Fuente oral: María Angelita Rodríguez1
 Recopilación y Transcripción: Dorys Rueda
 Otavalo, 1994.
 
 
 

Sucedió hace muchísimos años, en una época en la que la ciudad de Otavalo no conocía la luz eléctrica y la vida en el pueblo transcurría en una calma casi mística. Las noches eran especialmente silenciosas y para las nueve, no había un alma en las calles; los habitantes se recogían temprano, buscando la seguridad de sus hogares. Sin embargo, había una hora que todos temían: la medianoche.

Las historias que circulaban hablaban de una figura espectral, conocida como "La Viuda". Era una mujer alta, de porte imponente, que vestía íntegramente de negro, como si el luto eterno fuera parte de su ser. Cada noche, a las doce en punto, aparecía sin falta, siguiendo el mismo recorrido que ya se había vuelto una especie de ritual. La mujer descendía desde la hacienda de la Magdalena, avanzando con paso firme y pausado. Al llegar a la esquina del cementerio, se detenía por unos momentos, como si su presencia allí fuera un homenaje a los muertos. Luego, con una elegancia siniestra, continuaba su camino, contorneándose lentamente hasta llegar a la esquina de la iglesia de San Francisco.

Era en ese punto donde la Viuda esperaba a los desafortunados que habían pasado la noche bebiendo, perdiéndose en los vapores del licor. Su presencia era casi hipnótica y los borrachos, embriagados no solo por el alcohol, sino también por la figura de esta misteriosa mujer, no podían resistirse a acercarse. Cuando la mujer espectral los divisaba en la distancia, se quitaba el manto que cubría su cabellera y su rostro, revelando su pálida figura. Con un gesto provocativo, les extendía los brazos, como invitándolos a unirse a ella.

Pero lo que les esperaba no era un abrazo amoroso. Cuando los ebrios, seducidos por su aparente belleza, se acercaban con la intención de besarla, eran recibidos por una visión aterradora: el rostro de la Viuda se transformaba en una máscara cadavérica, con ojos hundidos. El impacto era tan terrible que muchos no podían soportarlo. Comenzaban a echar espuma por la boca y luego caían muertos del susto en ese preciso momento.

Con el tiempo, la leyenda de la Viuda se extendió por todo Otavalo, convirtiéndose en un aviso para los que se atrevían a deambular por las calles a altas horas de la noche. Se transformó en un símbolo de advertencia, recordando a todos que algunos caminos no deben ser transitados y que ciertas tentaciones pueden llevar a un destino más lóbrego de lo que se podría imaginar. Y aunque han pasado muchos años, la historia de esta mujer espectral sigue viva en Otavalo, transmitiéndose de generación en generación por quienes aún creen en los misterios que se ocultan en la oscuridad de la noche.

 

 

    Informante:

 

1 Angelita Rodríguez Hidalgo (Tumbaco: 1925) reside en Otavalo desde 1952. Sus primeros recuerdos vienen del barrio Punyaro, a donde fue a vivir cuando recién se había casado. Vivió la época de esplendor de la Fuente de Punyaro, donde iba junto con su esposo, don Ángel Rueda Encalada a distraerse los días domingos. Era el lugar donde las vecinas, al caer la tarde, le contaban leyendas que habían escuchado de sus familias y de sus amigos.

  

 
 
 
 
 
 
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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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