Don Luis era un viejito de esos que no se cansaban de lamentarse. Se quejaba del frío, de los hijos ingratos, del reuma, de las autoridades, de los vendedores, del aire y hasta del silencio cuando se volvía demasiado profundo. Vivía solo, y cada vez que se encontraba con alguien, soltaba su lista de penas como quien reza un rosario sin final:

—Ay, esta vida. Ay, mis huesos. Ay, ni el diablo se acuerda de mí.

Una noche, mientras bajaba por una quebrada de Otavalo, iba murmurando sus lamentos como de costumbre. A las doce en punto, cansado de tanto arrastrar las penas, se sentó sobre una piedra grande para seguir suspirando.

—¡Ay, quiero morirme! ¡Que la Muerte me lleve ya!

Y entonces, como si sus palabras hubieran tenido señal directa con el más allá, una sombra apareció a su lado. Don Luis giró lentamente, con el cuello crujiéndole como puerta vieja, y vio a una figura vestida de negro, con una hoz al hombro y sandalias en los pies.

—Buenas noches —saludó la figura con voz ronca y un tono congestionado, como quien arrastra una gripe eterna—. Soy la Muerte y vengo a llevarte.

Don Luis se quedó helado, más por el susto que por el frío de la quebrada.

—¿Así nomás? ¿Sin previo aviso?

—Mira, te he escuchado tantas veces que esta vez pensé que lo decías en serio —respondió la Muerte, sentándose a su lado y masajeándose la frente con resignación—. Estoy agotada.

Don Luis la miró de reojo, con cierta incredulidad.

—¿Agotada?

—Exhausta. Llevo siglos sin vacaciones. Todos me llaman, me rezan, me suplican. Y yo ahí, corriendo de alma en alma, sin un solo día libre. Por eso vengo con una propuesta: tú te quedas dos días en mi lugar, recoges unas cuantas almas de esta lista y yo me voy a Tonsupa.

—¿Tonsupa?

—Claro. Playa, ceviche, cocos y arena. Me voy a descansar el esqueleto. Solo será el fin de semana. ¿Trato hecho?

Don Luis, que en su vida había salido más allá del antiguo mercado 24 de mayo, pensó que tal vez no era tan mala idea. Al fin y al cabo, ¿qué tan difícil podía ser eso de ser la Muerte?

Aceptó.

La Muerte le entregó la túnica, que le quedaba como toldo, la hoz y una lista arrugada con nombres y direcciones. Luego, se puso de pie, se acomodó unas gafas oscuras y desapareció entre la neblina, no sin antes gritar desde lejos:

—¡Y no te olvides del abogado de la calle Bolívar!

Al día siguiente, Don Luis comenzó su nueva tarea con paso incierto. Caminaba por las calles arrastrando la túnica y sujetando la hoz como si fuera un bastón de comparsa. Cada tanto se le enredaba entre las piernas y tenía que detenerse a acomodársela. Aun así, trataba de mantener un aire solemne, como le correspondía a alguien que representaba a la Muerte, aunque fuera por encargo.

El primer nombre en la lista era claro: el abogado de la calle Bolívar. Golpeó la puerta con el mango de la hoz y anunció:

—Buenas tardes. Soy la Muerte y vengo por usted.

El abogado lo miró de pies a cabeza, arqueó una ceja y, con tono de funcionario molesto, dijo:

—¿La Muerte? ¿Con esa túnica arrugada? Yo soy abogado y a mí no me lleva nadie sin orden judicial. ¿Trajo documento, firma y copia certificada?

Le cerró la puerta en la cara sin esperar respuesta.

Don Luis suspiró.

Siguió con el siguiente nombre: una joven cerca del parque central. La encontró bailando frente a un celular con luces de colores y música retumbando desde un parlante portátil. Don Luis carraspeó para llamar su atención.

—Disculpe, señorita. Soy la Muerte y he venido por usted.

Ella se detuvo un instante, lo observó y soltó una risita.

—¿La Muerte? ¿Así vestida? Lo siento, pero hoy no me conviene morirme. Estoy subiendo en seguidores. Tal vez el lunes, si baja el alcance.

