LEYENDA
Dorys Rueda
En esta ocasión, les compartiré la leyenda de la bruja del río El Tejar, que me contó don Luis Ubidia en 1985, acompañada de un análisis que ayudará a un mejor entendimiento del relato.
Así comienza la historia:
Hace muchos años atrás, en la ciudad de Otavalo, el río El Tejar servía como centro de actividades diarias para muchas mujeres y amas de casa del área. Utilizaban sus aguas abundantes y cristalinas no solo para lavar la ropa, sino también como un espacio para el baño. Además, era un punto de encuentro social donde las mujeres compartían experiencias, consejos y relatos mientras realizaban sus labores. Esta interacción fortalecía los lazos comunitarios y permitía la transmisión de conocimientos y tradiciones locales de generación en generación.
Este espacio, en la noche, se transformaba en un lugar lúgubre y tétrico. El río emitía un ruido atronador, un murmullo incesante que obligaba a quienes cruzaban por el puente a mirar inevitablemente hacia sus turbulentas aguas. Pero existía una razón más profunda y siniestra para el miedo que inspiraba el sitio.
Según cuentan, junto al río Tejar residía una bruja de una belleza sin igual. Esta enigmática figura poseía un aura de misterio que envolvía todo su ser y su presencia era tanto cautivadora como intimidante. Su silueta esbelta se dibujaba contra el oscuro lienzo de la noche y sus ojos profundos y penetrantes eran capaces de mirar directo al alma. Cada noche, a las 12, la mujer surgía de entre las sombras, como si se desprendiera de la oscuridad misma.
Su propósito era claro: castigar a los borrachos e infieles que osaban perturbar la paz de su dominio fluvial. Con pasos silenciosos se deslizaba entre la oscuridad, vigilando el puente y las riberas que marcaban los límites de su territorio sagrado. Cuando detectaba a los ebrios intentando cruzar el puente, se transformaba en una visión aterradora: un ente humanoide envuelto en llamas ardientes que danzaban al son del viento nocturno. Los desafortunados, consumidos por el terror al ver tal aparición, recobraban la sobriedad al instante y, en un intento desesperado por escapar, corrían a través del puente. Algunos lograban alcanzar el otro lado, pero muchos tropezaban y caían en las gélidas aguas del río, desapareciendo para siempre en su abrazo mortal.
Para los hombres desleales que atravesaban el puente, la bruja adoptaba una forma seductora y fatal. A mitad del camino, aparecía envuelta en un halo de misteriosa belleza, con una sonrisa que prometía placeres desconocidos. Extendía sus brazos como si ofreciera un refugio del frío de la noche y muchos, cegados por su encanto, se acercaban sin dudar. Sin embargo, en cuanto los hombres caían en su trampa, la bruja soltaba una carcajada estruendosa que resonaba por todo el pueblo, paralizando a sus víctimas con un miedo sobrenatural. Atrapados en este estado de terror, algunos conseguían sobrepasar el puente, pero la mayoría eran arrojados a las aguas por la propia bruja, encontrando un trágico final en las profundidades del Río El Tejar.
A lo largo de los años, esta leyenda se transformó en una advertencia para los jóvenes varones, instándolos a no transgredir las normas morales de la comunidad.

Dorys Rueda, marzo 1990
No cabe duda de que Imbabura, y especialmente Otavalo, es un centro de riqueza cultural, marcada por su gente, sus lagunas, su gastronomía, sus lugares míticos y una vasta producción colectiva y anónima. En esta región subyace la cultura de un pueblo que se crea y recrea a diario.
Es imprescindible rescatar el arte oral, pues constituye un puente que nos acerca a los valores, costumbres y creencias del pueblo otavaleño, que es tanto creador como receptor de las producciones orales que se han transmitido de generación en generación. Nuestro deber es preservar estos registros orales, para reconectarnos con el pasado y mantener viva la memoria colectiva. Solo así podremos comprender cómo pensaba, vivía y se comportaba nuestro pueblo, y cómo construía su mundo mágico, lleno de creencias y supersticiones.
