
No venía de ninguna parte.
Por eso entró.
Al principio fue apenas un rastro,
una oxidación leve en el aire,
algo que no debía notarse
y, sin embargo, volvía.
El segundero fue el primero en sentirlo.
Un sabor metálico, irregular,
que iba y venía
con cada vuelta.
Era un aroma
que aumentaba
y dolía.
El minutero lo percibió más tarde.
No de golpe,
sino cuando intentó avanzar.
El aroma ya estaba ahí,
ocupando el espacio exacto
entre un minuto y otro.
Forzó el movimiento.
El sabor volvió.
Entonces, se detuvo.
Los números comenzaron a oxidarse por dentro.
No se borraron.
No cayeron.
Se quedaron
mirando la misma hora.
El reloj sostuvo el aroma.
El reloj cedió.
El aroma ocupó
lo que todavía latía.
Dorys Rueda, Cuentos en voz baja, 2026
