Dorys Rueda

 

Les contaré una leyenda muy interesante de la provincia de Manabí, basada en el relato recopilado por Abdón Ubidia, en 1982.

En el pequeño y remoto pueblo de El Calvo vivía una familia extremadamente humilde. Don Nico, el jefe de familia, y su esposa Gertrudis eran conocidos por su arduo trabajo en los campos y la dedicación que profesaban a sus tres hijos.

Don Nico se levantaba todos los días antes del amanecer, cuando el sol apenas se asomaba en el horizonte.  Ya de pie, se ponía su gastado sombrero de paja, tomaba su hacha y machete y salía al campo para trabajar todo el día. Pero a pesar de sus esfuerzos, la pobreza parecía una sombra que nunca dejaba su casa.

Un día, decidido a aprovechar al máximo el tiempo, salió a laborar más temprano de lo habitual. Se topó con una neblina que cubría el paisaje como un manto etéreo. Le embargó la desesperación y a medida que avanzaba entre los árboles, la desesperación se transformó en ira. Entonces gritó a todo pulmón: "¡Por los mil diablos!" Sus palabras cargadas de rabia se dispersaron en el aire, resonando como un eco distante. Él no sabía que la frase que había dicho cambiaría su destino para siempre.

En un abrir y cerrar de ojos, apareció ante don Nico un hombre de apariencia imponente. Era alto y esbelto, con una postura recta y majestuosa. Vestía un traje de terciopelo negro, perfectamente ajustado, que brillaba con un resplandor sobrenatural bajo la luz difusa del bosque. Los botones de su chaqueta eran de oro puro y su capa de un rojo obscuro. Su rostro era atractivo, de una belleza casi antinatural. Tenía la piel pálida, casi traslúcida, que contrastaba con el cabello negro peinado hacia atrás, brillando como si estuviera mojado. Sus ojos eran como dos pozos que irradiaban una luz roja y su sonrisa mostraba unos dientes blancos y afilados. “Quién me ha llamado?”, preguntó con una voz que resonó como un silbido fuerte que cortaba el aire y que hizo que la piel de don Nico se erizara al instante.

El hombre, aunque aterrado por la presencia del extraño, reunió el valor suficiente para responder inmediatamente: "Yo he sido. Estoy harto de trabajar sin lograr nada". El aparecido, que no era otro que el mismo diablo, sonrió con astucia. "Haremos un trato", le propuso. "Si logras adivinar mi edad, te haré inmensamente rico. Pero si fallas, me llevaré tu alma y todo lo que has conseguido a mi casa, al infierno”.

El campesino, desesperado, aceptó el trato. Satanás le advirtió que no debía contarle a nadie sobre el pacto que habían hecho.  Él aceptó y cuando regresó a su casa, con asombro notó que su suerte comenzaba a cambiar. Las tierras estériles que nunca habían producido nada ahora fértiles y saludables. La familia, que siempre había pasado hambre, ahora disfrutaba de abundante comida. Los vecinos, intrigados y sorprendidos, observaban cómo Don Nico y su familia prosperaban inexplicablemente.

A medida que pasaban los días, don Nico no podía dejar de pensar en el trato que había hecho con el diablo.  La fecha del encuentro se aproximaba y su preocupación crecía. Gertrudis, al ver a su marido tan pensativo y preocupado, le preguntó qué le ocurría. Él no pudo contener más su angustia y le confesó todo lo sucedido. La mujer le dijo: "No te preocupes, Nico. Ve al campo y caza tantas aves como puedas y tráelas a casa, lo más pronto posible.  Así lo hizo el campesino.

Llegó la víspera de la fecha acordada y esa misma noche, a las doce en punto, la mujer preparó una mezcla de brea y cubrió su cuerpo desnudo con ella. Luego, pegó las plumas de las aves en su piel, transformándose en una criatura extraña y aterradora. Le dijo a su esposo que no saliera a verse con el diablo, que ella lo haría en su lugar.

Caminó lentamente entre los árboles y esperó allí a Satanás. Cuando este apareció montado en su caballo negro, el animal se espantó al ver tan extraña figura. Entonces el diablo exclamó:  "¡Por los siete mil infiernos! En treinta y tres años de mi vida nunca había visto un animal tan raro". Luego huyó con prisa. La mujer, contenta por lo que había escuchado, regresó a su casa y le contó a su marido cuál era la verdadera edad de Lucifer.

Al día siguiente, don Nico buscó al diablo en el sitio donde se vieron por primera vez. Estaba   allí, esperándole con una expresión de calma y una sonrisa astuta en el rostro. El diablo estaba de pie, con sus manos cruzadas detrás de la espalda, con su elegante traje negro impecable y su capa roja ondeando ligeramente.  El hombre le preguntó por qué no había aparecido como habían acordado. Lucifer le pidió disculpas y le dijo que la noche anterior había tenido un contratiempo en el camino. Luego, con una carcajada que resonó como un trueno distante, le dijo: “Dime, ¿has adivinado qué edad tengo?" "Sí", le respondió don Nico. "Tienes treinta y tres años". El diablo, sorprendido y derrotado, retrocedió un paso y sus ojos se abrieron de par en par. Una expresión de incredulidad cruzó su rostro. Luego, forzando una sonrisa, lo felicitó con un tono de rencor: "Nunca nadie lo había logrado", admitió. "Cumpliré mi promesa y te dejaré en paz". Después se desvaneció entre el humo y el fuego que habían aparecido en ese instante.

Con el tiempo, don Nico se convirtió en un hombre respetado en el pueblo de El Calvo. Su tierra seguía siendo fértil y su familia vivía cómodamente. La historia de su encuentro con Satanás se convirtió en una leyenda que se contaba una y otra vez en el pueblo.

 

Leyenda publicada por Diario El Norte

 

 

Portada: Dorys Rueda

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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