Toda leyenda puede analizarse como un texto narrativo, ya que contiene elementos propios de la narración escrita. Desde esta perspectiva, abordamos la leyenda desde los siguientes puntos clave: personajes, temas, estructura, tiempo, espacio e intertextualidad.
El personaje central de la leyenda es la bruja, una figura mitológica que, aunque sigue patrones predecibles en su interacción con los demás personajes, sorprende por su naturaleza inusual. No es la típica bruja fea, que vuela sobre una escoba, se transforma en animales, prepara brebajes maléficos o vive rodeada de gatos negros. En contraste, la bruja del río El Tejar es una mujer hermosa que reside en soledad junto al río caudaloso. Su principal poder radica en su belleza y seducción y, a través de estos atributos, atrae a los borrachos e infieles. Cuando observa a un hombre desleal, le extiende los brazos, invitándolo a caminar junto a ella. Así, la bruja se convierte en un símbolo de tentación y perdición, siendo responsable de la muerte de los ebrios y lujuriosos.
Este personaje está claramente asociado al mal y a las fuerzas oscuras. La bruja representa a Satanás, Lucifer o simplemente al mal mismo. Las llamas que la rodean remiten al infierno, el dominio del diablo, un lugar de sufrimiento al que la bruja intenta arrastrar a aquellos otavaleños que viven en el desenfreno y la inmoralidad.
A lo largo del relato, se presentan dos grupos de personajes que se oponen entre sí. Por un lado, están los pecadores -los ebrios e infieles, aquellos adictos al alcohol y a los vicios, que cruzan el puente a las 12 de la noche. Por otro lado, están los otavaleños rectos, aquellos sin vicios, que cruzan el puente durante el día.
Estos personajes nos conducen a los dos temas principales de la leyenda: el poder y la venganza. Estos temas emergen de la información transmitida por el emisor (la conciencia colectiva de Otavalo) al receptor, que es la propia comunidad. El receptor se convierte en testigo del poder sobrenatural de la bruja, una fuerza que inclina la balanza hacia la muerte. Además, se menciona que algún hombre podría haberse burlado de ella, lo que sugiere que la bruja podría haber amado alguna vez, otorgándole una faceta más humana. Esto también puede interpretarse como un símbolo de justicia, ya que la venganza parece ser la respuesta a una acción incorrecta. A medida que avanza la leyenda, se va desvelando que la venganza, en realidad, tiene el propósito de advertir a los otavaleños sobre las consecuencias fatales de la revancha.
También surgen otros temas predominantes: la vida y la muerte, vinculadas al bien y al mal (salvación-cielo, perdición-infierno). Aquél que logra salvarse no es el que sucumbe a los excesos, sino el que permanece fiel. El vicio y la traición, como transgresiones deliberadas del hombre, se castigan severamente. Así, los otavaleños que caen en la bebida y el libertinaje terminan pereciendo en las aguas del río. El pecado, entendido como vicio e infidelidad, se asocia a la perdición, un alejamiento de la voluntad divina que lleva a la muerte eterna: un estado de sufrimiento perpetuo elegido por la propia voluntad. Este desenlace, contado por la comunidad, busca prevenir a los hombres para que tomen conciencia de lo grave que son sus faltas. Esta visión tiene sus raíces en la religión católica, que era predominante en Otavalo en esa época.
En cuanto a la estructura, en la leyenda se distinguen tres segmentos:
- Un preámbulo o generalización del río El Tejar.
- Una descripción corta de la bruja.
- La relación de la bruja con los borrachines e infieles.
En cuanto al tiempo narrativo, el relato abarca un periodo de tiempo más corto que el de la historia misma. El narrador, que representa la conciencia colectiva de Otavalo, resume los eventos ocurridos en el puente El Tejar hace mucho tiempo, posiblemente siglos, utilizando solo tres palabras: "En tiempos remotos."
