SIN TIEMPO
sin tiempo y sin edad
tus dedos acarician
largamente
el lento pasar del agua en las cumbres verdes de las raíces
el roce melancólico de las campanadas en el viento
la vida que fluye
arrastra la arena
el mar…
sin tiempo
destruyes mis relojes improvisados
el ropaje gris de los días subsiguientes
me dejas
desnuda
a la medida de ti
yo vago con las manos extendidas
creyendo nombrar cosas
muy lejos
(o muy cerca)
Me espera el recuerdo de tu voz
Sara Vanegas Coveña
COMENTARIO
MUY LEJOS O MUY CERCA
Este no es un poema sobre el paso del tiempo, sino sobre cómo el amor lo suspende. No lo acelera ni lo detiene: simplemente lo vuelve innecesario. La voz poética no mide en horas ni fechas; mide en roce, en ausencia, en lo que queda cuando todo lo demás se desvanece. Cuando dice “tus dedos acarician largamente el lento pasar del agua”, nos introduce en un tiempo que no se apura, que fluye como cuerpo, como emoción que no necesita apurarse ni explicarse.
Luego, “el roce melancólico de las campanadas en el viento” reemplaza al reloj: el tiempo ya no se marca, se siente como un eco en el pecho. Más adelante, al declarar “sin tiempo destruyes mis relojes improvisados”, el poema revela su intención más íntima: no solo liberarse del tiempo cronológico, sino mostrar su fragilidad cuando el amor verdadero irrumpe. Incluso el yo lírico queda desnudo, “a la medida de ti”, como si despojarse del tiempo fuera también despojarse de las defensas, de lo previsible, de todo lo que no es amor.
A medida que el poema avanza, el mundo que se conoce va desapareciendo. Ya no hay días marcados ni relojes que cuenten las horas. Es como si el amor desarmara el calendario y dejara solo el instante. En el verso “yo vago con las manos extendidas / creyendo nombrar cosas”, la voz poética parece perdida, como quien camina a tientas, buscando con las manos lo que ya no puede nombrar. No solo ha perdido al ser amado: ha perdido también las palabras, como si las cosas dejaran de tener nombre sin él.
Más adelante, el poema concluye con una imagen que borra incluso la noción de espacio: “muy lejos (o muy cerca) / me espera el recuerdo de tu voz”. Ya no importa la distancia. El ser amado no está en un lugar físico, pero su voz —invisible y persistente— sigue presente. No hace falta que esté cerca para sentirse cerca. El amor —cuando es memoria viva— ya no necesita mapas. El poema, en vez de contar una historia con principio y final, se convierte en un eco íntimo que resuena mucho después de haberlo leído.
Quizás por eso Sin tiempo no busca ser entendido, sino atravesado, como se atraviesa una emoción o un recuerdo. No se presta a interpretaciones rígidas; invita a sentirse como una ola que acaricia más que golpea o como un reloj que se detiene justo antes del adiós. No se sale ileso de su lectura: algo se afloja por dentro. Porque en algún rincón siempre queda una voz que ya no está, un cuerpo que fue medida, una caricia que alteró la forma del tiempo. Y al pasar por este poema, ese recuerdo —lejano o cercano— también parece guiñar el ojo desde la sombra.