
Tiene la noche su ojo insomne
incrustado en cada lecho,
su cuerda de esparto amarrada
a los tobillos del demente,
su tragaluz para acechar estrellas.
Con pose de gran señora, se sienta
en la mecedora vacía y silenciosa
mira en el gran reloj de la sala
el paso de las horas, de los sueños
con su secreta humedad y su espanto.
La noche vigila los restos de comida,
la baba que rueda, la mano que aprieta
el aire, el llanto apagado bajo la almohada,
el ronquido, el alarido, la podredumbre
de la gran ciudad infestada de ratas.
La noche oculta sus pasadizos,
Densas puertas de nieblas que se abren
A catacumbas invisibles a la luz,
Grietas en las que desova el monstruo,
Humedales donde se ahoga la memoria
De los vivos y el recuerdo de los muertos.
Edgar Allan García
