Era una noche oscura y helada. Adán, un joven campesino, tenía que ir a revisar el agua de riego, ya que le correspondía hacerlo esa noche. A pesar de llevar su poncho, el frío se le metía hasta los huesos. Mientras caminaba por el campo, algo brillante llamó su atención. Era una luz que se acercaba lentamente hacia él, iluminando la oscuridad a su paso.
Cuando la luz estuvo más cerca, el muchacho vio algo muy extraño. ¡Era un animal grande! No era un perro común, sino uno negro como la noche, con una luz resplandeciente en su frente, como si fuera una linterna. El animal parecía no querer atacarlo, pero Adán se asustó muchísimo.
Su abuelita siempre le había contado historias sobre un perro mágico llamado Carbunco. Era un animal que llevaba un diamante brillante en la frente y, si alguien se atrevía a robarle la joya, el “Carbunco” lloraba muy triste y desaparecía en la oscuridad.
La gente decía que quienes se encontraban con el perro fantástico despertaban llenos de riquezas, aunque antes vivían con poco. Adán, por un momento, pensó que si robaba el diamante, podría pedir un deseo y hacerse rico. Sin embargo, a pesar de la tentación, recordó las sabias palabras de su abuelita: "No siempre es bueno tomar lo que no nos pertenece". Fue entonces cuando Adán comprendió que no debía hacer algo incorrecto. Además, se contaba que quien le quitaba el diamante al Carbunco corría un grave peligro. El joven sabía que debía huir rápidamente a su casa, cerrar bien las puertas y no mirar atrás, porque el perro regresaba siempre para recuperar su tesoro y nadie que intentara robarlo lograba escapar.
Dio media vuelta y regresó a su casa, sintiéndose algo triste por no haber revisado el agua de riego en el campo. Sin embargo, se sentía aliviado y contento porque había aprendido una valiosa lección: en ocasiones, lo mejor no es seguir lo que parece fácil o emocionante, sino tomar la decisión correcta, aunque sea más difícil.