Por: Mario Conde
En recintos de la Costa ecuatoriana, especialmente en los asentados cerca de ríos o esteros, aparece al amanecer una gallina de oro. Quienes la han visto hablan de ella con temor y respeto, pues dicen que surge de pronto a las orillas del río, dorada y resplandeciente como una luna llena, seguida de una docena de pollitos que brillan entre las primeras luces del día.
En cierta ocasión, un grupo de moradores de un pueblito se reunió para tratar de atrapar a la fabulosa ave. ¡El que menos se imaginaba que con la fortuna se compraba una finca para salir de pobre! ¡El que más se veía con los bolsillos llenos de plata como para darse una vida de millonario!
El plan era sencillo. Dos hombres se escondieron a un lado del estero donde se habían visto aparecer a la gallina y a sus polluelos. Cinco se apostaron en línea recta en un camino que iba del estero a una choza abandonada de caña guadúa, lo que serviría de corral. Dos se ubicaron al interior de la choza para cerrar la trampa sobre las ansiadas presas.
A eso de las cinco de la mañana, cada quien aguardaba en su puesto acalambrado por la expectativa y la falta de movimiento. Entonces se escuchó el cacareo de la gallina y el piar de sus crías. Los hombres escondidos veían con incredulidad. Un brillo dorado se destacaba entre la oscura orilla del estero. Allí, a pocos pasos, la fortuna tenía forma de alas, picos y patas de oro. Alguien dio la señal y empezó la cacería.
Las acciones se desarrollaron según lo planeado. Espantadas, las fabulosas aves se echaron a correr por el camino, tratando de desviarse hacia la maleza, pero siempre aparecía alguien que las obligaba a avanzar a la choza abandonada. Allí entraron a toda velocidad, seguidas por siete hombres mientras los del interior cerraron la trampa. Sin embargo, los pollitos se escabulleron por las rendijas de las viejas guadúas; no así la gallina que al verse acorralada comenzó a cacarear de forma ensordecedora. Entre el ruido y la confusión dorada, no faltó algún precavido que había traído una sábana vieja. La arrojó como si fuera una red y la gallina de oro quedó atrapada.
En los rostros de los hombres brilló la fortuna. ¡Sus días de pobres habían terminado! ¡Tendrían plata hasta para reírse!
-Yo levanto la sábana y ustedes la toman por las patas -dijo el dueño de la sábana.
Pero nadie se movió cuando levantó la prenda, lo que aprovechó el ave para escapar por entre las piernas de sus captores. Otra vez los hombres vieron con incredulidad. La fortuna acababa de escurrírseles de las manos, igual que el agua del estero.
-¡Cómo se te ocurre levantar la sábana! -protestó airado el jefe del grupo, y al instante se percató de algo extraño. Las palabras salían de su boca, pero nadie podía oírlas.
-¡Cómo se te ocurre levantar la sábana! -protestó airado el jefe del grupo, y al instante se percató de algo extraño. Las palabras salían de su boca, pero nadie podía oírlas.
Los demás lo veían gesticular y mover los labios con desesperación, pero no escuchaban palabra alguna pues en sus oídos seguían resonando los bulliciosos cacareos, que no cesaron sino después de una semana.
¡Quién quiera fortuna, que se aventure una madrugada a capturar a la gallina de oro! Eso sí, que se prepare a pasar unos días con los oídos llenos de cacareos.
Veinte leyendas ecuatorianas y un fantasma, Abracadabra, 2009.