
Ten piedad, dijo, de los que aman
y sin embargo matan, de los que encienden
el brasero para dar de comer a los extraños
y luego estrangulan a sus hijos con palabras afiladas,
de los que tocan el tambor de hojalata
para espantar a las hienas pero sucumben
ante los nigromantes de la tribu,
de los que adoran el círculo perfecto
mientras arrojan el engendro a los basureros,
de los que saben y de los que no saben
que saben pero juntos levantan el cadalso.
Ten piedad de mí, dijo, y de los que como yo
creen sin creer y tienen miedo de tu misericordia.
Edgar Allan García
