Por: Miguel Ángel Puga
Volaban de blanco, en camisón con un farol en el brazo para no tropezar. En esto no pueden imitar al murciélago. Lo cierto es que vuelan por la noche. Pero, una vez, de improviso salió volando una bruja en pleno día, desde la Capilla de San Francisco hasta el actual cementerio (el que ahora está abandonado), donde se perdió. Un testigo cuenta que cuando todavía no había el puentecito en la Quebrada del Pueblo para pasar al barrio la Banda, vio una noche a una mujer vestida de blanco parada en una piedra y delante de ella un gran chivo negro. Observó que abrió los brazos y salió volando.
Los vestidos iban flotando en el éter haciendo un ruido como el del flamear una bandera. Otro cuenta que vio una bruja volando hacia Otón y que llevaba al brazo un farol resplandeciente. Cuentan que una bruja de esas que antes sí había, en la guerra de Malchinguí a fines del siglo pasado afirmó: “No ha pasado nada con los nuestros y si alguien ha muerto, qué vamos a hacer”. Ella había visto y divisado todo. Y después de tanto volar y volar, se arrojaban a la cama rendidas del cansancio y doloridas del cuerpo.
Si algún pícaro lograba ponerse en cruz cuando una bruja volaba, ese rato caía la voladora. Cierta vez un señor le hizo así a su comadre y éste una vez en tierra le dijo: “Otra vez no me haga así, pues compadrito”.
Se me olvidaba. ¿Sabían ustedes que una aprendiz de bruja se equivocó en la fórmula que debía decir antes de la volada? Y dijo: “Andaré de viga en viga…”. Usted ya supone lo demás. ¿Para qué contárselo?
El cóndor enamorado, Taller Cultural Retorno, 2005.