Don Luis se quedó de pie, sin saber qué decir. La vio grabar una toma, luego otra, y otra más con cambio de atuendo. Finalmente, la joven se le acercó con una sonrisa amable:

—Se le nota cansado. Mejor váyase a descansar.

Sin otra opción, Don Luis bajó la cabeza, dio media vuelta y murmuró:

—Ni siendo la Muerte me toman en serio.

Así transcurrió el resto del día. A donde fuera, encontraba excusas, malentendidos o simples burlas. Algunos lo ignoraban, otros querían tomarse selfies, uno lo confundió con un vendedor de empanadas. Una señora le lanzó agua bendita y un perro lo persiguió con tanta furia que terminó trepado en un árbol, aferrado a las ramas.

Esa noche, agotado, volvió a sentarse en la piedra de la quebrada. Esta vez no se quejaba. No porque se le hubieran ido las penas, sino porque ya no le quedaban fuerzas ni para lamentarse.

Al tercer día, justo al amanecer, la Muerte regresó. Venía bronceada, sonriente, con gafas oscuras, pareo floreado y un collar de conchas colgando del cuello huesudo.

—¡Don Luis! ¡Tonsupa es una maravilla! Comí conchas asadas, bailé bomba hasta que me crujieron los huesos, me eché en la arena a ver el mar. ¡Qué descanso más sabroso es no escuchar lamentos ni quejidos!

—¡Un momento! —interrumpió Don Luis, alzando la mano como quien intenta poner orden en una asamblea—. Ahora me escuchas tú. Esto fue un desastre total.

Le contó brevemente lo que había vivido: las puertas cerradas, las burlas, las exigencias absurdas, los malentendidos. Hasta la chica de las redes lo había mandado a descansar. Ni los vivos querían morirse ni lo tomaban en serio.

—Yo lo que quiero es volver a mi vida. Con todo y reuma, pero lejos de esta condenada lista.

La Muerte se cubrió la boca con una mano huesuda, intentando no reírse, pero no pudo evitar que se le escapara una carcajada hueca.

—Está bien, Don Luchito —dijo, divertida—. Por lo menos lo intentaste.

Chasqueó los dedos y, en un parpadeo, la túnica, la hoz y la lista desaparecieron. Don Luis sintió cómo el reuma regresaba a sus rodillas, pero esta vez le pareció casi reconfortante. Era su vida, al fin y al cabo.

La Muerte se alejó bailando con ritmo de marimba, dejando un leve aroma a bloqueador solar en el aire.

Desde entonces, cuando alguien le pregunta cómo está, Don Luis responde con una sonrisa cansada, pero firme, como quien ya ha visto lo que hay al otro lado:

—¡Vivo! Y con eso me basta.

 

 

 

 Dorys Rueda, Leyendas y magia de Otavalo, 2025.

 

Dorys Rueda

Otavalo, 1961


Es fundadora y directora del sitio web El Mundo de la Reflexión, creado en 2013 para fomentar la lectura y la escritura, divulgar la narratología oral del Ecuador y recolectar reflexiones de estudiantes y docentes sobre diversos temas.

Entre sus publicaciones destacan los libros Lengua 1 Bachillerato (2009), Leyendas, historias y casos de mi tierra Otavalo (2021), Leyendas, anécdotas y reflexiones de mi tierra Otavalo (2021), 11 leyendas de nuestra tierra Otavalo Español-Inglés (2022), Leyendas, historias y casos de mi tierra Ecuador (2023), 12 Voces Femeninas de Otavalo (2024), Leyendas del Ecuador para niños (2025) y Entre Versos y Líneas (2025).

Desde 2020, ha reunido a autores ecuatorianos para que la acompañen en la creación de libros, dando origen a textos culturales colaborativos en los que la autora comparte su visión con otros escritores. Entre estas obras se encuentran: Anécdotas, sobrenombres y biografías de nuestra tierra Otavalo (tomo 1, 2022; tomo 2, 2024; tomo 3, 2024), Leyendas y Versos de Otavalo (2024), Rincones de Otavalo, leyendas y poemas (2024) e Historias para recordar (2025).

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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