De mi infancia recuerdo las caminatas que teníamos con mis hermanos, primos y amigos a la quinta “El Rosario”, de propiedad de mi padre, el señor Ángel Rueda Encalada, en el barrio “La Joya”. Una caminata que nos parecía larga en ese tiempo, por eso salíamos del barrio “Central”, con comida y bebida para el camino. Mientras caminábamos, jugábamos y al llegar, nunca faltaba la conversación de siempre: las apariciones del duende en la antigua fábrica “La Joya”, que estaba deshabitada desde hace muchos años y se encontraba relativamente cerca de la finca a donde íbamos.
La gente decía que el duende era un ser pequeño, con sobrero grande de paja y una espesa barba que le colgaba hasta las rodillas. Salía de la fábrica, a partir de las 6 de la tarde, y se sentía atraído por los niños que andaban en los terrenos y caminos solitarios del barrio. Los engañaba con dulces y juguetes y cuando los capturaba, los llevaba a la fábrica y nunca nadie más volvía a verlos. Si algún niño se resistía a las golosinas y juguetes que le ofrecía el duende, este se lo llevaba a la fuerza aunque llorara o gritara pidiendo auxilio.
De hecho, cuando llegábamos al barrio “La Joya”, permanecíamos unidos, jugando en la finca o en sus alrededores, sobre todo en un riachuelo que no era peligroso. Regresábamos al barrio "Central" temprano, siempre antes de las 6 de la tarde.