LA ANCIANA DEL HOSPITAL GENERAL DOCENTE DE RIOBAMBA
Dorys Rueda
Recopilé esta historia en enero de 2018. Me la relataron mis alumnas Camila Bernal y Jhennyfer Almachi, quienes la escucharon una noche de labios de Mónica Heredia.
Aquella noche en el Hospital General Docente de Riobamba tenía un aire diferente, como si estuviera envuelto en un manto de misterio. Cada rincón parecía tener su propia historia, y el edificio, con su fachada antigua y sus paredes gastadas por el tiempo, guardaba secretos de épocas pasadas. Mientras cuidaba de mi hermana, no podía dejar de sentir una presencia extraña, como si algo o alguien nos estuviera observando desde las sombras, atento a cada uno de nuestros movimientos.
La temperatura parecía descender a medida que avanzaba la noche. Cada paso que dábamos en dirección al baño resonaba en el pasillo vacío, amplificado por el silencio profundo que dominaba el lugar. El hospital, que de día era un bullicioso ir y venir de médicos, pacientes y enfermeras, se había convertido en un lugar fantasmal en el que solo nosotras parecíamos estar despiertas. La iluminación intermitente, provocada por las luces que parpadeaban de vez en cuando, añadía una atmósfera lúgubre que me hacía sentir cada vez más inquieta.
Fue entonces cuando la vimos. La figura de la anciana apareció ante nosotras como si hubiese surgido de la nada, avanzando lentamente hacia el baño. Era como si flotara, su andar pausado apenas producía ruido y el crujir del porta sueros se escuchaba débilmente, casi como un eco lejano. Su cabello blanco, suelto y brillante, se movía ligeramente al compás de sus pasos y su bata blanca, impecable, parecía emitir un tenue resplandor que resaltaba su presencia en el oscuro corredor.
Cuando nos miró, una sensación de paz invadió mi corazón. No había nada en ella que pareciera amenazante; al contrario, su rostro emanaba una serenidad y dulzura tan intensas que ambas sentimos una tranquilidad inusual en medio del ambiente frío y desolado del hospital. Aquel leve saludo con la cabeza, junto a su sonrisa amable, nos dejó la impresión de que ella sabía algo que nosotras desconocíamos, como si comprendiera nuestras preocupaciones y quisiera calmarnos.
Apenas unos segundos después, al llegar al baño, nos encontramos con un vacío absoluto. La anciana había desaparecido sin dejar rastro alguno. Las puertas de los cubículos estaban todas abiertas, mostrando claramente que no había nadie allí. Mi hermana y yo nos quedamos paralizadas, mirándonos con incredulidad. ¿Cómo era posible que aquella mujer hubiera desaparecido tan rápido? Intenté convencerme de que tal vez había otra salida en el baño que no habíamos visto, pero la lógica no parecía encajar en aquella situación.
Esa noche, después de regresar a la habitación, ninguna de las dos pudo conciliar el sueño. La imagen de la anciana seguía viva en nuestra mente y sentíamos que de alguna forma su aparición había sido una advertencia o un mensaje oculto. A la mañana siguiente, todavía perturbadas por lo sucedido, le relatamos el encuentro a una enfermera, esperando que nos diera una explicación lógica. Sin embargo, lo que nos reveló nos dejó aún más intrigadas.
La enfermera nos contó, con voz baja y mirada esquiva, que varias personas en el hospital habían visto a la misma anciana. Pacientes en estado crítico, familiares agotados por largas horas de espera y hasta algunos empleados del hospital aseguraban haber tenido encuentros con aquella misteriosa mujer de cabello blanco. Todos coincidían en describirla de la misma forma: amable, serena, y siempre desapareciendo sin dejar rastro. Algunos decían que era el espíritu de una enfermera que, durante su vida, había sido conocida por su dedicación a los pacientes y que, tras fallecer, parecía seguir cumpliendo su labor, velando por aquellos que se encontraban en momentos de angustia o desesperación.
Jamás pudimos borrar aquella experiencia de nuestras mentes; quedó grabada como un recuerdo indeleble que nos acompaña hasta hoy. En ocasiones, durante las conversaciones familiares, evocamos la figura de aquella anciana que, por razones desconocidas, se manifestó solo para nosotras aquella noche en el hospital. Al recordar su presencia, reafirmamos que los seres humanos tenemos la capacidad de percibir realidades invisibles y presencias misteriosas que escapan a nuestra comprensión. No todo en este mundo está destinado a ser entendido de manera racional; hay encuentros y sensaciones que debemos aceptar simplemente como son: manifestaciones de lo inexplicable, llamadas a ser sentidas y respetadas en el silencio del misterio que las envuelve.