LEYENDAS Y CUENTOS DEL CANTÓN CHONE

LEYENDA DE LA NEGRA CUNE

Fuente: Efraín López
Recopilación  y Transcripción: Rubén Darío Montero Loor
 
 

En Chone, aquel pueblo polvoriento lleno de orgullo, los muchachos nos deleitábamos saltando charcos llenos de ranas que por las noches croaban. Al atardecer, después de la merienda, íbamos hasta la casa de la negra Cune, nos sentábamos a escuchar los relatos de Cunegunda, que de cariño le decíamos “CUNE”, aquella mujer que vivía en una casa vieja construida para los peones de nuestro tío, atrás de la casa grande, cerca del río.

En nuestra tierna edad, a aquella mujer, la veíamos inmensa, de caderas anchas y de pelo lacio azabache, con una mirada que de noche daba miedo, más cuando contaba historias o leyendas del Chone de antaño; una de ellas la recuerdo y espero que les guste:

Decía la negra Cune que cuando Chone era unas cuantas casas, en aquellos días también se inundaba, sus calles eran embestidas de agua en invierno y se veían cosas mágicas: caballos galopando en medio del río desbordado, como volando por los aires; se escuchaban las pezuñas de los caballos cabalgar por encima de las aguas, salpicaban y dejaban la estela de bruma;  de noche se veían procesiones de luces que alumbraban los sembríos de los cacaotales, mágicas luces que no pestañaban cuando alguien contemplaban esa ilusión; era bello ver llegar al buque  Victoria, cómo con su silbido anunciaba su arribo a aquel Chone, trayendo desde Bahía de Caráquez finas telas que venían desde Europa, los mejores vinos para los mentaos hacendados, y llevando todo lo que en Chone se producía como: cacao, tagua, caucho, de lo que me recuerdo.

También es recordada las grandes familias que habitaban aquel Chone esplendoroso, familias que querían engrandecer sus tierras; pobre de aquel que se negaba a vender, a las buenas o a las males, tenía que hacerlo, así no quisieran.

Muchas veces ni les pagaban la propiedad, porque preferían prenderles candela con gente y todo y, al despertar, sus fronteras ya eran más grandes; así guarda la historia aquellos acontecimientos del Chone en aquellos días lejanos.

La negra Cune recordaba aquella vez que todo Chone se alborotó cuando se escuchó un rumor, que una hija de un hacendado de aquellos tiempos salió embarazada de la noche a la mañana, sin saber de quién.

En las cercanías y en las lejanías, se escuchaba el rugir de aquel mentado, maldiciendo  al mismo diablo; quería saber ¿quién era el desgraciado que a su bella hija la “preñó”, pero todos en Chone y en sus cercanías sabían de los rumores que tenía la hija del hacendado con un muchacho de un recinto cercano; nadie veía bien aquel romance desigual, porque era seguro que el mentado hacendado lo mandaría a matar; así de fácil se decía.

En el caserío de Selva Alegre tenían miedo por aquella unión, porque sabían que el muchacho era hijo de uno de ellos.

Era un idilio que hasta los árboles, los esteros y los mismos animales cobijaban aquella unión; al oído agudo del hacendado padre de la joven, la noticia le llegó, que el muchacho era de Selva Alegre, un caserío cerca de Chone.

Una de las criadas del hacendado, a pedido de la bella criatura, que sabía de lo que su padre estaba tramando, le pidió que a lomo de caballo vaya hasta Selva Alegre a llevar la noticia y alerte a la gente, que esa noche su padre con un grupo de amigos y peones iban a quemar el poblado, entre esa gente sencilla estaba su amado.

En una misión sin regreso, la criada se alejó de la hacienda, ella sabía que si regresaba su patrón la mataba.

Ya en Selva Alegre, comunicó a todos que era urgente esa tarde evacuar del pueblo; en una caravana, cogiendo un camino de herradura, todos los habitantes de ese caserío se alejaron; la noche los cubría; con sus pocos enseres a cuesta, fue así que aquellos moradores de Selva Alegre tuvieron que dejar, sus casas, animales y costumbres, hasta que se asentaron en un bajo, en medio de la montaña, donde un río bañaba aquel hermoso lugar, lo conocían  con el nombre de  Muchique.

A los días regresaron cuatro hombres, hasta lo que habían dejado atrás; nostalgia y miedo sintieron cuando vieron todas las casas quemadas, animales muertos por doquier. Llegando hasta la capilla, rescataron de entre los troncos humeantes a su Santo Patrono, era San Isidro, el santo, que a pesar de estar quemado, estaba intacto.

Colocaron la imagen a lomo de mula, sabían que con unas pocas restauraciones estaría otra vez en un altar.

Uno de ellos sugirió ya no regresar a aquel lugar, presentía que el hacendado volvería a quemar las casas, si regresaban.

A partir de ese día, con caña y madera, comenzaron a crear un nuevo pueblo; y así la negra Cune, escuchando el grito de nuestros abuelos, nos mandaba a dormir.

“Esta es una de tantas leyendas que tiene mi tierra grande de Chone, por siempre bañada e inundada por su majestuoso río Grande, al que el garrapata y mosquito, en tiempos de lluvias, se agarran, zumban y pican durante muchos días y noches, siendo ellos los que invitaban a contarlas en sus aguas corrientosas.”

Cien leyendas y cuentos de la campiña manabita, Taller Gráfico, 2013

 

Portada cortesía:

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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