Fuente: Rubén Darío Montero L.
LEYENDA DEL PUEBLO MANTEÑO
Hace mucho tiempo en el auge del pueblo manteño, cuando sus creencias estaban vigentes, una de aquellas divinidades, aquella que era invocada por nuestras nativas mujeres cuando querían un favor de fecundidad, la que se presentaba en forma de jaguar; fue llamada con rituales ancestrales por una bella nativa para cobrar un engaño de su pareja. Esta deidad se hizo presente y le concedió el deseo o favor a la nativa manteña; a pesar que no le estaba permitido realizar estas funciones, por lo que las demás divinidades de los manteños, entre ellos el mismo sol, se enteraron de la mala acción de esta diosa encargada de la fecundidad, ese mismo momento fue castigada, por ir en contra de la creación, tendría que vivir en el inframundo, dormir mil veces mil lunas, y despertar cien días con sus noches, que tenga la apariencia humana, la misma característica de la mujer que ayudó.
Cuentan que cada vez que cumple su castigo, los cien días que permanece despierta, en represalia hace mal a los hombres, capaz de enamorar a todo joven que se le cruce en su camino para llevárselo a dormir con ella cada invernación.
No hace mucho tiempo, en el último despertar de aquella divinidad de las creencias manteñas, tocó vivir esta experiencia que a continuación vamos a narrarla, bien conocida como la “Endiablada”.
Muy allá donde las montañas se besan entre ellas, donde se bañan los animales con el rocío que cae de las hojas de los árboles, ahí cerca en un caserío manabita, se dice que había llegado una bella dama, montada en una yegua alazana; siempre vestida con una blusa y pantalón rojo, con sombrero rojo al igual que el cinturón y botas rojas que le llegaban a la rodilla. Así llegaba aquella hermosa mujer, con su escultural belleza, con unos grandes ojos del color del jaguar, se acercaba al mercado del pueblo a comprar víveres y otras necesidades; por su hermosura fácilmente hacía amistad con los pueblerinos, ella ofreciéndoles trabajo, o dinero prestado, a todos los hombres solteros y en especial a los jóvenes. Los postulantes sobraban y estos por la forma de vestir le encajaron el nombre de la “Endiablada”, su verdadero nombre nunca se supo, nadie se atrevía a preguntárselo. A los pocos días compraba una bonita propiedad con casa incluida, pagaba con oro puro que ella sacaba de la cueva donde vivía.
Todos los trabajadores eran jóvenes del sector, admiraban su figura descomunal, su pelo largo azabache, con mechones rojos, con una piel cobrizada y una sonrisa embriagante; en silencio murmuraban que su jefa era una diosa.
Poco a poco, con todos estos encantos la Endiablada, como una araña, tejía su trampa; los hombres llegaban de día y de noche a prestarle dinero, pero ella seguía viendo y buscando al postulante, el que tendría que dormir con ella en su invernación.
A cual más quería ser parte de esta bella mujer, al punto de entre ellos pelear por su cuerpo y sus bellos ojos.
Los días pasaban y la Endiablada de noche salía con zancos ubicados en sus piernas a recorrer su propiedad, los moradores del lugar de lejos la contemplaban, no se atrevían a acercársele; cuando llegaban hombres a prestarle dinero, si este era un hombre maduro, o avanzado de edad, no lo atendía, para ella este tipo de personas no le importaba.
De entre todos los hombres, buscaba al más fuerte y al más pintero; y, a partir de ese día, comenzaba a salir con él, lo llenaba de lujos al muchacho, le compraba todo lo que este quería.
Pasaban los días y cuando veía a otro hombre de figura varonil, al que tenía como amante, lo enviaba a hacer un mandado a la ciudad, delante de varios testigos, dándole mucho dinero; con astucia, la Endiablada lo despedía con besitos y caricias, para que la gente mirase que se iba con bastante dinero y de a “buenas” con ella.
