Hace muchos años, los shuar no conocían el fuego. Lo tenían escondido en su casa. No permitía a nadie entrar en ella. Algunos shuar que habían tratado de apoderarse de él habían muerto aplastados entre sus grandes manos. Daba con las manos unos golpes que se oían muy lejos en la selva: tac, tac, tac. Por esto le llamaban TAKEA.
Una mujer que vivía con él salió una mañana a la huerta y encontró un “jemple” (colibrí) aterido de frío. Compadecida del pajarito lo llevó junto al fuego.
Reavivado por el calor, el jemple cogió con la cola un poquito de fuego, huyó y lo depositó sobre un palo. Una mujer que lo vio corrió a cogerlo y lo repartió entre las demás mujeres de la selva.
Queriendo ella probar el poder del fuego entró en las llamas con el armadillo. Se quemaron ambos y murieron abrasados. Los huesos saltaron en pedazos y cayeron en las casas shuar. Las mujeres cogieron los trozos y los guardaron con cuidado.
Mitos y leyendas Shuar, Ediciones Abya-Yala, 1985