Dorys Rueda

 

En el corazón de Ecuador, donde las cascadas fluyen como cintas de plata y las vertientes susurran misterios ancestrales, se cuenta la historia de un espíritu enigmático: el Cuichi, conocido también con el nombre de “arcoiris”. Una figura que encarna la belleza, el temor, el poder y la fuerza.

Los abuelos narran que el Cuichi surge envuelto en el manto de las intensas lluvias o cubierto por el delicado velo de suaves lloviznas. Este espíritu solitario, nacido del sol y la lluvia, personifica la brillantez del día. Se presenta con una indumentaria vibrante y colorida, compuesta por siete trajes de distintos colores que adornan majestuosamente su figura.

El primer traje del Cuichi es de tono rojo, intenso y vibrante como el fuego de la pasión. El segundo es de color naranja, como la belleza deslumbrante de los atardeceres. El tercero es de un amarillo intenso como los campos de maíz bajo el sol. El cuarto es de un verde radiante, como las hojas del campo en su máximo esplendor. El quinto es de tono añil, tan profundo como las sombras crepusculares. El sexto es de color azul, como el tranquilo cielo despejado. La última vestimenta es de un violeta obscuro y nos recuerda la llegada paulatina de la noche.

Aquellos que han tenido el privilegio de encontrarse con él, ya sea bajo el resguardo de cascadas o en la tranquila soledad de las vertientes, describen a un ser que inspira admiración. Sin embargo, pese a su semblante apacible, el Cuichi es una presencia venerada y temida, tanto en los desolados páramos helados como en los exuberantes y húmedos trópicos.

En nuestra provincia de Imbabura, el Cuichi recorre con soltura  los contornos de los distintos cerros de la región. Se dice que su lugar preferido es el monte Imbabura. Allí el Cuichi se manifiesta con una intensidad abrumadora, tocando profundamente el alma de quienes osan explorar sus caminos.

Según cuentan nuestros ancianos, este espíritu tiene una particular aversión hacia aquellos que visten ponchos rojos con franjas verdes o negras. Se cree que estos colores evocan en él recuerdos de antiguas ofensas o rituales olvidados. Además, posee una extraña obsesión por las mujeres embarazadas, a quienes persigue con un celo inexplicable. Cuando logra apoderarse de ellas, estas se enferman y dan a luz a pequeños reptiles.

El Cuichi también es famoso por su habilidad camaleónica para transformarse y adoptar diversas formas. En ocasiones, se presenta como una recua de siete burros que sigue de manera inquietante a los transeúntes. Otras veces, toma la forma de una piara de siete cerdos pequeños, persiguiendo a aquellos curiosos que se atreven a observarlos de cerca.

Cuando el Cuichi atrapa a una persona, desata una extraña y terrible enfermedad. Los afectados experimentan sarnas y erupciones cutáneas que cubren todo su cuerpo, formando dolorosas pústulas y granos que no responden a tratamientos médicos convencionales. Se dice que los únicos capaces de curar estas dolencias son los curanderos, quienes, según la creencia popular, han establecido un pacto con este espíritu y justamente por este acuerdo pueden sanar enfermedades que los médicos no consiguen hacerlo.

Los rituales de curación que emplean los curanderos son ceremonias cargadas de significado y se remontan a tiempos inmemoriales. Un componente esencial de estos ritos es el uso de orina, que se cree posee propiedades tanto limpiadoras como desinfectantes. Este fluido actúa como un elixir potente capaz de purgar la maldad y restaurar la salud.

Al Cuichi le atraen los espacios donde los humanos cuelgan la ropa para secarla al aire libre. Se aproxima a los tendederos para impregnar en ellos su energía espectral. Allí muestra su fuerza y dominio. Las prendas comienzan a moverse con una intensidad inusitada, girando y azotando como látigos vivientes, al punto que pueden causar daño a cualquier persona lo suficientemente audaz o desafortunada que se acerque.

Ante estos despliegues, los habitantes de las comunidades afectadas han aprendido a no enfrentarse directamente con el Cuichi.  En lugar de intentar detener el caos o recuperar su ropa, optan por una estrategia más prudente: se refugian en sus hogares, cerrando puertas y ventanas, esperando pacientemente a que el ánimo del espíritu se aplaque. Solo cuando el influjo de este se disipa, los habitantes se aventuran a salir de sus casas.  Al hacerlo, se encuentran con un paisaje pavoroso y aterrador. Las prendas están desperdigadas por doquier. Algunas de ellas exhiben agujeros, como si hubieran sido  perforadas por dedos invisibles y caprichosos, mientras que otras están totalmente rotas e inservibles.

 

Leyenda publicada por Diario El Norte

 

Portada: Dorys Rueda

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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