El muchacho enamorado salía del pueblo, todos lo veían partir, montado en un buen caballo, pero ella transformándose en un jaguar lo alcanzaba en el camino y nuevamente se le transformaba como una bella mujer, lo llevaba con mentiras hasta una cueva y lo devoraba, luego regresaba sin que nadie la viera; a los pocos días, ya se enamoraba de otro muchacho, pero en el pueblo la defendían, contaban que quizá el muchacho no regresaba de la ciudad porque se robaba el dinero.
Cada cierto tiempo, hacía su maniobra y cambiaba de hombre, hasta que el día de dormir se le acercaba. Por esos días, conoció a un muchacho que ella fue la que se enamoró de él, pero este tenía una novia, que para él era la más linda del mundo, a pesar de que era fea, bizca y coja; enterándose la Endiablada de esto, lo sedujo, le dijo al muchacho que ella le pondría los ojos rectos y le arreglaría la pierna a la enamorada y, de regalo, la haría bonita, a cambio de que él pasara una noche con ella.
El joven aceptó sin titubear; la Endiablada hizo bonita a la muchacha, que hasta le arregló los ojos y la pierna.
Ya por esos días todos los deudores llegaban a pagar; los que no pagaban, ella los iba a buscar y con engaños se los llevaba hasta su cueva para comérselos, ellos esto ignoraban, y tampoco podían pedir auxilio porque en la profundidad y lejanía de la cueva nadie escucharía sus lamentos.
Mientras tanto, el joven llegaba todos los días a cumplir con su parte, pero la Endiablada le decía que esperara, que ella le decía cuándo, pues esperaba su último día para que él duerma eternamente con ella.
El día llegó y le dijo al muchacho que esa noche era la apropiada para que pague su deuda con ella.
La Endiablada, esa noche estuvo inquieta, porque el momento llegaba.
Cuando los minutos pasaban, desesperada montó su yegua alazana, llevando dos grandes alforjas llenas del dinero que había recaudado, y se fue en busca del joven, toda colérica y vistiendo de rojo, un poco apresurada porque el sueño le ganaba.
Cuando llegó hasta la casa del chico, se enteró que este se estaba casando en la iglesia con su novia. Las ganas de dormir a la Endiablada le vencían y a la iglesia ella no podía entrar; viendo que no le quedaba más remedio, se bajó de la yegua y se marchó corriendo, transformándose en un jaguar, hasta su cueva a dormir, echando malayas porque se le escapó el muchacho.
La piel de los hombres que se había comido le serviría como colcha con orejas, y para que la acompañasen en su largo sueño.
Sonreía y pensaba en silencio, mientras se dormía, cómo por un pelo de rana calva se le había escapado este muchacho, sola dormiría por otro período largo.
Mientras tanto en la iglesia, cuando terminó la ceremonia, los novios salieron alegres, pero el muchacho vio a la yegua alazana de la Endiablada, plantada, como esperándolo, y le pidió a su esposa que lo esperara en la casa, que él iría a pagar una deuda, se montó en la yegua y se fue a la casa de la Endiablada, vio que no había nadie, la puerta de la casa estaba abierta. Al ver que nadie contestaba, se marchó en la yegua alazana, en el camino, se dio cuenta que las dos alforjas que guindaban de la yegua de un lado para otro estaban llenas de dinero, buscó por todos lados a la Endiablada y no la encontró, la casa siguió vacía.
Pero el muchacho, el dinero no lo tocaba, y cada día llegaba hasta la casa de la Endiablada con la yegua y las alforjas llenas de dinero; que ni porque necesitara lo gastaba.
Cierta ocasión llegó con su mujer hasta donde la Endiablada. La casa ya no estaba, un fuerte rayo le había caído y se había quemado todita, ese fue el último día que él llegó a devolver la yegua alazana y las alforjas llenas de dinero, y comenzó a darse una vida que muchos del pueblo lo llegaron a considerar, porque se transformó en un hacendado que le dio trabajo a mucha gente, y fue un hombre benefactor de los pobres.
- ¿Y de la Endiablada qué?
Bueno, esperemos mil veces, mil lunas, para que despierte otra vez y ver qué pasa, pero ese ya es otra leyenda, que se formará con el correr del tiempo, en algún pueblo de mi Manabí querido.
Cien leyendas y cuentos de la campiña manabita, Taller Gráfico, 2013