La provincia de Imbabura, rica en artesanía, tapices, prendas bordadas a mano, piezas de madera e instrumentos musicales tallados por expertos artistas fue el escenario de una terrible historia que sucedió en el sector de “La Esperanza”, hace más de 50 años.
En esta localidad, había una gran casa con un extenso terreno, apto para el cultivo de toda clase de productos, como la papa, el plátano, la caña de azúcar y el aguacate. La familia, dueña de la propiedad, se regocijaba del lugar e invitaba a sus parientes y amigos para que disfrutaran del sitio, caminando por los jardines y por el extenso campo plagado de árboles centenarios. Quien quería quedarse hasta el otro día, podía alojarse en las habitaciones de la casa con total tranquilidad.
El lugar se volvió ideal, no solo para la familia y los amigos, sino para los viajeros que llegaban del exterior para conocer la prodigiosa tierra de “La Esperanza”. Fueron precisamente estos primeros turistas los que dieron a conocer el sitio en sus lugares de origen y lo volvieron famoso.
En poco tiempo, la residencia se convirtió en un atractivo y pequeño hotel donde los turistas, en lugar de alojarse en las habitaciones de la casa, pedían dormir en el terreno, en carpas que ellos mismos alzaban, justo al tope de la propiedad. La dueña del lugar, intrigada, veía que ninguno de los paseantes hacía el intento de caminar por los jardines o disfrutar de la naturaleza. Se quedaban estáticos, aletargados junto a sus carpas y así permanecían por días.
La propietaria decidió investigar lo que ocurría en esa parte del terreno y exploró minuciosamente el lugar que tanto les gustaba a los extranjeros. Lo que encontró le impresionó por completo. Junto al muro había más de un millar de hongos que nunca había visto, que jamás ella había cultivado y que crecían como “mala hierba” por doquier.
Un día cuando los turistas empezaron a llegar a la hostería, les preguntó por qué les gustaba tanto su albergue. Uno de ellos mencionó que en el extranjero el lugar era muy conocido por tener la planta más extraordinaria de todas, aquella que hacía que los ojos humanos se maravillaran y producía las visiones más fantásticas del mundo, cuyos efectos les embrujaba.
Al percatarse que los hongos que había en su propiedad eran alucinógenos y de consumo diario de los forasteros, procedió a quitarlos de raíz. Pero a medida que los destruía, volvían a nacer por arte de magia, hasta que un día finalmente logró eliminar las setas por completo.
La casa siguió recibiendo a los turistas por muchos años más y el lugar se hizo más grande y concurrido. Pero ahora nadie pedía dormir en el terreno, todos se alojaban en las habitaciones de la hostería. La dueña, ya viejita, estaba todavía al frente del negocio, feliz de que las cosas marcharan bien, hasta que un día escuchó que sus dos nietos habían caído bajo el hechizo de una planta que ellos mismos habían encontrado en el terreno de la propiedad. Se quedó paralizada del terror, porque se dio cuenta de que nunca había podido destruir esa mala hierba y ahora, los muchachos estaban perdidos por su consumo. Al poco tiempo, la familia sufrió el revés más grave, cuando uno de los nietos en pleno hechizo dio muerte a otro joven amigo.