema que se explora es la relación entre el hombre y su entorno natural, especialmente la hacienda y el río, que adquieren significados simbólicos dentro de la narrativa. El río grande, desbordado por las lluvias, es un espacio cargado de fuerza y naturaleza descontrolada, lo que puede interpretarse como la representación de la vida de Efraín: incontrolable, tumultuosa y arrastrada por la corriente del tiempo. Este vínculo entre hombre y naturaleza refleja cómo los seres humanos intentan, muchas veces infructuosamente, tomar control sobre fuerzas externas e internas que, finalmente, siguen su propio curso, sin que el individuo pueda detenerlas. La conexión de Efraín con el río y su marcha hacia ese destino lo coloca en una encrucijada entre la naturaleza y su propia naturaleza interna.
Finalmente hay un tema filosófico y existencial que subyace en el cuento: el sentido de la muerte y la inevitabilidad del destino. Al final del relato, Efraín, tras haber asesinado a su sombra, regresa al lugar del crimen, encontrando finalmente la paz en su tumba. Este retorno al cementerio plantea una reflexión profunda sobre el concepto de la muerte como un regreso a los orígenes, a la tierra de la cual todos venimos. La muerte, lejos de ser un escape, se convierte en la última forma de confrontación con uno mismo. La inevitable vuelta al origen, en la tumba, refleja cómo, a pesar de los esfuerzos por liberarse de los traumas y las cargas emocionales, el destino siempre se cierra en un ciclo que remite al pasado y a los primeros instantes de existencia, donde no hay escape ni liberación absoluta.