
San Vicente de Chitacaspi era un pintoresco pueblo donde el sonido de las risas llenaba el aire y la alegría se reflejaba en cada rincón. Los niños jugaban felices en las calles, mientras las familias vivían en armonía y bienestar.
En el pueblo, había un pequeño puente que cruzaba una acequia, un riachuelo que se desbordaba cuando llovía mucho. Aunque el puente no era grande ni demasiado resistente, todos lo cruzaban con cautela, pues si no tenían cuidado, ¡podían caer al agua! Como dice el refrán: "Más vale prevenir que lamentar", ya que siempre es mejor estar alerta y evitar posibles contratiempos.
Un día, cuando tenía siete años, fui con mi hermanita Juanita a buscar agua al río. Para llegar, teníamos que cruzar un puente. Mi hermana cruzó rápidamente, pero yo, que era un poco miedosa, me resbalé y casi caí al agua. ¡Qué susto me dio! Justo en ese momento, Adán y Lauro, nuestros vecinos, me tomaron por los pies y me salvaron. Si no hubiera sido por ellos, ¡el agua me habría arrastrado!
Desde ese día, todas las noches ocurría algo muy extraño. Un duendecito pequeño, con un sombrero grande de paja, venía a mi ventana. Tenía la piel muy blanca y los ojos azules, como el cielo en un día despejado. Siempre se reía y me llamaba por mi nombre. Me traía pan y naranjas, pero cuando miraba el pan, ¡me daba cuenta de que no era pan de verdad! ¡Olía horrible! Y las naranjas no eran normales, ¡eran de una planta venenosa! Eso me asustaba mucho, pero él seguía viniendo todas las noches...
Mi mamá se dio cuenta de lo que pasaba y me dijo que quizás el duende quería llevarme al bosque y eso no era bueno, porque nunca más podría regresar a casa. Entonces, decidió ir a hablar con el sacerdote del pueblo. El padre le dijo a mi mamá que, para protegerme, debía hacer la Primera Comunión. Así, estaría bajo la protección de Dios y el duende ya no podría molestarme más.
De hecho, el día de mi Primera Comunión, me sentí muy feliz y cuidada. ¡Y como por arte de magia, el duende nunca volvió a aparecer! Desde ese momento, ya no sentí más miedo.
Aprendí que no todo lo que parece divertido o intrigante es lo mejor para nosotros. Es importante prestar atención a lo que dicen los adultos y seguir sus consejos, porque siempre desean cuidarnos y guiarnos por el camino correcto.