Hace muchos años, en la ciudad de Guayaquil, vivía con mis hermanos y mis padres en el barrio Pie de lucha.
Como éramos una familia pobre y humilde, alguien de casa salía para hacer las compras, sea al mercado o a cualquier sitio que se necesitaba para adquirir algo que nos hiciera falta. Todos salíamos de casa a cualquier hora, menos mi mamá que solo salía en la mañana o bien temprano en la tarde, porque tenía miedo de pasar por el cementerio, que estaba cerca de la casa. Las vecinas le habían dicho que si pasaba por ese lugar en la noche, se toparía con sombras que eran la misma encarnación del diablo.
Nosotros le habíamos dicho que no creyera en esas cosas, porque muchas veces habíamos pasado por ese lugar y jamás nos habíamos topado con ninguna sombra.
Una noche, como a las nueve, mi padre se sintió algo enfermo. Como ni mis hermanos ni yo estábamos en ese momento en casa, le pidió a mi madre que fuera a la farmacia a comprar un analgésico para el estómago. A mi mamá no le quedó más remedio que ir, aunque la idea le espantaba por completo.
Cuando ya había comprado la medicina, al regreso a casa, pasó por el camposanto. Al hacerlo, alzó la mirada y vio cómo se movían un par de sombras en la entrada del cementerio. Gritó de pánico y en una sola carrera llegó a la casa. Entró frenética, sin poder decir qué mismo le había pasado. Mi padre, enfermo y todo, sin poder calmarla, la llevó a la iglesia para que la viera el sacerdote.
Cuando llegaron al templo, mi madre más tranquila pudo contar lo que le había sucedido. Relató que al pasar por el cementerio, justo en la entrada, había visto un par de sombras. Era un hombre bien vestido con terno negro, que llevaba de la mano a un niño con traje de primera comunión. El pequeño tenía los ojos rojos y sus uñas eran grandes, como garras.
El sacerdote, para tranquilizarla, le echó agua bendita en la cabeza y le dijo que el diablo siempre toma diversas figuras para tentar a la gente. Desde ese momento, mi madre nunca más volvió a salir en la noche y todo en la casa volvió a la normalidad.
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