Estanislao Lojano
Fuente oral: Anderson Tuva
Recopilación: Dorys Rueda
10 de abril de 2015
Soy un joven que estudió en el cantón El Pangui, provincia de Zamora Chinchipe, en el Oriente. El caso que les voy a narrar me sucedió hace años atrás.
A mi familia y a mí nos invitaron a una fiesta en casa de una amiga de mi abuelita, una indígena shuar. Ya en la fiesta, saludamos a las personas que allí se encontraban y agradecimos a los dueños de la casa por la invitación. Yo, como soy curioso, vi que una habitación tenía la puerta media abierta. Entré sigilosamente, sin que nadie se diera cuenta, y alcancé a ver un libro que estaba sobre un atril. Me acerqué y divisé un signo muy extraño, justo en la pasta del libro. Tuve temor, pero eso no me impidió abrirlo. Al hacerlo, sentí algo extraño y salí corriendo sin cerrar el texto. Después de eso, todo cambió.
La primera noche no pude dormir bien, me sentía raro. En el sueño, se me iba formando la imagen borrosa de alguien. Era un rostro que iba aclarándose poco a poco, hasta que pude verle bien, con nitidez: ¡era el rostro del diablo! Me levanté asustado y le conté a mi abuelita lo que había soñado. Ella se puso a pensar en lo que el sueño podía significar.
La noche siguiente, mientras dormía, empecé a sentir un frío tremendo que me hizo despertar. Abrí los ojos y observé que todo era negro a mi alrededor. En ese momento, sentí cómo el diablo me cargaba entre sus hombros. Como yo me movía de un lado a otro para zafarme, este se enojó y me tiró al piso bruscamente, exclamando: “Longo cabrón, estás muy pesado” y se fue.
Me quedé muy asustado, sin saber qué hacer en ese instante. Después, empecé a llorar y corrí a ver a mi abuelita para contarle lo que me había sucedido. Ella, muy preocupada, organizó un rito bautismal para mí. A las siete de la noche fui a la iglesia, donde el sacerdote me bautizó y desde ahí, nunca más he vuelto a ver al diablo.