Cierto Día, un gigante de la vecina Colombia había llegado a la provincia de Imbabura. Por su altura y fortaleza era temido por toda la gente. En los pueblos se hablaba de los terribles desastres que había causado en el transcurso de su viaje y de los horrendos crímenes que había cometido.
Ya en tierra imbabureña, se sentía muy solo y triste. No tenía amigos con quienes jugar o pasear y desde su altura, miraba cómo la gente salía despavorida cuando escuchaba sus pasos. Había perdido el gusto por matar. Se pasaba sentado en una de las lomas de Mojanda, mirando al cielo, tratando de alcanzar con sus manos a alguna ave que pasara cerca. Trabajo infructuoso, porque todos los animales, sin excepción, huían del gigante por temor de morir en sus manos.
En su soledad, encontró una diversión nueva: introducir sus pies en las lagunas que había en Imbabura, para probar cuál era la más profunda. Unas veces se entretenía con sus tres lagunas de Mojanda. Otras, salía un poco más allá: pisaba el lago Cuicocha, con un pie y con el otro, la Laguna de Yahuarcocha. Pero para su desilusión, el agua más profunda de cualquier laguna solo mojaba su empeine.
Pasaron los años y el gigante, cerca de cumplir los noventa, escuchó a un ave decir que la laguna de San Pablo era la más profunda. Se alegró mucho, pues era la única que no había visitado. En un segundo llegó a Otavalo y desde ese lugar, divisó el lago, deleitándose de su belleza. Luego, puso un pie en el charco y sintió que el agua le llegaba hasta las rodillas. Disfrutó de la experiencia y confiado, continuó midiendo la profundidad de la laguna. De pronto se sorprendió, al ver la mitad de su cuerpo sumergido en el agua. Se sintió entonces intranquilo, porque el fondo no era firme. De la inquietud, pasó a la desesperación y buscó en qué sostenerse para no hundirse. Lo único que encontró cerca fue el monte que estaba al pie del lago. Se adhirió a este con fuerza, pero todo fue inútil, las aguas iban devorándole, lentamente. A medida que el gigante se hundía, sus manos, crispadas en el cerro, perdían fuerza. En el esfuerzo por sostenerse, el dedo índice del corpulento hombre perforó la cúspide, formando en el cerro un pequeño agujero, una ventanita a través de la cual podía verse el cielo. Sus palmas, en cambio, fueron desprendiendo grandes porciones de tierra de la montaña, que dieron origen a grietas y a profundas quebradas.
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INFORMANTE
Ángel Rueda Encalada
Otavalo 1923-2015
Fue un autodidacta que impulsó la modernización de la ciudad de Otavalo y logró cambios enormes para su ciudad, como la automatización de los teléfonos, la construcción del Banco de Fomento, la llegada del Banco del Pichincha, la edificación del Mercado 24 de Mayo, la construcción de la Cámara de Comercio, la reparación del templo El Jordán y la reconstrucción del Hospital San Luis.
Por décadas, fue benefactor de las escuelas Gabriela Mistral y José Martí. Fue fundador de varias instituciones de la ciudad, de donde desplegó su actividad a favor de la comunidad. Fue presidente de la Sociedad de Trabajadores México y del Club de Tiro, Caza y Pesca. Formó la Cámara de Comercio, trabajó para ella y fue su Presidente Vitalicio.