Hace muchos años atrás, en la ciudad de Otavalo, el Río El Tejar servía como centro de actividades diarias para muchas mujeres y amas de casa del área. Utilizaban sus aguas abundantes y cristalinas no solo para lavar la ropa, sino también como un espacio para el baño. Además, era un punto de encuentro social donde las mujeres compartían experiencias, consejos y relatos mientras realizaban sus labores. Esta interacción fortalecía los lazos comunitarios y permitía la transmisión de conocimientos y tradiciones locales de generación en generación.
Este espacio, en la noche, se transformaba en un lugar lúgubre y tétrico. El río emitía un ruido atronador, un murmullo incesante que obligaba a quienes cruzaban por el puente a mirar inevitablemente hacia sus turbulentas aguas. Pero existía una razón más profunda y siniestra para el miedo que inspiraba el sitio.
Según cuentan, junto al río Tejar residía una bruja de una belleza sin igual. Esta enigmática figura poseía un aura de misterio que envolvía todo su ser y su presencia era tanto cautivadora como intimidante. Su silueta esbelta se dibujaba contra el oscuro lienzo de la noche y sus ojos profundos y penetrantes eran capaces de mirar directo al alma. Cada noche, a las 12, la mujer surgía de entre las sombras, como si se desprendiera de la oscuridad misma.
Su propósito era claro: castigar a los borrachos e infieles que osaban perturbar la paz de su dominio fluvial. Con pasos silenciosos se deslizaba entre la oscuridad, vigilando el puente y las riberas que marcaban los límites de su territorio sagrado. Cuando detectaba a los ebrios intentando cruzar el puente, se transformaba en una visión aterradora: un ente humanoide envuelto en llamas ardientes que danzaban al son del viento nocturno. Los desafortunados, consumidos por el terror al ver tal aparición, recobraban la sobriedad al instante y, en un intento desesperado por escapar, corrían a través del puente. Algunos lograban alcanzar el otro lado, pero muchos tropezaban y caían en las gélidas aguas del río, desapareciendo para siempre en su abrazo mortal.
Para los hombres desleales que atravesaban el puente, la bruja adoptaba una forma seductora y fatal. A mitad del camino, aparecía envuelta en un halo de misteriosa belleza, con una sonrisa que prometía placeres desconocidos. Extendía sus brazos como si ofreciera un refugio del frío de la noche y muchos, cegados por su encanto, se acercaban sin dudar. Sin embargo, en cuanto los hombres caían en su trampa, la bruja soltaba una carcajada estruendosa que resonaba por todo el pueblo, paralizando a sus víctimas con un miedo sobrenatural. Atrapados en este estado de terror, algunos conseguían sobrepasar el puente, pero la mayoría eran arrojados a las aguas por la propia bruja, encontrando un trágico final en las profundidades del Río El Tejar.
A lo largo de los años, esta leyenda se transformó en una advertencia para los jóvenes varones, instándolos a no transgredir las normas morales de la comunidad.
Dorys Rueda
Nuestro deber: salvaguardar los registros orales que se han transmitido de generación en generación, para reencontrarnos con el pasado y mantener viva la memoria colectiva de la gente. Solo así, podremos entender cómo nuestro pueblo pensó, vivió, se comportó y construyó su mundo de magia, creencias y supersticiones.
Cualquier leyenda podría ser analizada como texto narrativo, porque en ella subyacen ciertos elementos propios de la narración escrita. Desde esta óptica, estudiaremos la leyenda, desde los siguientes puntos claves: personajes, temas, estructura, tiempo, espacio e intertextualidad.
Varios son los personajes que intervienen en la historia.
El personaje central de la leyenda es la bruja, un ser mitológico que, si bien es previsible en su proceder y en su relación con el resto de los personajes, nos sorprende porque no es el tipo de bruja común: fea, que vuela en una escoba, que puede transformarse en un animal, que hace brebajes maléficos o que vive rodeada de gatos negros. Al contrario, la bruja de El Tejar es hermosa y vive sola junto al río caudaloso. Sus armas son la belleza y la seducción y con ellas, atrae a los borrachines e infieles. Cuando observa a un desleal, le extiende sus brazos invitándole a caminar con ella. La mujer, por tanto, surge como símbolo de tentación y perdición, por la bruja mueren ebrios y lujuriosos.
Este personaje evidentemente está asociado al mal y a las fuerzas oscuras. La bruja es Satanás, Lucifer o el mal y las llamas que la envuelven apuntan al infierno, al lugar donde vive el diablo. Un sitio de sufrimiento al que quiere llevar a los otavaleños que han vivido en el desenfreno y la inmoralidad.
