Yo tenía un terreno en una parte que se llama “La nariz del diablo” por Miraflores, y sembraba choclos, pero siempre me estaban robando. Una vez le dije a mi mujer que me iba para conocer quiénes eran los ladrones. Llegando a un carretero grande vi una luz a lo lejos, pero era por potreros, y yo dije qué raro, qué carro será el que viene por ahí o será el alumbrado de velas de algún difunto que lo van a enterrar al cementerio. Me quedé sentado en un bordo esperando, pero de ver que no alcanzaba a ver bien, dije me voy a ver quién se ha muerto y me fui bajada abajo. Cuando llegué a ese punto, no vi nada de gente, solo oí un ruido y sentí una hedentina a azufre y unas luces que se apagaban y otras que se encendían. Vi a un hombre bien parado manejando un carro. ¡Jesús María! Saqué el rosario y me puse a rezar. ¡Había sido el diablo!
Abdón Ubidia, Cuentos, leyendas, mitos y casos del Ecuador, Editorial Ecuador, 2010
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