La gallina negra, famosa por ladrar como perro bravo y ahuyentar durante más de un siglo a las lavanderas madrugadoras de la Fuente de Punyaro, ya no sabía qué hacer con su vida. Desde que la fuente fue remodelada y convertida en adorno turístico, sin una gota de jabón en piedra ni manos que restregaran ropa, el lugar se volvió ajeno. Las lavanderas se habían ido y por tanto, también las leyendas, bueno, ella se quedó sola, picoteando recuerdos entre los adoquines.
Aburrida, deprimida y con el plumaje opaco de tanto desánimo, un día se miró en el reflejo de la fuente —ahora convertida en estanque para selfies— y suspiró con tristeza:
—¡Hasta arrugas tengo ya! Esto no puede seguir así. Mi vida tiene que cambiar.
Y así, sin más, la gallina negra alzó vuelo y se dirigió al centro de Otavalo, donde encontró una moderna lavandería en seco con fachada de vidrio, aire acondicionado y sillones blancos. Entró con paso firme y ladró tres veces, para dejar claro que aún era leyenda viviente.
Puedo hablar con el gerente? —cacareó con voz ronca.
El joven encargado, sobresaltado, se quitó los audífonos y preguntó:
—¿Usted… es real?
—Más real que el miedo a los pillos, mijo —replicó ella, mientras se acomodaba una pluma rebelde—. Vengo a ofrecer mis servicios: ladridos potentes, presencia disuasiva y una larga trayectoria espantando intrusos.
El muchacho, aún incrédulo, llamó al gerente y dueño. Este la escuchó con atención. Al fin y al cabo, en tiempos inciertos, una gallina que ladraba podía ser más útil que una cámara de seguridad.
—No podemos pagarle en dólares, gallinita —dijo el gerente con solemnidad—, pero le ofrecemos maíz del bueno, premium. Nada de transgénicos ni mezclas raras.
La gallina entrecerró los ojos, sopesando la propuesta. Luego asintió con solemnidad.
—Trato hecho. Pero quiero horario flexible y derecho a cacareo libre.
Le fue tan bien en su nuevo empleo que decidió quedarse a vivir en la lavandería. El dueño, agradecido por su lealtad y sus inigualables ladridos disuasivos, le acondicionó un rincón junto a la secadora industrial: una caja con mantas y, por supuesto, su plato de maíz premium, dorado y crujiente, como ella lo exigía.
Una noche, la gallina sufrió de insomnio. Entonces encendió la televisión del local. Con el control entre las alas, comenzó a zapear canales hasta que apareció algo que la dejó hipnotizada: un jovencito enclenque en una competencia de kárate, parado con una pierna alzada, los brazos extendidos como alas. Era la primera película de Karate Kid.
—¡Soy yo! —cacareó emocionada al ver la famosa “técnica de la grulla”—. ¡Esto es lo que me faltaba!
Desde aquella noche, no dejó de practicar. Cada vez que no había clientes, se subía al mostrador, levantaba una pata y perfeccionaba su equilibrio. Imitaba los movimientos de Daniel-San y hacía reverencias frente al microondas (que en su mente era el sensei Miyagi).
Y el destino, como buen guionista, le dio su momento estelar.
Una madrugada, un ladrón forzó la puerta trasera y entró buscando la caja fuerte. Avanzó sigilosamente entre las lavadoras, sin notar que una sombra emplumada lo acechaba desde arriba.
La gallina se deslizó sigilosamente por el tubo del aire acondicionado y cayó con la elegancia de una acróbata ninja sobre el carrito de ropa sucia. El ladrón, al escuchar el leve crujido de las ruedas, levantó la vista y allí estaba ella: plumas erizadas, mirada afilada y la pata derecha alzada en posición de grulla.
