Fuente oral: Érika Rojas
 Recopilación: Óscar Ruiz

                  


En un pequeño pueblo llamado Zumba al sur del Ecuador aún conservan cicatrices de la terrible guerra del Cenepa, se cuenta una historia que ha sido transmitida de generación en generación. En esos tiempos obscuros, cuando las bombas caían y los ecos de la guerra resonaban en el aire, vivía un hombre llamado Amaru, un soldado ecuatoriano que luchaba en la línea de frente. Era conocido por su valentía, pero también por su temerario optimismo el cual lo mantenía con vida en medio de tantas tragedias.

Una noche después de una feroz batalla. Amaru se encontraba en las trincheras rodeado de cadáveres y escombros. Mientras la guerra parecía consumir todo lo que quedaba de humanidad algo extraño sucedió. Un comandante superior se le acercó para darle una misión confidencial. Le entregó un pequeño paquete envuelto en un trapo sucio y le dijo: “Este mensaje debe llegar a la estación secreta y el corazón de los Andes antes del amanecer o todo estará perdido”. La misión es más importante que tu vida. 

Amaru con el peso de la misión emprendió su largo camino atravesando los campos de batalla aguantando hambre y sueño ya que estaba alerta a cualquier peligro. En la tercera noche de un camino pantanoso, desolado y nublado se apareció un hombre encapuchado. Amaru la reconoció inmediatamente porque era su compañero de batalla. El encapuchado con ojos brillantes lo observó y preguntó: ¿que haces aquí? Amaru tranquilo pero al mismo tiempo desconfiado porque no entendía la razón de que alguien más esté en el lugar en donde él se encontraba, le respondió con la misma pregunta: tú, ¿qué haces aquí?. El encapuchado con una sonrisa en el rostro le respondió: “Tú no llegarás a tu destino hoy y nunca lo harás".


Amaru al escuchar eso, sintió miedo y desesperación. Cuando iba a agarrar su arma, que se encontraba en su espalda, salieron dos hombres más que lo agarraron y le torturaron hasta su muerte. Tiempo después el comandante viendo que no había ninguna señal de Amaru lo mandó a buscar con sus compañeros. En medio de la búsqueda solo encontraron el paquete vacío con los papeles adentro incinerados hasta las cenizas, pero no había rastro de él.

Los años pasaron. Con el fin de la guerra, la aldea quedó en ruinas, al igual que la memoria de Amaru. Se decía que el soldado nunca logró cumplir su misión y que, en algún rincón del tiempo, su alma seguía atrapada, esperando ser liberada. Vagaba por los campos oscuros, envuelto en la niebla que cada invierno cubre el lugar, buscando completar aquello que quedó pendiente.

Los pocos que se han atrevido a caminar por esos caminos aseguran haber escuchado su voz: "Todavía tengo que cumplir mi misión".

Algunos afirman haberlo visto: una figura solitaria, con un uniforme militar desgarrado por el tiempo, avanzando lentamente hacia el horizonte. Dicen que, si alguien intenta acercarse, la niebla desciende como un manto espeso y lo envuelve, arrastrándolo hacia el mismo destino: quedar atrapado, esperando una misión que jamás podrá cumplirse.

Cada año, cuando la niebla y la oscuridad se funden, los aldeanos se reúnen en silencio y encienden una vela en la iglesia, con la esperanza de que, al fin, una luz ilumine el camino del alma errante de Amaru y lo libere de su eterna espera.

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
  • mailelmundodelareflexion@gmail.com
  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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