Texto recogido por Claudia Torres y María Sol González
Informante: Patricio Meza Echaverría
Provincia de Imbabura, mayo, 1995
 

Hace algunos años atrás, aquí en Cotacachi, la luz era bien baja, que prácticamente decían los mayores que había que ponerle una esperma para que alumbre el foco, que alumbraba así (indica con ademanes), un poquito nomás. Entonces, los mayores siempre han sido un poquito fregados, estrictos en sus cosas. Que a partir de las seis de la tarde, los muchachos tenían que estar durmiendo, prohibido salir a la calle. Entonces la juventud tenía una cierta rebelión, decía que cómo es posible que a las seis de la tarde están ya durmiendo, si ellos el sueño encontraban a las ocho, nueve, diez de la noche. Así es que dicen: -Tenemos que hacer algo para que nos dejen tranquilos a nosotros. Es que los mayores duermen, ¿Cómo podemos hacer? Inventaremos algo. Y comienza el asunto de la “caja ronca”.

Dicen que más o menos la juventud de hace unos años, yo que sé…treinta, cuarenta años atrás, se reunían las tardes, que eran cuando disponían ellos del tiempo para reunirse en juegos, y comienzan a planificar. Dicen:

- ¿Qué hacemos para que los mayores nos dejen en paz?

-Mira -dice-, yo tengo una idea. Qué te parece si cogemos a unos diez perros de todo Cotacachi, incluyendo San José y incluyendo El Ejido. Nos llevamos un perro de cada sitio -dice- ¡tan! ¡tan! Vamos cogiendo un perro, un perro. Les reunimos en una determinada casa, les amarramos unos tarros, y a partir de las seis de la tarde o siete de la noche, máximo, que no nos dejan salir, les soltamos y esos perros tienen que ir a la casa de los dueños, y van a ver el escándalo que hacen en Cotacachi.

En efecto, comienzan a recoger los perros. Dicen que el primer día únicamente cogieron seis perros.

-No -dice- un chance falta, de San José no tenemos nada y de El Ejido tampoco tenemos.

Así es que suspenden ese día, para el siguiente día hacer el asunto de la caja, de la caja ronca. En efecto, al siguiente día, todo el grupo se fueron a San José. Han cogido solo dos perros allá, y de El Ejido, igual, dos perros. ¡Listo! Tenían diez perros ellos. Así es que ahora -dice- dónde les ubicamos a los perros, capaz que no nos vean los mayores. Dice un señor:

-Yo tengo, una casa que ahorita mi abuela -dice- no está ahí. Me encargó para que duerma allí la semana. Ahí les metemos a los perros.

En efecto, meten a los perros allá. Dicen que esos perros hacían un escándalo de esos increíbles.

-Ahora van a sentirnos el ruido que hacen -dice.

Así es que habían llevado un poco de pan, para que los perros se calmen. Llevaron un poco de comida y en efecto, los perros estaban tranquilos. Entonces llegó las cinco y media, seis de la tarde. Ya es hora -dice- de seguirles alistando. Así es que comienzan a amarrarles en la cola de los peros unos tarros, tarros viejos, y dentro de los tarros habían metido piedras, capaz deque suenen. Listo, les amarran bien. Eso sí, bien amarrado -dice-, que no quiero que se suelte el perro. ¡Arancho!, que amaran bien, y ¡ya!

-Ahora sí. ¿Y cómo hacemos para soltarles? A las seis de la tarde tenemos que estar en casa.

Había un jefe de grupo. Verás -dice- yo voy a ir de casa en casa, voy a irte silbando, voy a golpear, y voy a decir que tenemos que irnos a la iglesia, que nos ha pedido un favor el padre. Como los mayores saben, lo que el taita cura dice no se puede, no se puede negar. Algún favor que le pida el padre , tiene que usted hacerle, vivo o muerto. En efecto, entonces sacan permiso, dezque de casa en casa golpeando ¡tac! ¡tac! Ezque salen los papás.