Además, se emplean elipsis implícitas, es decir, el relato sugiere que ha transcurrido un largo tiempo, pero sin detallar los años o las décadas exactas. Por ejemplo, se menciona que en el río Tejar habitaba una bruja hermosa y seductora, que salía a asustar a los borrachos e infieles, pero no se especifica desde cuándo residía allí ni cuánto tiempo llevaba aterrorizando a los hombres: ¿décadas, siglos? Esa ambigüedad temporal refuerza la sensación de que su presencia es atemporal, un mal que persiste a lo largo de las generaciones.
La oposición entre el día y la noche es otra clave temporal. El día simboliza la calma y la seguridad, cuando los habitantes de Otavalo transitan de un lugar a otro, sintiendo el miedo pero sin el peligro inminente de la medianoche. En contraste, la medianoche es mortal, la hora de la tentación, el tiempo del diablo, y domina gran parte de la leyenda.
Respecto al escenario, la leyenda presenta la imagen de un Otavalo pequeño y diferente al moderno, en el que destacan dos lugares: el río y el puente.
El río El Tejar, durante el día, es un espacio abierto y público que intimida a los otavaleños, quienes conocen bien la fuerza arrolladora de su corriente. Sin embargo, en la noche, el río adquiere una dimensión sobrenatural, vinculada a la bruja que habita a su orilla. Este espacio se convierte en el símbolo de la muerte eterna, el destino final de los pecadores -el infierno- al que se condena a aquellos que sucumben al hechizo de la bruja y se alejan de las normas morales o de la voluntad divina. Desde esta perspectiva, el hombre, debido al rol que le ha sido asignado a lo largo de los siglos, es visto como un ser propenso a caer en los excesos con facilidad.
El puente, durante el día, es simplemente un paso de tránsito, pero a medianoche se transforma en un lugar lúgubre y sombrío. Por allí cruzan los borrachos y los lujuriosos, algunos de los cuales logran escapar de la hechicera, mientras que otros caen en el río, consumidos por su destino. El puente se convierte en una zona incierta, en la que la salvación es momentánea y no está garantizada. Es el umbral que separa dos mundos: debajo del puente se encuentran el río, la bruja, el diablo, el infierno, el castigo y el sufrimiento eterno; sobre él, la salvación, el cielo y la recompensa por el buen comportamiento.
En cuanto a la intertextualidad, la figura de la bruja otavaleña, seductora y diabólica, nos remite a otros personajes y relatos que emergen en las tradiciones orales de Otavalo. Un ejemplo claro es la leyenda de “La viuda de medianoche”, en la que una mujer alta, vestida completamente de negro, aparece todas las noches a las doce en la Iglesia de San Francisco. Allí, espera pacientemente a los ebrios, y cuando los divisa, se quita el manto y extiende sus brazos de manera provocativa. En el instante en que los borrachos se acercan, deseando besarla, se enfrentan a un rostro cadavérico, aterrador. Algunos de ellos mueren de miedo al instante, mientras que otros huyen, echando espuma por la boca.
La belleza y la seducción, como armas de la bruja de Otavalo, también evocan otro personaje de la ciudad: “La viuda del cementerio”. En esta leyenda, un joven, aficionado al licor y a la compañía de las mujeres más hermosas, se jactaba de haber conquistado tanto a solteras como casadas. Una noche, tras haber bebido en exceso, regresaba a casa cuando vio a una mujer deslumbrante en el barrio Punyaro. Sin pensarlo, se lanzó a la conquista y, al recibir respuesta de la dama, ambos decidieron ir a un lugar apartado del pueblo para dar rienda suelta a sus deseos. La mujer lo llevó al cementerio cercano, donde, en el centro del camposanto, comenzó a desnudarse. Cuando él la abrazó con pasión, de repente sintió un escalofrío mortal. Al mirar hacia abajo, descubrió que la mujer había desaparecido y, en su lugar, lo que ahora acariciaba era un esqueleto. Horrorizado, abandonó el cementerio y regresó a su casa, dejando escapar espuma por la boca.