Sin darle tiempo a reaccionar, lanzó su grito de guerra —una mezcla entre cacareo y ladrido de Rottweiler —, saltó con precisión milimétrica y le asestó un picotazo certero en plena frente. El ladrón tambaleó, soltó el destornillador y cayó de espaldas entre una montaña de toallas recién dobladas.
El alboroto fue tal que despertó al dueño, a los vecinos y hasta al guardia que roncaba plácidamente en la caseta de la esquina. En cuestión de horas, la hazaña ya circulaba por todo Otavalo como reguero de pólvora.
Le hicieron un TikTok con música épica, coreografías en cámara lenta y efectos de llamas justo en el picotazo final. El video se volvió viral en cuestión de horas. Le crearon una página en Facebook titulada “La Karate Kid de Punyaro”, con una foto suya en pose de combate y un fondo de rayos.
La entrevistaron en Radio Armonía, donde respondió con serenidad:
—¿Usted no tuvo miedo?
—El miedo es para las que no han vivido en corral ajeno —replicó, mientras se alisaba el ala izquierda—. A una le toca defender lo suyo.
—¿Y cómo define su estilo de combate?
—Disciplina de corral, espíritu de Miyagi —respondió con firmeza—. Postura de grulla, mirada fija, picotazo al alma. Lo demás es equilibrio.
Esa misma noche apareció en la televisión local, justo antes del pronóstico del clima. Y al día siguiente, su hazaña ocupó la portada del Diario El Norte. El titular lo decía todo, con el dramatismo que merecía la ocasión:
“Gallina negra, heroína de la madrugada. Impide robo con técnica de película".
Con la fama que alcanzó, la gente comenzó a visitar el local solo para conocerla y el negocio mejoró notablemente. No faltó quien le propusiera que dictara clases de defensa personal y autoconfianza. Ella, con el pecho inflado de orgullo, una cinta roja atada en la frente y el plumaje más reluciente que nunca, aceptó el reto sin dudarlo.
El dueño de la lavandería la apoyó con entusiasmo y le sugirió que las clases se dictaran por la noche. Incluso le entregó una llave del local para que pudiera regresar cuando quisiera.
Así fue como la gallina negra de Punyaro —que antaño ladraba para espantar lavanderas madrugadoras— terminó enseñando postura de grulla, equilibrio mental y valentía nocturna a quienes se atrevían a entrenar con ella bajo la luz tenue de la Plaza Cívica, que por fin dejaba de estar vacía.
Porque en Otavalo, hasta las leyendas evolucionan. Y algunas, lo hacen con patada voladora incluida.
Dorys Rueda, Leyendas y magia de Otavalo, 2025.
Dorys Rueda
Otavalo, 1961
Es fundadora y directora del sitio web El Mundo de la Reflexión, creado en 2013 para fomentar la lectura y la escritura, divulgar la narratología oral del Ecuador y recolectar reflexiones de estudiantes y docentes sobre diversos temas.
Entre sus publicaciones destacan los libros Lengua 1 Bachillerato (2009), Leyendas, historias y casos de mi tierra Otavalo (2021), Leyendas, anécdotas y reflexiones de mi tierra Otavalo (2021), 11 leyendas de nuestra tierra Otavalo Español-Inglés (2022), Leyendas, historias y casos de mi tierra Ecuador (2023), 12 Voces Femeninas de Otavalo (2024), Leyendas del Ecuador para niños (2025), Entre Versos y Líneas (2025), Cuentos de sueños y sombras (2025), Leyendas y magia de Otavalo (2025), y Reflexiones (2025).
Desde 2020, ha reunido a autores ecuatorianos para que la acompañen en la creación de libros, dando origen a textos culturales colaborativos en los que la autora comparte su visión con otros escritores. Entre estas obras se encuentran: Anécdotas, sobrenombres y biografías de nuestra tierra Otavalo (tomo 1, 2022; tomo 2, 2024; tomo 3, 2024), Leyendas y Versos de Otavalo (2024), Rincones de Otavalo, leyendas y poemas (2024) e Historias para recordar (2025).