Fuente Oral: Ángel Rueda Encalada 
Recopilación: Dorys Rueda
 Otavalo, 1985

 

Desde niña, durante las largas sobremesas familiares en Otavalo, mis padres nos contaban historias a mis hermanos y a mí que nos dejaban los cabellos de punta. Recuerdo especialmente las noches frías, cuando el viento silbaba entre las carpas del antiguo mercado 24 de mayo que quedaba frente a nuestra casa.

Mi padre, don Ángel Rueda Encalada, con su voz grave y pausada nos hablaba de los hombres y mujeres que, en su desesperación, habían hecho pactos con el diablo. Historias que nos fascinaban y también nos asustaban, especialmente cuando nos íbamos a la cama y nos arropábamos con las mantas, como si así pudiéramos protegernos de cualquier sombra que hubiere en la habitación.

Mi padre contaba que el diablo aparecía vestido con un impecable traje negro. Su rostro, de rasgos afilados y perfectos, mostraba una piel pálida que contrastaba con sus ojos oscuros, profundos y de maldad insondable. Su sonrisa era encantadora y perturbadora, capaz de seducir y aterrorizar en igual medida. Se presentaba en los momentos de mayor desesperación de un hombre o una mujer para ofrecerle poder, amor, joyas, riqueza y bienes materiales a cambio de su alma. Era una oportunidad exclusiva a un costo inimaginable.

Luego, Lucifer proponía formalizar el pacto mediante un contrato, a menudo escrito con sangre, simbolizando el compromiso irrevocable del alma vendida. Este documento, temido por muchos y buscado por muy pocos, estipulaba claramente los términos del acuerdo y las consecuencias terribles que traería su ruptura.  Una vez firmado, se guardaba en un lugar oculto y su existencia misma era una prueba constante del pacto hecho.

Los relatos variaban pero coincidían, sin duda, en la hora del pacto. Se daban siempre en la oscuridad de la noche, en los sitios más escalofriantes escogidos por el propio diablo: los lugares solitarios, bosques, caminos abandonados, quebradas profundas y cementerios olvidados.

Si el humano acudía al bosque, los árboles se erguían como sombras amenazantes. Sus ramas retorcidas parecían susurrar secretos macabros al viento. Si acudía a los caminos abandonados, estos se transformaban en laberintos de espanto donde el eco de los propios pasos resonaba con un sonido inquietante. Si el pacto se daba en las quebradas, el ruido del agua parecía musitar historias de almas perdidas y si el acuerdo se llevaba a cabo en los cementerios olvidados, se escuchaban susurros de los difuntos advirtiendo sobre la condena del más allá.

Cuando la persona estaba en el lugar, experimentaba sensaciones extrañas como vértigo o frío intenso. El aire se tornaba denso y difícil de respirar, como si cada inhalación fuera una lucha contra una fuerza invisible. Una sensación de irrealidad envolvía todo el entorno, como si el mundo hubiera perdido su solidez y se desvaneciera en una niebla de pesadilla. Los sonidos habituales de la noche se silenciaban de repente y un ruido sepulcral abrigaba el lugar.

En estos momentos, la figura de Lucifer emergía de la oscuridad.  Su piel era roja y sus ojos brillaban con un resplandor siniestro que contrastaba con la oscuridad del lugar. Sus cuernos se alzaban majestuosamente desde su cabeza, curvándose con una elegancia siniestra. Su cola se movía lentamente, como una víbora esperando atacar.

Tras el pacto, afirmaba mi padre, la transformación de la persona era rápida y notoria. De la noche a la mañana, quien antes vivía en la pobreza se volvía extremadamente rico. Adquiría amor, propiedades lujosas, joyas deslumbrantes y bienes materiales que antes solo podía soñar. Además, desarrollaba habilidades especiales en los negocios que prosperaban de manera inexplicable y el éxito llegaba sin esfuerzo alguno. Esto no pasaba desapercibido para los vecinos y conocidos, quienes comenzaban a murmurar y a decir que ese hombre o esa mujer había pactado con el diablo.

El final siempre llegaba cuando el diablo se presentaba, según el acuerdo, a reclamar el alma prometida. En algunas leyendas, la víctima intentaba engañar a Lucifer y lo lograba, utilizando astucia y trucos para ganar tiempo o escapar de su condena. Pero en la gran mayoría, la persona se arrepentía y buscaba la intervención divina, acudiendo al templo en busca de perdón y protección. Los sacerdotes, conocedores de estas historias, a través de las oraciones y del agua bendita, evitaban que el diablo se llevara el alma del compactado.

Todas esas leyendas, marcadas por el misterio y la magia, tenían un componente moral muy claro y mi padre lo enfatizaba mucho. Decía que los relatos eran advertencias para que la gente no cayera en la ambición desmedida y la codicia. Lecciones para recordar que el verdadero valor de la vida no estaba en el dinero, los lujos, las joyas y los bienes materiales, sino en la rectitud del alma.

 

Portada: creación Dorys Rueda.

 

 

Informante

Ángel Rueda Encalada  (Otavalo: 1923-2015)

 

 

Fue  un autodidacta que impulsó la modernización de Otavalo, logrando grandes avances para la ciudad. Entre sus logros más destacados se encuentran la automatización de los teléfonos, la construcción del Banco de Fomento, la llegada del Banco del Pichincha, la edificación del Mercado 24 de Mayo, la construcción de la Cámara de Comercio, la restauración del templo El Jordán y la reconstrucción del Hospital San Luis.

Durante décadas, fue un generoso benefactor de las escuelas Gabriela Mistral y José Martí. Además, fue fundador de varias instituciones clave para la ciudad, desde las cuales desplegó una incansable labor en beneficio de la comunidad. Se desempeñó como presidente de la Sociedad de Trabajadores México y del Club de Tiro, Caza y Pesca. También formó la Cámara de Comercio, trabajando activamente para ella y siendo nombrado su presidente vitalicio.

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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