LA CHIFICHA SE VIENE A UNA PERSONA MAYOR
Dorys Rueda
La mayoría de las leyendas ecuatorianas tienen múltiples versiones, cada una con su propio matiz. Algunas se nos presentan en fragmentos, invitando a nuestra imaginación a completar los detalles, mientras que otras varían significativamente en su narrativa, reflejando las diferentes perspectivas de quienes las cuentan. Esta diversidad no solo preserva la esencia de la leyenda, sino que también permite que cada generación añada su propio toque al relato, manteniéndolo vivo a lo largo del tiempo.
Las leyendas sobre las chifichas son pocas, pero impactantes. Conozco dos versiones particularmente inquietantes. Una me la contó mi padre, Ángel Rueda Encalada y la otra viene de la pluma de José M. Chávez M. Aunque ambas comparten un tono oscuro, cada una tiene su propio enfoque, pero la versión de José M. Chávez M. es, sin duda, la más terrorífica. Así que prepárense, porque les voy a contar la historia de la Chificha de Imbabura.
Hace muchísimos años, en un lugar de la provincia, vivía una criatura maligna conocida como la Chificha. Esta vieja, con su cabello blanco y su mirada penetrante, no era una mujer común; poseía un poder oscuro que le permitía transformarse en diferentes formas. Se decía que podía convertirse en un niño perdido o en una joven hermosa, atrayendo a los desprevenidos hacia su trampa. Pero su verdadero objetivo siempre eran los niños. Con su astucia, los llevaba a su cueva, un lugar tenebroso y lleno de sombras, donde el eco de los lamentos de sus víctimas aún resonaba en las paredes. Allí, en la más completa oscuridad, revelaba su verdadera forma y devoraba a los pequeños, alimentándose de su miedo y su inocencia. La Chificha era el terror de la región y su leyenda se contaba como advertencia para que los niños no se alejaran mucho de sus hogares.
Un día, la malvada, transformada en un niño, buscaba a su próxima víctima. En ese momento, se encontró con un gran oso que deambulaba por el bosque. Intrigado por la apariencia inocente del niño, el oso le preguntó:
- ¿A dónde vas, pequeño?
La Chificha, en lugar de responder, se transformó rápidamente en una joven de gran belleza, con la esperanza de cautivar al oso y así lo hizo. El oso, fascinado por la repentina aparición de la hermosa muchacha, intentó conversar con ella, pero la Chificha, no acostumbrada a hablar con animales, no pudo decir ni una sola palabra. El oso, frustrado por el silencio de la joven, decidió dejarla por el momento, diciendo que otro día insistiría para que hablara con él.
Lo que el oso no sabía era que esta preciosa muchacha era en realidad la misma criatura que había estado devorando a los niños del pueblo. La Chificha vivía en una cueva muy lejana, en un lugar tan apartado que nadie había descubierto aún. Pero el oso, enamorado de la joven, no podía dejar de pensar en ella y decidió averiguar dónde vivía. Para ello, pidió ayuda a su tío, el gran cóndor, conocido por su aguda vista y su vasta sabiduría.
El cóndor emprendió el vuelo, sobrevolando la vasta provincia en busca de la cueva de la Chificha. Tras un largo y meticuloso rastreo, finalmente logró localizarla, escondida en lo más profundo del bosque. Al regresar, detalló cuidadosamente al oso el camino que debía seguir para llegar a la siniestra guarida.
Este, lleno de emoción, se fue corriendo a la cueva de su amada. Al llegar, la Chificha lo recibió, pero lo hizo entrar por la puerta trasera, ya que en la entrada principal se encontraban los cuerpos sin vida de los niños que había capturado recientemente. Mientras tanto, los padres de estos pequeños, desesperados, seguían buscándolos sin descanso.
El cóndor, profundamente preocupado por la seguridad de su sobrino, lo siguió discretamente hasta la cueva de la Chificha. Fue entonces cuando, sin querer, descubrió con horror los cuerpos de los pequeños que la mujer había capturado. En ese momento, se topó con un grupo de hombres que estaban rondando cerca de la cueva. "Deben ser los padres de los niños," pensó. Con esa idea en mente, se acercó a ellos y les preguntó:
-¿Qué andan buscando?
