Los duendes del Carchi son melódicos y enamoradizos, les encanta la música y son bailarines. Por eso viven cerca de las cascadas, donde permanecen en sus mágicas celebraciones hasta que un desprevenido los alcanza a mirar. Más, viven en sitios inaccesibles y que son, según los abuelos, “pesados”, es decir que tienen una densidad extraña que pone la carne como piel de gallina. Cuando alguien los ve no pasa nada. Pero cuando un duende o una duenda mira primero, inmediatamente la persona queda “enduendada”.
Por este motivo, acuden a sus llamados en lo que se denomina las malas horas: seis y doce de la mañana, tarde y noche. Aparentemente son atraídos por la maravillosa música que entonan y los duendes -como en todo el mundo– son traviesos. Les colman de obsequios y de pasteles, pero cuando el “enduendado” llega feliz a su casa, las tortas son en realidad, majada de ganado, aunque el encantado siga insistiendo lo contrario.
A diferencia de los duendes de características indígenas, como el chuza longo que vive en la Sierra Central y que es un tanto sátiro, los duendes de la zona de Mira son más bien juguetones. Su rostro no tiene verrugas y son hermosos. Las duendas, según dicen, tienen la cabellera larga. La música es de apariencia celestial, porque –según se comenta- los duendes son espíritus, mejor dicho, ángeles caídos en desgracia y que tocaban en los Coros Celestiales. Son enemigos de los perros a quienes provocan muertes misteriosas.
Les atraen las mujeres de ojos grandes y zarcos, que literalmente significa azul claro, pero que en la zona también se entiende como verdes. Son pequeños de estatura y a diferencia de los duendes de la Sierra Central, que son deformes, o en Manabí, que tienen los pies al revés, el talle del duende de Mira es perfecto, solo que en miniatura. Tienen un sombrero de ala ancha y sus trajes son de colores brillantes. Eso sí, se desplazan a varios centímetros del suelo y cuando escuchan aullidos desaparecen.
Acaso los duendecillos que viven en el Carchi se acercan más a la mitología europea que a la andina, porque esta provincia tiene escasa presencia indígena. En la Sierra Central, los duendes que llegaron en carabela se fusionaron con las mitologías andinas, con referencia a rituales de la tierra.
Hay varios secretos para ahuyentarlos: colgar un collar de ajo a la víctima o también amarrarlo a un palo. Es preciso amarrar al perseguido con un cabestro de cuero de vaca, untado de sangre. Como a los duendes les gusta llevar a sus víctimas a las cuevas, al no encontrarlas salen en su búsqueda. El infortunado tiene que aguantar la paliza, pero el duende se va enfurecido y no retorna más, creyendo que le han plantado en la cita. Pero como siempre, el duende tiene la sonrisa amplia y no cabe duda que regrese nuevamente a los caminos sinuosos de Mira.
Memorias de Mira, 2008.
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