-Sí, ¿en qué le puedo servir?

-Vengo buscando -dice-a fulano de tal.

-Sí está aquí -dice-, pero está merendando. Ya no puede salir.

-Es que temprano -dice- nos topamos con el padre, y él nos pidió un favor, que le ayudemos a trepar unas bancas para poner en la iglesia. Y nos dijo que después de la misa, que sale a las seis y media, vayamos nosotros.

-Ya  -dice- Ya le voy a llamar.

En efecto, comenzaron a reunirse todos los muchachos, ¿ya? Eso ha sido más o menos las siete y media de la noche. Todos reunidos en el único parque que había en Cotacachi. Ahora sí -dice-vamos.

Van a la casa donde tenían amarrados los perros, y abren la puerta. Esos perros, todo el día sin comer casi, porque la poca comida que han llevado no era suficiente. Abren la puerta y los perros se pegan la carrera. Comienza -dice- la caja ronca en Cotacachi. Como los peros se dirigían a la casa, comienzan a sonar: ¡trac! ¡trac! ¡trac! ¡trac! ¡trac! ¡trac! ¡trac! ¡trac!¡cooorre! -dice. Ahí, nosotros ¡ucha! -dice-, ahí cooorre a la casa, asustados, para que no nos sientan que hayamos sido nosotros.

-Mire papá -dice-afuera está sonando una cosa. Por toda la ciudad está así.

-¡Qué raro! -dice-, no escucha todavía.

-Dice- verá, verá, verá.

En efecto, llegó el perro del bario  ¡tarac, tarac, tarac, tarac! Esa cosa. ¡Ucha!, dice mamá. Se levantó. Cerró la puerta.

-Hijo -dice- tenemos que rezar, esto parece que es una maldición. Nunca habíamos escuchado un ruido tan infernal como éste. Todo el mundo -dice- debe estar aterrorizado con esto.

En efecto, nos puso a rezar y ¡tas!, acabamos de rezar, nos dio la bendición, y ¡a dormir muchachos! Al otro día, la novedad de Cotacachi. Dicen: -La caja ronca estuvo en Cotacachi. Todo Cotacachi sintió el ruido. Así es que comienzan los … los mayores, ellos más tranquilos que las mujeres.

-¡Uta!, -dice-, pero esto es raro. Oiga -dice- y a mi casa, justo en la puerta de mi casa, calló el ruido.

-Y al otro día -dice; ¿No te levantaste vos a ver qué ha sido?

-No. Tuve miedo. Al otro día -dice, fui a abrir la puerta, sólo estaba el perro. Y lo raro era que el perro estaba amarrado una piola, pero nada más. O sea, el tarro se ha caído.

Así es que, como se han caído los tarros, dejan que se tranquilice el asunto. Después de unos quince días vuelven a hacer la misma cosa. Dice que era increíble verles a los mayores, en este caso a las beatas, a las que acuden a la iglesia todo el tiempo. Dice que estaban rezando ahí. No salían a partir de las seis de la tarde. Cuando uno se les iba a buscar, abrían apenitas la puerta y preguntaban:

- ¿Qué quiere? ¿A quién busca?

-Era -dice- por el miedo a la caja ronca. Hasta que un cierto día, fuimos a hacer la tercera vez. Entonces amarramos a los perros, pusimos los tarros y, en efecto, abrimos las puertas, y cooorre los perros.

-No. Parece que ya os presintieron los papás.

- ¡Aracho! -dice- conque así ha sido la caja ronca, ¿no? ¡Ven sultán! Aquí está la caja ronca. ¡Ve! Ha sido el perro -dice-, amarrado unos tarros y piedras metidas en el tarro. ¡Mocosos de un cuerno! Se quedan sin salida, ¡ahora sí! Y nos armamos -dice- una paliza de esas del siglo. Esa fue la famosa historia de la caja ronca.

 

 Mariangula y otros aparecidos, Laura Hidalgo A., Eskeletra Editoiial, 2007.

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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