-Señor cóndor, hemos perdido a dos de nuestros hijos -respondió uno de los padres-. ¿No los has visto?
Al conocer la verdad, el cóndor respondió con una voz profunda: "La Chificha los ha llevado a su cueva. Mi sobrino está allí ahora mismo; lo he seguido de cerca y, cuando regrese, podremos preguntarle directamente por sus hijos”. Hizo una pausa, observando el dolor y la angustia en los rostros de los padres. Luego, levantó la voz, intentando infundirles un poco de esperanza: "No se preocupen, haré todo lo posible para encontrar a sus pequeños. Solo esperemos a que regrese mi sobrino y sabremos más de lo que está ocurriendo dentro de esa cueva".
Los padres, esperanzados, obedecieron al cóndor y decidieron esperar al oso. Sin embargo, pasó mucho tiempo y este no regresó. Preocupado, el cóndor no solo por los chicos sino también por su sobrino, dijo: “No puedo esperar más, estoy muy inquieto. Conozco la cueva de la Chificha, vamos para allá”.
Los padres, llenos de ansiedad, lo siguieron hasta la cueva. Al llegar, el cóndor les pidió que esperaran mientras él avanzaba para asegurarse de que los niños estuvieran allí. Pasó una hora y al ver que el cóndor no regresaba, los padres decidieron acercarse.
Al llegar, encontraron al cóndor, al oso y a la Chificha. La vieja, que tenía la costumbre de dormir al mediodía, estaba profundamente dormida. Aprovechando este momento, el cóndor comenzó a buscar a los niños. Los que aún estaban con vida se encontraban en un cuarto oscuro, escondidos entre las sombras. Usando su gran tamaño y astucia, el cóndor los ocultó en sus fosas nasales para poder sacarlos sin que la Chificha se diera cuenta. Justo cuando estaba a punto de salir con los niños a salvo, los padres de los pequeños golpearon la puerta, despertando a la Chificha. Al abrir, la vieja, aún adormilada, preguntó con voz de ultratumba:
-¿Qué quieren?
-Venimos a recuperar a nuestros hijos -dijeron los padres con desesperación.
Sorprendida, la Chificha se apresuró a buscar a los niños, pero al descubrir que no estaban, se alarmó. Con desconfianza, miró al cóndor y al oso y les preguntó qué estaban haciendo. El cóndor intentó responder, pero su voz sonó extrañamente ronca. Inmediatamente, la Chificha sospechó que algo andaba mal y, con un tono de creciente inquietud, le preguntó:
-¿Por qué hablas con esa voz ronca?
El cóndor, sin mostrar nerviosismo, respondió que tenía un resfriado, mientras los padres insistían en que les devolviera a sus hijos. Uno de ellos, desesperado, comenzó a golpear a la vieja con un palo. Esta, al recibir muchos golpes, quedó inconsciente. Pensando que había muerto, los padres, asustados, se retiraron.
Pero la Chificha no estaba muerta. Al recobrar el sentido, comenzó a seguirlos. Una vez cerca de los padres, les gritó: “¡No pueden deshacerse de mí tan fácilmente! Tengo quien me defienda, tengo dos esposos y muchas aliadas chifichas”.
Efectivamente, aparecieron de la nada algunas chifichas y se aproximaron a los padres con aire amenazante. Justo, en ese instante, un gran árbol cayó sobre ellas, matándolas al instante. Los niños, que habían sido salvados por el cóndor fueron devueltos a sus progenitores, quienes le agradecieron por haberlos librado de las garras de la Chificha.
Desde entonces, la leyenda de la Chificha y su cueva ha sido contada una y otra vez en toda la provincia, transmitiéndose de generación en generación como una advertencia y un recordatorio de aquel día en que un oso enamorado y un cóndor sabio unieron fuerzas para salvar a los niños de un destino terrible.
Adaptación del relato de José M. Chávez M.