Se contaba que en la piscina “El Neptuno” rondaba una presencia oscura que habitaba en los vestuarios, llenando de inquietud a quienes se atrevían a frecuentarlos. Algunos aseguraban que, mientras se cambiaban, podían escuchar cómo alguien nadaba en la piscina, aunque no hubiera un solo bañista en sus aguas. Las brazadas y el sonido del agua agitándose retumbaban en el silencio, creando una sensación de desasosiego. Otros decían haber sentido una presencia que los observaba desde las sombras, como si unos ojos invisibles les siguieran cada movimiento. Incluso había quienes afirmaban que, justo antes de ver unas figuras oscuras deslizarse por las paredes, sentían un escalofrío profundo que les recorría la espalda, helándoles hasta los huesos.
“El Neptuno” no siempre había sido un lugar de terror. En sus años de mayor esplendor, la piscina era un punto de encuentro para los habitantes de Otavalo. Durante el día, las familias acudían para disfrutar de un chapuzón, mientras que por las noches, la verdadera fiesta se llevaba a cabo en la pista que se encontraba en la parte superior de la alberca. La historia que les contaré justamente sucedió en el baile en honor a la Reina del Yamor. La velada prometía ser grandiosa: los otavaleños bailaban al ritmo de la música, mientras los brindis de amistad se multiplicaban. Las copas tintineaban en el aire y cada sorbo era un gesto de camaradería y alegría compartida.
En medio de esta atmósfera de festejo, un joven, conocido tanto por su destreza en la natación como por su imprudencia, decidió lanzarse a la piscina para impresionar a sus amigos y, especialmente, a su enamorada, que lo observaba desde el borde. Había estado bebiendo por horas, lo que avivaba su temeridad. Sin pensarlo dos veces, se lanzó de cabeza a las aguas, buscando ganarse la admiración de todos con su audaz salto. Sin embargo, lo que empezó como un juego lleno de entusiasmo rápidamente se convirtió en tragedia. Las risas y la música se desvanecieron cuando el muchacho no emergió del agua. Al principio, sus amigos pensaron que bromeaba, pero al ver que no salía a la superficie, se lanzaron para rescatarlo. Desgraciadamente, cuando lo sacaron, ya era demasiado tarde: el frío de las aguas había sellado su destino. El joven había fallecido, ahogado por su imprudencia y los efectos del alcohol.
Con el paso de los años, "El Neptuno" volvió a recuperar su lugar como un sitio de diversión y encuentro social en Otavalo. Las familias regresaron para disfrutar de sus instalaciones y el bullicio de los bañistas llenaba de nuevo el aire. Sin embargo, a pesar de la aparente normalidad, la gente nunca pudo olvidar la presencia de aquel joven nadador. No faltaba quien, al pasar por los vestuarios, sintiera un leve escalofrío o escuchara un extraño chapoteo en la piscina vacía. Era como si la historia del nadador siguiera viva, flotando entre el agua y el viento.
Fotografía: Marcelo Quinteros Mena