Eduardo Alfredo Arias
Imbabura, además de los múltiples y hermosos lagos, es rica en serpenteantes ríos, en fuentes encantadoras y saltarinas cascadas, todos ellos con su propia historia y matizados con leyendas y tradiciones: unas hermosas, atrayentes y subyugantes, otras tétricas y espeluznantes. Hoy el crecimiento urbanístico y la modernidad han afectado tremendamente a estos antiguos lugares, muchos de ellos desaparecidos y otros contaminados.
Ríos, fuentes y cascadas, hasta hace pocas décadas, eran lugares maravillosos de esparcimiento y solaz durante el día, en la noche se tornaban funestas y tenebrosas. Cascadas y fuentes (pacchas y pogyos, en kichwa, respectivamente), eran sitios que infundían temor y respeto; en donde al amparo del oscuro manto de la noche se proyectaban toda clase de seres míticos e infernales, salidos de lo más profundo del Averno y del imaginario popular.
El duende en nuestra cultura es la personificación del semidiós fálico, la leyenda señala que este ser acosaba y conquistaba a las longas doncellas de larga y negra cabellera, de grandes, picarescos y negros ojos, de espesas cejas, de labios carnosos y provocativos y de amplias caderas, que se arriesgaban a caminar sin compañía por parajes apartados y solitarios.
Cuentan que, se presentaba a las mujeres como un joven de cuerpo pequeño, de complexión robusta, de rostro atractivo, de mirada profunda y subyugante, vestía pantalón blanco, una amplia camisa cubría su ancho tórax y disimulaba su enorme miembro viril que rodeaba la cintura a manera de correa, cubría su cabeza un negro sombrero de ala ancha, elaborado en Ilumán, sobre su hombre izquierdo terciaba un largo y fuerte látigo.
Las jóvenes caían rendidas ante su presencia, se entregaban sin resistencia. Si tenía relaciones, la mujer irremediablemente moría desangrada. Cuando el Duende se encontraba con un hombre, le propinaba una larga y fuerte latigueada con el acial y amorataba los ojos con tremendos puñetazos en la cara.
Para su curación, debía concurrir de urgencia donde el Allí Pacha (Buen brujo), únicamente él conocía la cura y los secretos de la naturaleza, de plantas y animales y podía administrarle la cura y limpieza adecuadas para su restablecimiento.
Este mítico personaje, si bien tiene influencia hispánica, no es la misma criatura de la tradición europea, más bien, se parece al Chuzalungu de la cultura indígena.
Otavalo, Leyendas y Tradiciones, 2008.
ROMANCE DE OTAVALO
¿Dónde detener la mirada?
¿Dónde exhalar un suspiro?
¿En qué hermosos paisajes
soñar enamorado
y contemplarlo sobrecogido?
¡Sólo en tus verdes praderas,
y en tus montañas turquesa!
¡Oh perla escondida
En la naturaleza!
¡Por tus mágicos lagos
he sido atrapado
y ungido de pies a cabeza!
¡No hay otro romance,
Por profundo que se le parezca!
Como el de mi amado e inolvidable
Otavalo
¡He de morir cautivo de tu belleza!
Alexa Anangonó, 2024.