Dos personajes grupales aparecen en el relato de manera antagónica. Por un lado, los pecadores (ebrios e infieles), adictos al alcohol e inmorales que cruzan el puente a las 12 de la noche. Por otro lado, están los que no pecan, esos otavaleños honestos sin vicios que transitan por el puente durante el día.
Estos personajes nos llevan directamente a dos temas centrales de la leyenda: el poder y la venganza, y surgen de la información que entrega el emisor (conciencia colectiva de Otavalo) al receptor que es la misma comunidad. Por ese punto de referencia, el receptor es testigo del poder sobrenatural de la bruja, una fuerza que inclina la balanza hacia la muerte. También se nos avisa que quizás algún hombre se burló de ella. Una aclaración importante, porque revela que la bruja posiblemente un día amó y podría representar a un ente justiciero. Pero a medida que avanza la leyenda, observamos que el desquite más bien es un modo de recordar a los otavaleños lo terrible que es la revancha, como una respuesta a una mala acción.
Aparecen también otros temas dominantes: la vida y la muerte, vinculados al bien y al mal (salvación-cielo, perdición- infierno). Quien no se ahoga y logra salvarse es el que no cae en los excesos y es fiel. El vicio y la traición, al ser transgresiones deliberadas del hombre, en tanto, se castigan. Por eso, los otavaleños que sucumben ante la bebida y el libertinaje terminan muertos en las aguas del río. El pecado (vicio e infidelidad) significaría la perdición, un alejamiento del hombre de la voluntad de Dios que trae como consecuencia la muerte eterna. Un estado agónico y de perpetuo dolor al que se va por voluntad propia. Un desenlace que el emisor (la comunidad), al contar la leyenda, pretende evitar para que los varones tomen conciencia de lo grave que son las faltas. Una concepción que tiene sus raíces en la religión católica, mayoritaria en ese tiempo en Otavalo.
En cuanto a la estructura, en la leyenda se distinguen tres segmentos:
- Un preámbulo o generalización del río El Tejar.
- Una descripción corta de la bruja.
- La relación de la bruja con los borrachines e infieles.
Con relación al tiempo narrativo, el tiempo del relato es menos extenso que el tiempo de la historia. El narrador (conciencia colectiva de Otavalo) resume lo que sucedió en el puente El Tejar hace mucho tiempo atrás, posiblemente siglos, en tres palabras: “En tiempos remotos”.
Se presentan además elipsis implícitas, es decir, el relato muestra que ha transcurrido un tiempo, pero no se manifiesta en concreto, no hay detalles. Por ejemplo, se cuenta que en el río Tejar vivía una bruja muy hermosa y seductora que salía a espantar a los borrachos e infieles, pero no se sabe desde cuándo vivía allí y tampoco se señala cuánto tiempo (décadas o siglos) viene aterrorizando a los varones.
En la oposición temporal día y noche, el día es emblema de sosiego, tiempo en que la gente de Otavalo camina de un sector a otro, con miedo, pero sin el peligro de la medianoche. Las doce de la noche en cambio es mortal, es la hora de la tentación, es el tiempo del diablo y abarca la mayor parte de la leyenda.
En cuanto al escenario, la leyenda nos entrega la imagen de un pueblo pequeño, muy distinto al Otavalo moderno de la actualidad. Dentro de este espacio, aparecen dos lugares: el río y el puente.
El río El Tejar, en la mañana, es un lugar abierto y público que intimida a los otavaleños, porque ellos conocen la fuerza devoradora de la corriente. En la noche, al contrario, el agua adquiere una dimensión femenina sobrenatural al estar vinculada con la bruja que vive junto al río. Este espacio representa la muerte eterna, el destino último de los pecadores (el infierno), a donde van quienes han caído bajo el embrujo de ese ser y se han distanciado de los preceptos morales o se han alejado de Dios. Desde esta óptica, el varón, por su rol adjudicado por generaciones, aparece como un ser que cae en los excesos con facilidad.
El puente en la mañana es un lugar de tránsito, pero a medianoche se torna lúgubre y sombrío. Por allí transitan los alcohólicos y lascivos que se salvan de la hechicera y corren despavoridos, pero desde ese lugar también caen los pecadores al río. Representa la zona incierta donde la salvación es momentánea y no hay certidumbre, es la franja intermedia que separa dos mundos: lo que está bajo el puente (río / bruja / diablo / infierno/ castigo/ suplicio eterno), de lo que está sobre el puente (salvación/cielo/ premio por el buen comportamiento).
Con relación a la intertextualidad, La figura de la bruja otavaleña, seductora y diabólica, nos aproxima a otros espectros que surgen en distintos relatos orales de la misma ciudad de Otavalo. Por ejemplo, nos recuerda a la protagonista de la leyenda “La viuda de medianoche”, una mujer alta vestida íntegramente de negro que se aparece todos los días en la Iglesia de San Francisco, a las doce de la noche. Allí espera pacientemente a los ebrios y cuando los divisa, se quita el manto y extiende sus brazos de manera provocativa. El momento en que los borrachos se acercan a ella y quieren besarla, se topan con un terrorífico rostro cadavérico. Algunos mueren del susto al instante y otros huyen, echando espuma por la boca.
