Fuente Oral: Milter Flawer Rivadeneira Arteaga.
Reproducción y Transcripción: Andrés Castillo.
Recogido en: Picoazá, Portoviejo, Manabí
Fecha: 20 de Abril del 2015

 

Sucedió en la parroquia de Picoazá, en la provincia de Manabí, Portoviejo, ya hace unos 40 años atrás.

Eran como las seis de la tarde cuando solía salir del colegio, con rumbo a mi casa. En esa ocasión, en lugar de ir allí directamente, me quedé jugando en el camino, desobedeciendo a mi mamá que siempre me decía que debía llegar pronto a la casa.

Cuando llegué, comencé a escuchar un silbido muy fino como a cien metros de donde yo estaba, pero yo, sin miedo seguí mi camino. Luego presentí que alguien me seguía y me tocaba el hombro. Sin embargo, sin regresar a mirar, continué mi camino.

Al subir las gradas de mi casa, comencé a escuchar que los animales que estaban en el establo, lloraban muy fuerte como si les estuvieran dando una paliza muy fuerte. Muy asustado, fui a ver qué era lo que les estaba sucediendo. Al llegar al establo, miré que los burros, los caballos y los pollos estaban con los ojos muy rojos como si tuvieran sangre. En ese momento me dije: “Dios mío, ¿qué está pasando, con los animales?”. Salí a avisarle a mi mamá, pero ella parecía que estaba ida. Entonces, la llamé por sus dos nombres y sus dos apellidos y le pregunté: “María Luzmila Arteaga Ponce ¿Por qué no me hace caso?”. Ella, reaccionando, me dijo: “¿Qué pasa mijito, por qué me retas?”.

Yo le contesté: “Porque no me pones atención y no me escuchas”. Y con la voz entrecortada, le conté que los animales estaban mal, que sus ojos estaban inyectados de sangre, como si estuvieran endiablados. Además, que lloraban como que si alguien les estuviesen dando una golpiza”.

Mi madre replicó: “¿Qué dices?, estás loco. Vete a lavar la cara para que se te pase el susto y tómate un vaso de agua. No te vayas a ningún lado, porque estás castigado, por decir cosas que no son”.

Sin decir nada, le obedecí a medias. Me fui primero a mi habitación y luego, me puse a rezar como nunca. A medida que rezaba, escuchaba que los animales se iban tranquilizando.

Más tarde, desobedeciendo a mi madre, me encontré con mis amigos del colegio para ir a jugar. Ya en la noche, de regreso a nuestras casas, íbamos pateando el balón por la calle, en pleno juego, cuando observamos a lo lejos, una luz muy blanca y en el centro de ella, como que una persona caminaba.

Como todos nosotros éramos curiosos, seguimos la luz. Al hacerlo, vimos que a los costados del camino se iba prendiendo fuego. Ya muy asustados, comenzamos a correr. Así fue cómo llegamos a la casa de José, otro compañero. Ya dentro de la casa, le contamos lo que nos había pasado. Entonces, él nos preguntó: “¿Se han portado bien hoy?”.

A coro, respondimos: “para ser sinceros, no”.

“Lo que les pasó es una clara prueba de lo mal que se han comportado”, agregó. -Vengan, le voy contar a mi mamá lo que les ha sucedido, para que ella les acompañe a la casa de cada uno, para que estén más tranquilos”.

Yo fui el último al que lo dejaron en casa.

Al ver a mi madre, le abracé y le dije llorando: “Mamita perdón por no hacerte caso, estoy muy arrepentido por lo que he hecho”.

Con susto le dije que no había escarmentado con lo que les había sucedido a los animales d en el establo. Tuve que salir sin permiso, para ver con mis amigos, primero, una luz muy blanca, en cuyo centro estaba una persona, y luego fuego en los costados del camino.

Mi mamá me dijo: “Esto te pasa por ser muy desobediente con nosotros y en el colegio, porque ya me llamaron para avisarme que te has portado mal. Pero, tranquilízate, vete a bañar y luego descansa.

“Gracias, Mamita por disculparme”, le respondí.

Así, me sucedió cuando era joven. Por eso les digo a todos los jóvenes y niños que hagan lo que sus padres les ordenan, porque tarde o temprano se paga, si no lo hacen.

 
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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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