El primer desafío es perderte. El camino
una fábula y los ojos no alcanzan para
otear todos los espejismos. Sube hasta
la cima de tu resistencia. Contémplate
desnudo bajo tierra. Descifra cada nube.
Escóndete del viento cuando
te busque. Entrégate a la tormenta
cuando te evada. Rotos los diques no eres nadie.
Solo la fluidez del agua. Apenas el silencio
del puma que acecha su presa. Guárdate de andar
sin risa. Sin un puñado de alegría salvaje
bajo el pecho. Cuídate del enjambre
de los recuerdos. Y de la nostalgia.
No te aferres a nadie. No te enganches a nada.
El guerrero está lleno de vacío.
En el vacío están todas las cosas.
Cierra los ojos y salta al abismo.
Actúa como si ya hubieran muerto.
COMENTARIO
Dorys Rueda
Agosto, 2025
El poema Chamánica, de Edgar Allan García, abre la puerta a la lectura desde su título, que más que nombrar, convoca. “Chamánica” no solo alude a un oficio ancestral, sino que evoca un estado de conciencia dispuesto a cruzar umbrales invisibles. Sugiere la guía de un mediador entre mundos, pero también el gesto íntimo de quien, despojado de lo accesorio, se adentra en una percepción más honda y luminosa de la realidad. Desde ese umbral, el título anuncia que lo que sigue no es un relato lineal, sino un itinerario de transformación en el que la palabra se vuelve rito y el lector, iniciado.
La ruta de este viaje se dibuja desde el primer verso, que exhorta a “perderte” y a asumir que “el camino [es] una fábula”, insinuando que la verdad no se halla en lo evidente, sino en la lectura profunda de la experiencia. Mandatos como “sube hasta la cima de tu resistencia” o “descifra cada nube” enlazan el esfuerzo físico con el autoconocimiento. La renuncia a los apegos se hace explícita en “no te aferres a nadie” y “el guerrero está lleno de vacío”, recordando que el crecimiento espiritual exige desprendimiento y apertura. El cierre de este tramo, con “cierra los ojos y salta al abismo”, concentra la esencia del recorrido: un salto de fe donde la entrega total es el puente hacia un estado más pleno.
Las imágenes que sostienen el poema poseen una fuerza arquetípica que orienta este tránsito interior. El agua, en “solo la fluidez del agua”, representa la adaptabilidad y la disolución del yo rígido; el puma, en “el silencio del puma que acecha su presa”, simboliza la vigilancia y la energía latente; el viento y la tormenta encarnan pruebas externas, a veces a evadir —“escóndete del viento”— y otras a abrazar —“entrégate a la tormenta”. El “enjambre de los recuerdos” y la “nostalgia” se presentan como peligros internos que pueden desviar el propósito, mientras que el abismo final es la metáfora de la muerte simbólica que precede al renacimiento consciente.
La forma en que está construido el texto refuerza su sentido iniciático. El verso libre, sin rima ni métrica fija, transmite libertad y desapego de las estructuras, en sintonía con la idea de romper ataduras internas. Las frases breves y contundentes, cercanas a la sentencia, construyen un ritmo de instrucción y revelación. El uso del imperativo —“piérdete”, “sube”, “escóndete”, “cuídate”— convierte al hablante en guía y al lector en discípulo, acentuando el tono ritual y la implicación personal en el proceso.
La unión entre el tono exhortativo y el imaginario simbólico enlaza de manera natural con la cosmovisión andina y amazónica, donde el chamán es un puente entre lo humano y lo espiritual. En estas tradiciones, cada elemento —agua, viento, tormenta, animales— posee un espíritu y un mensaje que orienta la vida. La noción del vacío como plenitud se alinea con la idea ancestral de que el equilibrio no se logra acumulando, sino armonizando con el flujo de la existencia. Así, el poema no se limita a describir un camino místico: lo recrea y lo actualiza, permitiendo que la voz ancestral se escuche en clave contemporánea.
En su conjunto, Chamánica es más que un texto poético: es una experiencia que invita a atravesar los propios límites y a escuchar la voz antigua que aún resuena en la naturaleza y en el interior de uno mismo.