La belleza e incitación, armas de la bruja de Otavalo, asimismo nos recuerda a otro personaje conocido de la ciudad: “La viuda del cementerio”. Se cuenta que un joven gustaba por igual del licor y la compañía de las damas más hermosas del lugar. Hacía alarde de las mujeres solteras y casadas, a las que había seducido. Una noche, el muchacho regresaba a su casa con unas copas demás. Al llegar al barrio Punyaro, vio a una mujer muy bella. Sin pérdida de tiempo se lanzó a la conquista y como hubo respuesta de la dama, los dos pensaron en el sitio más desolado del pueblo para dar rienda a su lujuria. La muchacha le sugirió el cementerio que no estaba lejos. Fueron y en el centro del camposanto, la mujer comenzó a desnudarse. Cuando esta le ofreció su cuerpo, mientras él la abrazaba apasionadamente, el hombre sintió un frío de muerte. En ese momento se dio cuenta de que la mujer había desaparecido y en su lugar estaba un esqueleto, a quien él acariciaba con pasión. Horrorizado dejó el cementerio y llegó a su casa botando espuma por la boca.
La potestad diabólica de la bruja otavaleña, también se encuentra esbozada en la figura de la bruja de Zárate, la más poderosa de las leyendas costarricenses. Una mujer de etnia aborigen que tenía poderes inimaginables. Podía transformar a las personas en animales, echar maleficios, departir con los muertos y lanzar conjuros para cambiar la suerte. Según algunos autores, este personaje está basado en una mujer real que vivió en el cantón de Aserrí, provincia de San José, Costa Rica, en el siglo XIX.
Desde otra óptica, la leyenda nos recuerda a ciertas figuras femeninas de la literatura. La primera de ellas, Medea, protagonista de la tragedia de Eurípides que lleva el mismo nombre.
Desde el punto de vista de cómo la bruja de Otavalo (el diablo) es feroz y paga con la muerte a sus devotos surge la asociación con el personaje Medea. La bruja no tiene piedad ni compasión con los ebrios e infieles, como no la tiene Medea al verse traicionada, cuando su esposo Jasón la repudia para casarse con la hija del rey Creonte. La heroína transgrede el modelo de mujer enamorada para convertirse en una homicida cruel que da muerte a sus propios hijos, al monarca y a la prometida de su cónyuge adúltero.
El poder de la bruja otavaleña y el precio que pagan los borrachos y traidores por caer en sus redes son dos particularidades que nos recuerdan a un personaje femenino maléfico de la literatura clásica: Circe, la hechicera de la obra La Odisea, de Homero.
Circe, hija de Helios y de la ninfa Perséfone, es una diosa y maga que vive en la isla Eea. La deidad busca hechizar a Odiseo, pero no lo logra por la intervención de Hermes, quien le entrega al héroe un antídoto contra el brebaje de la sibila. Si bien la divinidad no puede convertir al héroe en un animal, lo atrapa en sus redes amorosas y lo retiene en su morada durante un año.
El poder maléfico de la bruja otavaleña, que fluctúa entre lo erótico y misterioso, nos recuerda a otro personaje literario muy conocido: Delia Mañara, la protagonista del cuento Circe, de Julio Cortázar. Un relato urbano ambientado en Buenos Aires de los años veinte, cuyo título muestra la vinculación de Delia con el personaje mitológico de Homero.
La joven es la interpretación contemporánea de la figura de la bruja, una mujer extraña a la que un gato sigue y ante quien todos los animales se muestran siempre sometidos. Esta relación con los animales es muy significativa. Recordemos que en el mundo medieval los gatos estaban asociados a las brujas. Delia es la bruja moderna que fabrica extraños licores y bombones para sus novios. Dos de ellos mueren.
Video: "La bruja"
Dorys Rueda
Audio: "La bruja"
Narración: Dorys Rueda
A medianoche, el río Tejar despoja su piel en sigilo,
y de sus aguas emerge la bruja, bella y etérea.
arropada en sombras que cargan voces y huesos del puente.
Ecos del fondo, susurros ahogados que advierten a los vivos.
Sus brazos, hilos invisibles que disuelven el tejido profundo del ser.
Es la muerte en tránsito, un oscuro canto que consume la aurora en su marea sin fin
A los ebrios y a los infieles les murmura su sentencia,
como hojas marchitas, los arrastra hacia el abismo,
y al hundirse, el río los mece en su eterno letargo,
devorados por la sed insaciable de un fuego sin luz.