La autoridad diabólica de la bruja otavaleña encuentra un paralelo en la figura de la bruja de Zárate, una de las leyendas más poderosas de Costa Rica. Se trata de una mujer de etnia aborigen, dotada de poderes inimaginables. Era capaz de transformar a las personas en animales, lanzar maleficios, comunicarse con los muertos y lanzar conjuros para alterar la suerte. Algunos autores afirman que este personaje está basado en una mujer real que vivió en el cantón de Aserrí, provincia de San José, Costa Rica, durante el siglo XIX.
Desde otra perspectiva, la leyenda de la bruja otavaleña recuerda a figuras femeninas de la literatura clásica, siendo una de las más representativas Medea, protagonista de la tragedia de Eurípides. Ambas comparten una intensidad emocional que las lleva a actuar de manera extrema. Medea, al verse traicionada por su esposo Jasón, quien la abandona para casarse con la hija del rey Creonte, se ve consumida por el dolor y la ira. Su respuesta a esta traición es devastadora: Medea, en lugar de aferrarse al rol de mujer amorosa, transgrede esa imagen y se convierte en una fuerza vengativa, dispuesta a destruir todo lo que la ha causado sufrimiento, incluso a sus propios hijos.
De manera paralela, la bruja de Otavalo es una figura que, ante la transgresión de los valores de la comunidad, no perdona. Su ira se manifiesta en la muerte de los borrachos y los infieles, aquellos que cruzan el puente a la medianoche. Al igual que Medea, quien reacciona con violencia extrema ante una ofensa personal, la bruja ejecuta su venganza con el mismo ímpetu, utilizando su poder sobre los que infringen las reglas. Ambas figuras, aunque nacidas en contextos muy distintos, se caracterizan por un impulso vengativo que trasciende la compasión, llevando a sus víctimas hacia una muerte inevitable.
El poder destructivo de la bruja otavaleña y el mortal precio que deben pagar los borrachos e infieles al caer bajo su hechizo recuerdan a una figura femenina maligna de la literatura clásica: Circe, la hechicera de La Odisea de Homero. Circe, hija de Helios y de la ninfa Perséfone, es una diosa y maga que vive en la isla Eea, donde su habilidad principal es transformar a los hombres en animales. Sin embargo, cuando intenta hacer lo mismo con Odiseo, no lo consigue debido a la intervención de Hermes, quien le da al héroe un antídoto contra el hechizo. Aunque Circe no convierte a Odiseo en una bestia, lo atrapa en sus redes amorosas, reteniéndolo en su isla durante un año, mostrando su capacidad para ejercer poder y control sobre los hombres.
De manera similar, la bruja otavaleña ejerce un poder maléfico que fusiona lo erótico con lo misterioso, atrayendo a los hombres hacia su perdición. Este mismo poder de atracción fatal se refleja en un personaje literario contemporáneo: Delia Mañara, la protagonista del cuento Circe de Julio Cortázar. En el relato, ambientado en Buenos Aires en los años veinte, Delia se presenta como la reinterpretación moderna de la hechicera mitológica. Extraña y enigmática, es seguida por un gato, y todos los animales parecen estar sometidos a su voluntad, lo que resalta la conexión entre las brujas y los gatos, común en la tradición medieval. Delia, al igual que la bruja de Otavalo y Circe, utiliza su atractivo para seducir y manipular a los hombres, elaborando licores y bombones envenenados para sus novios, dos de los cuales mueren, subrayando su naturaleza fatal.
Video: "La bruja"
Dorys Rueda
Audio: "La bruja"
Narración: Dorys Rueda
A medianoche, el río Tejar despoja su piel en sigilo,
y de sus aguas emerge la bruja, bella y etérea.
arropada en sombras que cargan voces y huesos del puente.
Ecos del fondo, susurros ahogados que advierten a los vivos.
Sus brazos, hilos invisibles que disuelven el tejido profundo del ser.
Es la muerte en tránsito, un oscuro canto que consume la aurora en su marea sin fin
A los ebrios y a los infieles les murmura su sentencia,
como hojas marchitas, los arrastra hacia el abismo,
y al hundirse, el río los mece en su eterno letargo,
devorados por la sed insaciable de un fuego sin luz.