Por: Mario Conde
Hace muchos, muchos años, la selva ecuatoriana soportó una prolongada sequía. Los ríos se habían vuelto riachuelos, las chacras se habían arruinado y los habitantes de la selva: dioses, humanos y animales, padecían de hambre.
Afectados por la escasez, los gemelos divinos Cuillur y Ducero fueron a la choza de su amigo Mangla para pedirle comida. Éste le brindó chicha de yuca y mientras regresaban, sentados ante la tulpa, los gemelos se dieron cuenta de que en una esquina había unas enormes escamas de pescado, arrancadas seguramente de un pez más grande que un hombre.
¿De dónde sacas estos peces? Preguntaron los gemelos.
Mangla les indicó que en una laguna cercana y los invitó a ir a pescar con él.
En la laguna, los tres pasaron horas tratando de capturar una pieza, pero no lograron nada. Al comprender que su amigo los había engañado, los gemelos sujetaron a Mangla por los brazos.
¡Te daremos una buena paliza por mentiroso! lo amenazaron.
Arrepentido del embuste, Mangla les contó que por la Cordillera de los Guacamayos existía un árbol grueso y gigantesco, tanto que en su copa albergaba una laguna poblada de gran variedad de peces, aves y animales. Los gemelos presionaron a su amigo para que los llevara al lugar donde crecía un árbol de tal abundancia.
Luego de avanzar por senderos de animales y sortear pantanos habitados por boas, entraron en un bosque amarillo y verde de cañas guadúas. Los rayos del sol no iluminaban el lugar y el frío calaba en los huesos. Al salir del bosque, llegaron por fin a un extenso claro de la selva. Allí se erguía un descomunal árbol.
Los brazos unidos y extendidos de los gemelos y su amigo no alcanzaban para rodear la mitad de la circunferencia del tronco. Tras reflexionar cómo derribar aquel gigantesco árbol, que proveería de comida a todos, los gemelos divinos pidieron ayuda a los roedores, aves e insectos de la selva. Guatusas, ardillas, ratones, tucanes, halcones, pájaros carpinteros, abejorros, comejenes, hormigas, etc., se pusieron de inmediato a morder, picar y raspar. Trabajaron hasta el agotamiento en jornadas de sol a sol. Al final de nueve días y nueve noches, el tronco fue cortado completamente, pero el árbol no cayó.
Un halcón levantó el vuelo y fue a investigar. Cuando descendió, contó a Cuillur y Ducero que el misterio no estaba abajo en el tronco, sino arriba en la copa.
-¡Ardilla! -dijeron los gemelos.
Al instante se convirtieron en dos roedores de esta especie. Treparon ágilmente hasta la copa del gigantesco árbol y quedaron sorprendidos con la vista. Ante ellos se extendía una inmensa laguna de agua cristalina y con islotes llenos de aves y animales. Pero también había un colosal bejuco que nacía en el islote más grande y subía verticalmente hasta enredarse en el cielo. Por esto el árbol no caía.
-¡Cortémosle! -dijeron los gemelos convertidos en ardillas. Nadaron en las aguas cristalinas hasta el islote. Sus afilados dientes se pusieron a roer el bejuco.
El árbol se precipitò estruendosamente. El agua de la laguna se esparció por las chacras sedientas. Los peces nadaron en los nuevos arroyos. Las especies de aves y animales buscaron refugio en la selva. El torrente cristalino llegó hasta los ríos y los volvió anchos y navegables como son hasta ahora.
Los únicos que no disfrutaron del árbol de la abundancia fueron los gemelos y su amigo. Cuillur y Ducero porque tras cortar el bejuco treparon por éste hasta el cielo, donde ahora son dos luceros que aparecen al inicio y al final del día. Mangla, en cambio, murió aplastado cuando el árbol gigantesco impactó contra la tierra.
Veinte Leyendas ecuatorianas y un fantasma, Abracadabra, 2010.