Por: Mario Conde
Vivía en Ibarra una muchacha de nombre Mariangula. Era la mayor de tres hijos y por su carácter recio y mando como de patrón, sus labores de la casa se limitaban a impartir órdenes a sus hermanas. Le gustaba trepar árboles o jugar con los chicos del vecindario. No se llevaba con muchachas y nunca ponía un pie en la cocina. Era lo que la gente llama una “carishina”. Además pasaba la mayor parte del día sola y a su antojo.
Sus progenitores trabajaban duro, la madre vendía tripas con puzún en un puesto del parque La Merced y el padre arreglaba zapatos en un pequeño taller ubicado por el mismo sector.
En una ocasión antes de salir a las ventas en el famoso parque en Ibarra por sus puestos de comida al atardecer, la madre encargó a Mariangula que fuera al camal a comprar las tripas y el puzún para el próximo día, como a Mariangula le encantaba andar en la calle, la mujer no debió repetir dos veces la orden. Su hija guardó el dinero y salió de inmediato a cumplir con el mandato, loca de alegría.
Mariangula encontró en una esquina a varios amigos entretenidos en la plancha y, sin pensarlo, se metió a jugar con el dinero de su madre. Perdió las primeras partidas pero, confiada en recuperarse, continuó jugando. Cuando se dio cuenta, no le quedaba ni un centavo. Preocupada, se dirigió al camal a ver si las carniceras que la conocían pues solía acompañar a su madre, le fiaban las tripas. Se encaminó hacia allá. Tomó la Juan Montalvo y llegó al sector de San Francisco, por el cementerio. Allí se topó con un cortejo fúnebre. Ni bien vio pasar el ataúd le picó la curiosidad por saber quién era el fallecido y entró en el camposanto, mezclada entre los acompañantes. A los cinco minutos sabía que estaban sepultando a una mujer. Sin embargo, no satisfecha su inquietud, se quedó hasta que metieron el féretro en un sepulcro, a ras del suelo, e instalaron una tapa y la revistieron con cemento en los filos. Cuando no había más que ver, salió del lugar.
Al llegar al camal inventó la historia de que se le había caído el dinero; las vendedoras no le creyeron y mucho menos quisieron fiarle. Por el contrario, un carnicero se burló de ella: si quieres librarte de una buena paliza, será mejor que cabes una tumba y robes las tripas de un muerto.
La muchacha tomó el camino de regreso, angustiada por el castigo que le esperaba. Volvió a pasar por el cementerio y, al acordarse de la difunta, se le ocurrió que las palabras del carnicero no eran del todo descabelladas. Se dirigió entonces a su casa. Una vez allí, tomó el cuchillo de zapatero de su padre y un martillo de punta, ocultó todo en una bolsa pequeña y se fue al campo santo provista de estas cosas. A las seis, escuchó el silbato del panteonero alertando a algún visitante que era hora de salir; cinco minutos después las puertas del cementerio se cerraron. Mariangula abandonó su escondite y se encaminó a la tumba.
Conseguir lo que necesitaba no fue fácil, pero tampoco resultó tarea imposible.
Valiéndose del martillo, removió el cemento fresco y desprendió la tapa del sepulcro. Extrajo el féretro, que estaba a ras del suelo, y se puso a cortar con el cuchillo. El tiempo transcurría. Concluida la tarea, guardó todo en la bolsa, volvió a meter el féretro y colocó la tapa.
Se apresuró a marcharse pues empezaba a oscurecer. Tampoco le costó mucho trabajo salir del cementerio, trepó por un árbol pegado a una tapia y saltó a la calle.
Llegó a su casa pasadas las siete de la noche. Entró con temor de que su padre ya hubiera regresado y, al verla con las herramientas, empezara a hacer preguntas. Dio un respiro de alivio cuando no lo halló, devolvió las cosas, alejó a sus hermanos de la cocina y se puso a cortar las tripas, antes de que llegara su madre y notara la forma extraña.
Cuando regresaron sus progenitores la encontraron atareada en las labores de la cocina. Les invadió una profunda satisfacción. Cansada del trajinar de la tarde Mariangula se durmió temprano. Por lo general tenía el sueño pesado pero aquella noche, más o menos a las doce, la despertaron los ladridos de los perros del vecindario, que parecían aullar espantados. La muchacha se tapó la cabeza con la almohada a fin de volver a conciliar el sueño, resultaba imposible dormir con esos aullidos, que cada vez se hacían más fuertes como si a quien ladraran estuviera más cerca de su casa.
Un tanto nerviosa, intentó despertar a su hermano pequeño que tenía su cama al lado, mas él dormía tan profundamente que ni siquiera se movió. Los perros aullaban cada vez más cerca, tan cerca que de pronto se oyeron unos pasos que caminaban por el patio de la casa. Asustada, llamó en voz baja a su padre pero todo estaba oscuro y nadie de la familia, excepto ella, parecía escuchar los pasos. Oyó luego que la puerta de calle se abría y que alguien entraba. Mariangula se sentía sobrecogida de terror y tenía los pelos de punta. Quería gritar con todas sus fuerzas pero la voz no le salía.
Hubo un silencio siniestro que le heló la sangre; a continuación, escuchó una voz pavorosa que decía: Marianguuuuuula…, devuélveme las tripas y el puzún que te robaste de mi santa sepultura.
Creyó morirse. Con desesperación, se tapó con las cobijas y se puso a rezar a fin de ahuyentar a aquel ser de ultratumba, que se aproximaba a la cama. La muchacha sudaba frío, y sintió que una mano empezó a jalar las cobijas al tiempo que la voz insistía: Marianguuuuuula…, devuélveme las tripas y el puzún que te robaste de mi santa sepultura.
De repente, las mantas volaron de la cama de un solo jalón. La muchacha, con el corazón a punto de reventársele, vio que la muerta, cercenada el estómago y los intestinos, la miraba con furia mientras repetía: Marianguuula…Mariangula, devuélveme las tripas y el puzún que te robaste de mi santa sepultura. Esas fueron las últimas palabras que escuchó antes de que el corazón se le paralizara de horror.
Al siguiente día los padres hallaron el cuerpo de su hija sin vida. Mostraba en el rostro una expresión indescriptible de espanto. Además tenía el vientre destrozado. Alguien le arrancó los intestinos y se los llevó.
Cuentos ecuatorianos de aparecidos, Grupo Editorial Norma, 2005
Portada: .http://marianguladevuelvemelastripas.blogspot.com/2013/06/mariangula-devuelveme-las-tripas.html