La Iglesia de San Luis se levanta con la nobleza de lo eterno en el corazón de Otavalo. No grita su presencia, la susurra. Está allí, como un corazón antiguo que late al ritmo de las oraciones de ayer y de hoy. Su fachada de piedra, barroca y solemne, se abre al cielo como un poema esculpido en silencio. Es un templo, sí, pero también un manuscrito de fe: escrito por el tiempo, la esperanza y las manos humildes que supieron entrelazar devoción y arte en cada retablo, en cada columna, en cada símbolo.
Quien la contempla desde el Parque Bolívar no solo ve una iglesia: presencia un umbral entre la historia y el misterio. Aquí, el barroco no es solo ornamento: es memoria viva, es pulso antiguo que se aferra al presente.
En su interior, la luz cae como un manto sagrado sobre los retablos dorados. Las pinturas, los altares, el aroma persistente del incienso y, sobre todo, la figura del Señor de las Angustias, patrono amado de Otavalo, convierten el espacio en un remanso de recogimiento. Su mirada, doliente y serena, parece cargar no solo su cruz, sino también las penas de quienes lo contemplan. Esta imagen es el corazón espiritual del templo y también el centro de una leyenda que atraviesa generaciones.
Se cuenta que, durante los días de la colonia, un hecho insólito interrumpió la rutina del pueblo. Una mañana clara, tres mulas cargadas con cajas de madera cruzaron los caminos polvorientos y llegaron a Otavalo. Cada animal llevaba dos cajas, una a cada lado de su lomo, como buscando equilibrio en un viaje largo y fatigoso.
Una de ellas, exhausta, se detuvo en lo que entonces era la plaza del mercado y se echó en el lado occidental. Nadie apareció a reclamar la carga. Las otras dos continuaron su marcha, perdiéndose entre los senderos que conducían al norte y al sur. Con la caída del sol, la presencia inmóvil del animal atrajo a los vecinos, que se acercaron con creciente inquietud.
¿Dónde estaba el arriero? ¿Había sufrido un accidente? ¿Se había extraviado? Nadie tenía certezas. Entonces, con voz baja y reverente, alguien se atrevió a preguntar qué llevaba la carga. La curiosidad creció. Decidieron aliviar al animal y abrieron una de las cajas. En su interior descubrieron piezas cuidadosamente talladas, partes de una escultura.
Guiados por la intuición y el asombro, comenzaron a ensamblarlas: era un crucifijo de tamaño natural. El rostro del Cristo transmitía una angustia tan viva, tan profundamente humana, que parecía mirar desde el umbral mismo del sufrimiento. Conmovidos, lo llevaron a una casa cercana mientras esperaban noticias de su supuesto dueño.
Al día siguiente, algunos vecinos siguieron las huellas de las otras mulas. Una había llegado hasta Caranqui, donde fue encontrada otra imagen idéntica. La tercera llegó a Quito y se detuvo frente a la Iglesia de San Agustín, donde aún permanece en uno de sus altares.
Pero fue la imagen de Otavalo la que conmovió más profundamente. Muchos creyeron que la mula no se había detenido por azar, sino por voluntad divina. Y nadie en el pueblo dudó: el Señor de las Angustias había escogido quedarse. Le fabricaron una cruz, lo colocaron en un altar y más tarde se construyó en ese lugar el templo que hoy conocemos como la Iglesia de San Luis.
Cada año, su festividad reúne al pueblo con una devoción que entrelaza lo sagrado y lo ancestral. El 3 de mayo, la iglesia se viste de solemnidad y fervor. Se anuncia que el Cristo no solo llegó, sino que nunca se ha ido. Permanece en el templo, pero también en la memoria viva de cada otavaleño.
Por eso, más que joya arquitectónica o símbolo patrimonial, la Iglesia de San Luis es santuario del alma colectiva de Otavalo. Es refugio y memoria, raíz y aliento. Es el lugar donde el tiempo se arrodilla, donde la historia se hace plegaria y donde la leyenda se arropa en la fe.
Portada: https://www.tripadvisor.es/
Dorys Rueda, Otavalo en el alma, 2025
Dorys Rueda es investigadora, docente y escritora ecuatoriana con una licenciatura en Letras y Castellano, y dos maestrías: una en Literatura Ecuatoriana e Hispanoamericana y otra en Literatura Infantil y Juvenil. Además, posee una especialidad en Currículum y Prácticas Escolares en Contexto y un diplomado en currículum.
Es fundadora y directora del sitio web El Mundo de la Reflexión, creado en 2013 para fomentar la lectura y la escritura, divulgar la narratología oral del Ecuador y recolectar reflexiones de estudiantes y docentes sobre diversos temas.
Dorys Rueda fue profesora durante 19 años en el Colegio Los Pinos, de la ciudad de Quito, en el área de Lengua y Literatura. Fue correctora internacional, para la Organización del Bachillerato Internacional (Cardiff, Inglaterra), por 10 años. Fue maestra de lectura comprensiva en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, por 9 años y hoy continúa como maestra de Gramática del Seminario Mayor San José de Quito, desde hace 10 años.
Los estudios universitarios y de postgrado los realizó en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Universidad Técnica Particular de Loja y Flacso, sede argentina. Tiene una licenciatura en Letras y Castellano, una maestría en Literatura Ecuatoriana e Hispanoamericana, una maestría en Literatura Infantil y Juvenil, un diplomado en Currículum y una especialización en Currículum y Prácticas Escolares en Contexto.
Entre sus publicaciones destacan los libros Lengua 1 Bachillerato (2009), Leyendas, historias y casos de mi tierra Otavalo (2021), Leyendas, anécdotas y reflexiones de mi tierra Otavalo (2021), 11 leyendas de nuestra tierra Otavalo Español-Inglés (2022), Leyendas, historias y casos de mi tierra Ecuador (2023), 12 Voces Femeninas de Otavalo (2024), Leyendas del Ecuador para niños (2025), Entre Versos y Líneas (2025), Cuentos de sueños y sombras (2025), Cuentos de leyendas y magia de Otavalo (2025), Reflexiones (2025) y Otavalo en el alma (2025).
Desde 2020, ha reunido a autores ecuatorianos para que la acompañen en la creación de libros, dando origen a textos culturales colaborativos en los que la autora comparte su visión con otros escritores. Entre estas obras se encuentran: Anécdotas, sobrenombres y biografías de nuestra tierra Otavalo (tomo 1, 2022; tomo 2, 2024; tomo 3, 2024), Leyendas y Versos de Otavalo (2024), Rincones de Otavalo, leyendas y poemas (2024) e Historias para recordar (2025).
A lo largo de su carrera, ha sido reconocida por su contribución al ámbito cultural, literario y educativo. En 2021, el Municipio de Otavalo le otorgó un reconocimiento por su aporte al desarrollo cultural y en 2024 fue una de las 25 mujeres otavaleñas destacadas por su trayectoria. Además, ha recibido dos medallas al "Mérito Cultural" de la Cámara de Comercio de Otavalo (2024, 2025) y una placa conmemorativa de la Casa de la Cultura Ecuatoriana "Benjamín Carrión" por su legado en la literatura y la docencia (2024).