
El poema “cómo robarle al mar”, de Criss Ordóñez, se erige como una meditación sobre la imposibilidad del deseo y la obstinación del alma por retener lo que ama. A través de una voz que dialoga con los elementos —mar, luna, sol y viento—, la autora construye una serie de interrogaciones que son, más que súplicas, intentos de resistencia. El texto transita entre el amor, la pérdida y el límite del lenguaje, mostrando cómo la experiencia humana se debate entre el impulso de poseer y la necesidad de rendirse ante lo inasible.
Desde un enfoque mitopoético, el poema puede entenderse como una relectura moderna del mito del robo divino. La voz poética busca arrebatar al mar, a la luna o al sol algo de su esencia, como si desafiara las leyes sagradas del universo. Robar un beso, una luz o una voz es un gesto de amor, pero también de rebelión. Sin embargo, el reconocimiento final —“no se le roba al mar ni a la luna ni al sol ni al viento”— restituye el equilibrio perdido, recordando que todo intento humano por retener lo absoluto termina en retorno y aprendizaje. De este modo, la poeta reinterpreta la antigua tragedia del deseo imposible con una sensibilidad a la vez contemporánea e íntima.
Desde un enfoque existencial, el poema revela la tensión entre la búsqueda de sentido y la conciencia del vacío. Cada “cómo” abre una pregunta sin respuesta, una grieta donde el yo lírico se confronta con su límite. La voz poética confiesa haber probado “las penitencias del silencio” y “los arrebatos de las palabras”, como quien explora los extremos de la comunicación y la soledad. El verso “todo vuelve” adquiere aquí un peso ontológico: el dolor, la memoria y el amor retornan como pruebas de la permanencia del ser. Así, el poema expresa la condición humana de vivir entre la fugacidad y el deseo de trascendencia.
Finalmente, desde un enfoque estético-metafísico, el texto puede leerse como una reflexión sobre el propio acto de escribir. Intentar robarle algo al mar, a la luna o al viento es una metáfora del gesto poético: capturar lo inasible, traducir lo sagrado en palabra. La voz reconoce su fracaso —“todo vuelve”—, pero también su persistencia: “solo anhelo todo lo que aún te nombra y me consume”. En ese anhelo reside la esencia del arte: no conquistar el misterio, sino mantenerlo vivo a través del lenguaje.
