Por: Ruth Moya
Antiguamente, donde es Otavalo, dicen que había un lago grande, llamado Impakucha. Pero aún más anteriormente –narran- ahí no hubo agua, sino una hacienda grande. En medio de este pueblo grande, así mismo, había un camino grande.
Un día, cuando quemaba el sol, una joven, enviada por su madre, pasaba por ese camino, cargada una paila.
Mientras quemaba más el sol, y la joven sudaba cansada, se quedó sentada en el borde de una pared. Bajó la paila y la colocó cerca de ella. Pero, cuando regresó a ver la paila, se dio cuenta que de la mitad de ésta comenzó a salir, saltando el agua. La joven se asustó mucho y corriendo fue a avisar a su madre. Hasta eso la paila ya había estado llenándose y cuando regresaron el agua llenaba toda la paila. De ahí siguió creciendo más y más. Cuando el agua inundaba la ciudad, las dos se fueron muy rápido a un cerro y miraron desde allí como tapaba la hacienda. A ese lago los mestizos le llaman San Pablo.
Fotografía: Lago San Pablo, Ecuador
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