Este poema alude al acto de retirarse sin negar el amor. No propone una despedida ruidosa ni una permanencia imposible, sino una forma lenta y consciente de desaparecer. Ese gesto central —amar aun cuando ya no hay lugar para quedarse— se despliega en cinco capas emocionales, como si la voz poética se fuera quitando peso con cuidado, hasta quedar apenas en lo esencial.
En la primera capa, aparece la necesidad de amparo. “Acógeme / en tu olvido preferido” no suena a reclamo, sino a una súplica suave. No se pide ser recordado con intensidad ni ser nombrado; basta con no ser expulsado del todo. El olvido, aquí, no es vacío, sino el último espacio donde todavía puede caber un gesto de cuidado.
En la segunda capa, el yo se vuelve materia frágil. “el humo que más quieras”, “ese polvo indisciplinado” muestran a alguien que acepta perder forma, deshacerse, mezclarse con lo que queda después del amor. Y cuando aparecen “los caminos de donde jamás se vuelve”, no hay tragedia, solo la conciencia serena de que hay experiencias que no admiten retorno.
En la tercera capa, la distancia se transforma en una elección respetuosa. “Déjame en la distancia perfecta, / ni cerca ni lejos” dice alguien que no quiere invadir ni borrarse. Es el punto justo desde donde todavía puede ser visto sin exigir presencia. Amar, aquí, es saber retirarse sin hacer ruido.
En la cuarta capa, el dolor se nombra sin adornos. “agonizar de amor, / morir de amor” no busca exagerar el sentimiento, sino reconocerlo. El sufrimiento no se ofrece como reproche, sino como evidencia silenciosa de que lo vivido fue real y profundo.
En la quinta capa, el poema se permite una verdad final. “Arrepentido de todo, / menos de quererte…” no intenta cerrar la herida, pero la honra. Todo puede doler, todo puede ponerse en duda, excepto el amor vivido. Y ahí el poema se detiene, no para concluir, sino para quedarse en esa certeza íntima.